20 de marzo de 2010

Cosmosur-80. Expedición a Kenya

COSMOSUR
EXPEDICIÓN KENIA – 80

Por los Senderos de la Ciencia

Diario Personal de la Expedición
Por Manuel Bernabeu





M A R T E S 12 DE FEBRERO DE 1980

Me levanto a las siete y media de la mañana. El día parecía ser bueno. Aún no me había hecho a la idea de la partida hacia una aventura cuya andadura comenzó en un ya lejano sábado 4 de junio de 1977; es decir hace 983 días, en casa de Javier de la Vega, tesorero de la Agrupación Astronómica de Sabadell.

En el comedor, los bultos de las cámaras y de las películas amenazaban con hacer el peso insoportable.

Algunos nervios desatados.

No hice mis ejercicios gimnásticos (tengo por norma realizar unas tablas gimnásticas durante una hora después de levantarme –siempre muy madrugador, pues lo normal es que salte de la cama alrededor de las cinco de la mañana- y antes de asearme y desayunar).

Después de ducharme, almuerzo lo de siempre (bocadillo de tortilla a la francesa, un plátano, una naranja y un doble de café).

En la casa flota la sensación de estar viviéndose algo nuevo. Algo muy distinto a los viajes que entre 1968 y 1970 realicé con mi amigo José María Romero Riol a París (1968), París-Londres (1969) y Andorra (1970). La razón está en que, en este caso, no se trata de un simple viaje, sino de una verdadera expedición a la todavía fascinante Africa.


Los minutos transcurren rápidamente y pronto llega la hora de la despedida. Trato de acortarla; pero, es mi padre quien quiere despedirse de mí de una manera muy cálida. Luego de hacerlo, me dirijo hacia mi madre que estaba sentada en el sillón. Al despedirme de ella, algo me conmueve, pues la veo tan frágil, y noto que estoy emocionado. Rápidamente, doy media vuelta y me voy.

Al cerrarse la puerta del piso y comenzar a descender por la estrecha escalera, era completamente consciente de que el que bajaba no era el obscuro administrativo del Ayuntamiento de Barcelona. Ahora estaba saliendo a la luz mi verdadero yo. Ese Ser que siempre se ha visto obligado a permanecer en las sombras y anonimato de mi vida (o, mejor dicho, de la vida a la que una especie de Poder me ha sentenciado a vivir y que es un no vivir).

Al poco ya estoy en el metro, esperando a que vengan Joan Genebriera y su esposa Herminia.

Los minutos pasan. Estoy impaciente. Al fin los veo. Nos damos los saludos de rigor y, poco después, subíamos a un metro de la línea 5 que había de llevarnos hasta Sants.

No tardamos en llegar a la Estación Término, en donde teníamos la intención de coger el tren que va directamente al aeropuerto. Sin embargo, para sorpresa nuestra, había huelga y, por consiguiente, los trenes no funcionaban.

Así, pues, no nos quedó otro remedio que tomar un taxi.

Por el camino, el taxista nos relata algunas incidencias relativas a la huelga.

Pronto llegamos al aeropuerto, ya que el tránsito de coches a esa hora era muy fluido.. A la entrada observamos una larga cola de taxis que aguardan la llegada de posibles clientes.

En el vestíbulo del aeropuerto, poco a poco, fueron llegando los componentes de la expedición (Hay que dejar constancia de que Jaume Marrades y Eduardo Cifuentes venían de Mollerussa).


Dejamos constancia que los miembros de COSMOSUR-80 son:

JUAN VIDAL PÉREZ
ALFREDO VIDAL PÉREZ
EDUARDO CIFUENTES TORRES
JAVIER FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ
JAUME MARRADES MARSOL
JOAN GENEBRIERA CLIMENTE
HERMINIA IBÁÑEZ PEREZ
JOSEP GÓMEZ FORRELLAD
MANEL BERNABEU FERNÁNDEZ

Y que los componentes de lo que podemos llamar Grupo Turístico o Grupo IBM son:

SEÑER
RODRI
JUAN IGNACIO
JOSE ANTONIO LLIÓ
PILAR GÓMEZ FORRELLAD
FEDERICO GÓMEZ FORRELLAD


Para “inmortalizar” el momento, tiramos algunas fotografías.

El peso y volumen de los equipajes es terrible. Por ello, no resultó extraño que surgieran los primeros problemas con la sobre carga que llevamos (unos doscientos kilos). En este sentido debemos tener presente que nuestro material de observación principal pesa unos 150 kilos y consiste en:

1.- Una filmadora de 16 mm, provista de un teleobjetivo de 500 mm sobre montura ecuatorial.

2.- Un teleobjetivo de 1100 mm, F 9, sobre montura ecuatorial.

3.- Dos teleobjetivos de 450 y 300 mm., respectivamente, montados en un trípode robusto.

4.- Una estación meteorológica completa.

5.- Un cronómetro digital y un receptor de radio O.C. para señales horarias.

6.- Dos filmadoras de Super 8 mm.

9.- Un oscilador de frecuencia variable.

10.- Un altímetro.

11.- Varias brújulas.

12.- Un anemómetro.

A ello hay que sumarle una gran cantidad de medicinas (demasiadas, e innecesarias en su mayoría, a mi modo de ver) que hemos recibido de la Cruz Roja. Todo este equipo va distribuido en tres baúles (los metálicos de color gris y azul, que son los que llevan el instrumental científico, y el de madera, que es el que lleva los fármacos).

Juan Vidal, nuestro jefe de expedición, logró solventar los problemas que se presentaron a la hora de facturar nuestro equipo, sobretodo por el exceso de peso de nuestra impedimenta.

Una vez realizada la facturación del equipaje, pasamos al vestíbulo. Charlamos. Hay alegría y nerviosismo a un tiempo.

Poco después ya estábamos situados en la cola de embarque.

Subimos al autobús. Este nos lleva hasta el avión que ha de transportarnos a Madrid.

El acceso al pajarito metálico lo hacemos por la cola.

Al igual que Eduardo Cifuentes, piso por primera vez un avión. Hoy, pues, será nuestro bautismo del aire.

El avión despega y, como ya he dicho, ello representa mi bautismo aéreo. Ahora estoy surcando los aires, a nueve mil metros de altura. Experimento nuevas sensaciones. Sensaciones que años ha soñé vivir. Me gusta volar. Hoy, ahora mismo, un poco del Gran Sueño de mi vida se ha hecho realidad.

Las azafatas, con una extraña amabilidad, pasan por el estrecho pasillo ofreciendo periódicos (Mi fantasía hace que compare esta situación con la que se puede ver en la película “2001, una odisea en el espacio”, mientras el Dr. Edwin Floid viaja hacia la estación espacial en una cosmonave de la “PANAM”). Cojo “El Diario de Barcelona”. También, de cuando en cuando, por la ventanilla observo el paisaje. Este ha cambiado ostensiblemente. Ahora es desolado. La tierra parece estar arrasada.

De tanto en tanto, sobrevolamos algún río, cuyos meandros rompen la monotonía del panorama.

La voz de una de las azafatas nos da el aviso de que dentro de unos minutos estaremos en Barajas.

El avión hace un amago de aterrizaje; pero, al poco, vuelve a tomar altura. Da un giro y, por fin, enfila nuevamente la pista. Poco después, un ligero salto nos indica que hemos tocado suelo.

Minutos más tarde, empieza el número de los bultos. ¿Habremos de pagar ahora la sobrecarga? ¿Encontraremos la forma de transportar el equipaje?

Con “alegría” los problemas se fueron solventando.

Casi llenamos el autocar que nos ha llevado desde la terminal del puente aéreo hasta la del Internacional.

Nos organizamos en turnos para ir a comer, ya que teníamos que vigilar la impedimenta.

Los precios del restaurante eran exorbitantes. Había bufé libre, pero preferí pagar y comer caliente que engullir lo que estaba expuesto en el autoservicio.

Mi menú consistió en:

Una sopa de legumbres (200 pesetas)

Un filete de solomillo (525 pesetas)

Una cerveza (sin precio indicado)

Un café (sin precio indicado)

Total: 1.131 pesetas. ¡A la salud del pagano!

Vuelvo a la sala de espera, en donde hago una siestecita, mientras algunos de nuestros muchachos montaban un sarao.

A las siete y media de la tarde me tomo una cerveza. Me cuesta 48 pesetas.


18h 23m.- Seguimos en la sala terminal. Hay muy poco trasiego de gente.

Se nos avisa de que nuestro avión saldrá para Kenia alrededor de las doce de la noche.

La pesadez de la espera se ve rota por algún que otro incidente. El más destacable es el que ha tenido lugar hace unos minutos. Sucedió que un grupo de pescadores españoles, quienes han de viajar en nuestro mismo avión con destino a Africa del Sur, cuando estaban gestionando la facturación de su equipaje, uno de ellos, el más joven, se desplomó al suelo.

Juan Vidal, quien se hallaba muy cerca, acudió a prestarle los primeros auxilios. Para ello pidió que le trajéramos uno de nuestros botiquines. El muchacho parecía que iba a tener un ataque de epilepsia. Juan le suministró un poco de cardiazol, en tanto que yo iba a buscar a un médico, bien ajeno al calvario que me esperaba.

La búsqueda de un galeno en Barajas se convirtió en una verdadera odisea. Primero fui a información. Allí, llamaron al botiquín de guardia del aeropuerto; sin embargo, nadie respondía a la llamada. Entonces pedí información sobre el lugar en donde se encontraba ese dispensario y me dirigí a ese lugar.

Sin embargo, ocurrió que como tal dispensario se encontraba ubicado en el sector de internacionales, hube de pasar como una especie de frontera, vigilada por agentes de la guardia civil. Los civiles al verme sospecharon que yo podría ser un terrorista o algo así y se mostraban recelosos. Pero, yo tenía que cruzar a toda costa una puerta de vidrio, al otro lado del cual estaban dos guardias.

Les hice señas que tenía que entrar, ya que precisaba ir a buscar urgentemente a un médico. Cuando por fin abrieron la puerta, el pronto me encontré encañonado por sendas metralletas. Lo primero que me dijeron es que apartara las manos de mi parca azul. Así lo hice y, de la manera más serena posible, traté de que aquellos uniformados entraran en razón. Finalmente, uno de ellos, sin dejar de apuntarme con su arma, me dijo secamente:

- Camine delante de mí sin bajar las manos y vaya hacia aquella puerta.

Fui hacia donde me indicaba el agente y cuando traspasé la puerta, por fin, estaba en el mal hado dispensario, botiquín o lo que quiera que fuese aquello. Hablé con los médicos que allí se encontraban y me dijeron que hacía unos momentos que un compañero había ido a atender al pescador. Mis peripecias, pues, había sido en balde.

Cuando regresé de nuevo a la sala de espera, hacía un minuto que había llegado el médico, quien, en aquellos momentos estaba preguntando a Juan qué era lo que le había suministrado al chico. Estuvo de acuerdo con el medicamento suministrado y pidió una silla de ruedas para poder trasladarlo a la enfermería.

Por lo que he visto, al menos en este aeropuerto, todo hace suponer que la organización para situaciones de emergencias como esta deja mucho que desear.

Juan, al verme de nuevo por allí, no se le ocurrió otra cosa que decirme:

- ¡Coño, Manolo! ¿Dónde te habías metido? Con la falta que me hacías aquí.

- Estaba haciendo turismo por las instalaciones. ¡No te puedes imaginar la de cosas que te pueden pasar en este aeropuerto! Fíjate, ¡hasta ligué con un guardia civil!

Juan me miró un tanto sorprendido. Claro, no tenía ni idea de lo que había ocurrido. Luego, más serenamente le expliqué lo sucedido.

A las 23h 15m, nos dan la orden de subir al avión saliendo primero por la puerta número 14 y, después, un autobús nos llevó hasta la aeronave. (entre el grupo de pescadores observamos que va, también, el chico a quien le dio el mareo o lo que fuese).

23h 58m.- Despegamos.

El avión es un DC-10 de Iberia. Vuelo inaugural Madrid – Nairobi – Johanesburgo, Nº IB – 967 y yo ocupo el asiento 35 J.

He de añadir que en este mismo avión, pero en primera preferente, viaja también un equipo de técnicos y periodistas de Televisión Española que piensan realizar unos reportajes en tierras keniatas (suponemos que ya se habrán enterado de que el sábado 16 tendrá lugar un espectacular eclipse total y no será raro que quieran contactar con nosotros para obtener información sobre la manera de filmar las fases de parcialidad y totalidad del fenómeno.

También se encuentran en el avión los componentes de una representación diplomática española, puesto que este es el vuelo inaugural que unirá Barcelona con Nairobi i Johannesburgo.


M I E R C O L E S 13 DE FEBRERO DE 1980


00h 45m .- Sobrevolamos Barcelona. Pienso en lo ajenos que en estos momentos están mis padres de que su hijo se halle surcando el cielo por encima de sus cabezas. Supongo que, como es su costumbre, ellos estarán viendo la televisión sentados en el entrañable sillón verde, con su funda azul marino de cuadros rojos y blancos, que tenemos en el comedor (yo tengo otro igual, pero más pequeño, frente al escritorio-librería, en donde en ratos libres allí sentado realizo mis estudios) o preparándose para ir a la cama. Supongo, también, que notarán mi ausencia, más todavía si tenemos en cuenta las reducidas dimensiones del piso en que vivimos (49 mts. cuadrados).

El itinerario, según se nos manifiesta es: Madrid; Barcelona; Cerdeña; Italia; Egipto, Sudán, Kenia.

01h 07m.- Sobrevolamos la isla de Cerdeña

A esta hora nos sirven una cena, fría y malísima; sin embargo, como tengo apetito, la como, pero, insisto, es realmente una bazofia. Me pregunto si al personal diplomático y de la Televisión Española que viaja en primera le habrán dado lo mismo. Creo que no, pues por el aroma que salía de la cocina, mientras las azafatas la preparaban, diría que el menú era muy distinto. Además, juraría que he visto llevarles botellas de champán.

Después de cenar, en la cabina del pasaje bajan una pantalla, poco después, proyectan una película (La Rosa Púrpura de El Cairo). Film que sólo es audible para aquellos que han alquilado unos auriculares, entre los que yo no me encuentro. Así que, a falta de otra distracción, poco a poco me va invadiendo un sopor (que no creo sea debido a la digestión). Me dejo llevar y me duermo con placidez.

05h 10m. (Hora de España).- Me despierto y al mirar por la ventana, que tiene un poco levantada la solapa para evitar que entre la luz –pues el resto del pasaje duerme-, observo que estamos sobrevolando una región que parece ser un desierto. Al poco apareció una formación rocosa ennegrecida y semienterrada en la arena. Esta estructura diría que son los vestigios de algún antiguo circo volcánico o meteórico. En verdad resulta una lástima el no saber por dónde estamos sobrevolando. Es posible que sea el desierto en la zona del Sudán.

Poco a poco, los pasajeros van despabilándose.

Nos sirven un desayuno tan malo como lo fue la cena.

07h 30m.- El avión toma tierra en el aeropuerto de Nairobi; el cual, según se nos informa, se llama “Jomo Kenniatta”, en honor al que fuera el primer presidente de la Kenia libre, y fue inaugurado el 8 de diciembre de 1978 por el actual presidente de esta nación, Joseph Arap Moi. También se nos dice que la hora oficial del país va una hora adelantada en relación a nuestros relojes, Así pues, la llegada al aeropuerto ha tenido lugar a las 08h 30m del tiempo oficial de Kenia.

La llegada a la aduana keniata fue un número; dado que el funcionario de turno, nada más verrnos, ya empezó a ponernos pegas. Primero se metió con el maletín de medicinas, a lo que siguió la orden que abriéramos los dos baúles metálicos y sacáramos lo que había dentro.

La cosa se ponía muy fea, puesto que en el interior de uno de los baúles llevábamos el fusil de Juan, arma que estábamos entrando ilegalmente en el país.

Menos mal que estaba allí el Secretario de la Embajada de España, Carlos Sánchez de Boado y de la Válgoma, quien había ido al aeropuerto a recibir a los diplomáticos y reporteros Televisión Española que habían viajado en este vuelo inaugural. Juan, sin demora, se dirigió hacia él, puesto que con anterioridad habían hablado por teléfono, ya que nuestro jefe de expedición quiso que en la Embajada tuvieran conocimiento de nuestra llegada.

Carlos, por supuesto, se apresuró a echarnos una mano para sacarnos del apuro. La mano consistió en el soborno del maldito y corrompido funcionario de aduanas. La broma nos costo trescientos dólares.

Solventado este problema, Carlos nos invitó a la recepción que tendrá lugar esta noche en la residencia del embajador español.

Pero, todavía no habían acabado nuestros dolores de cabeza, ya que a continuación vino el problema de cargar en los cinco vehículos, que previamente habíamos alquilado a la empresa “Avis”, toda nuestra equipamenta. Fue terrible y a ello vino a sumarse el hecho de que la conducción en Kenia se efectúa por la izquierda y, por consiguiente, los vehículos están adaptados a este particular, de modo que tienen el volante a la derecha y el cambio de marchas a la izquierda.

En un principio, yo tenía que conducir uno de los automóviles, en el que había de viajar también Llió y Rodri; sin embargo, afortunadamente para mí, finalmente, viajé como pasajero en el que iban Javier y Alfredo.

Tras algunas peripecias, logramos llegar a nuestro destino: el hotel NEW STANLEY, situado en el centro de la ciudad de Nairobi (confluencia de la Avenida de Jomo Kenyatta con Kimathi St.), cuyo núcleo urbano nos pareció muy moderno.

En el exterior de este establecimiento pudimos observar una multitud de turistas que se aglomeraba en la terraza que el hotel tiene dispuestas en la vía pública, a la cual se conoce cono Thorn Tree Cafe.

El aparcamiento de los coches resultó arduo y trabajoso y el vehículo que llevaba un tal Señer, perteneciente al “grupo turista”, que viaja con nosotros –al cual bien podríamos bautizar como “Grupo IBM, pues todos ellos, menos los hermanos de Josep Gómez (Pilar y Federico), trabajan en dicha empresa- se atizó un encontronazo con otro. Por fortuna las consecuencias fueron mínimas y ni hubo necesidad de realizar parte alguno.

En lo que a mí respecta, y muy a pesar mío, hube de experimentar lo que es la conducción por la izquierda y, también, el manejo de un automóvil con los mandos cambiados. Sucedió que con el lío montado por Señer y la gente que quería entrar en recepción, me vi forzado a tratar de aparcar uno de los coches que estaba mal estacionado. Sin embargo, al estar realizando la maniobra, un guardia de tráfico que por allí le dio pulular, sin atender a razones, me desvió hacia otras calles. Así que momentos después estaba circulando por una amplia avenida (la Jomo Kennyatta), yéndome, como quien dice, hasta el quinto pino. Afortunadamente, una especia de plaza (es la que forman el cruce de la Avda. Kenyatta con la Uhuru Way) me permitió girar e invertir la dirección (transgrediendo algunas normas de tráfico sin consecuencias; y mi “pericia” de automovilista consumado fue correspondida con “cálidos” bocinazos). Con este giro tan irregular, pude recuperar la orientación y, finalmente, aparcar el vehículo en las cercanías del New Stanley.

Para cuando llegué, me enteré de que en este hotel, en donde debíamos de alojarnos durante nuestra estancia en la ciudad, no habían querido admitirnos; ya que, según ellos, las reservas no estaban bien hechas. Sin embargo, no nos dejaron tirados, ya que nos dirigieron a otro hotel, cuyo nombre es EXCELSIOR, sito, precisamente, en la avenida por la que hacía unos minutos había estado circulando y no muy lejos del Stanley.

El New Stanley Hotel fue inaugurado en 1959 y sustituyó al “Old Stanley Hotel”, el cual abrió sus puertas en 1911 y fue edificado en el mismo lugar que hoy ocupa una acacia, en la cual los turistas y viajeros dejan mensajes clavados en su tronco para amigos y conocidos que van a realizar su misma ruta u hospedarse en el Hotel.

Como digo, el Excelsior está muy cerca del New Stanley y, afortunadamente, pudimos dejar los coches en un estacionamiento situado frente al mismo hotel.

El Excelsior. emplazado en la confluencia de la Kenyatta Avenue i Koinage St. tiene menos categoría que el archifamoso Stanley, pero en él no tuvimos más problemas que los de descargar nuestros equipajes.

En la entrada del establecimiento, había un negro muy alto, vestido con un frac de color gris y tocado de una chistera del mismo color. Era, por supuesto, el portero del hotel. La recepción estaba entrando a mano derecha y los ascensores a la izquierda.

Las habitaciones, sin ser demasiado espaciosas, tienen un buen cuarto de baño y las camas están limpias y, además, son confortables.

Fredy y yo compartimos la misma habitación y, cosa que nos resultó chocante, cada uno de nosotros disponía en su mesilla de noche de un ejemplar de la “Holly Bible”.

La tarde la dedicamos a efectuar las compras de material de acampada, es decir: fogones, lámparas y bombonas de gas butano, cubos, ollas y artículos alimenticios.

En una plazuela muy cercana al hotel (y enfrente mismo del “supermercado” –una casa de una sola planta, rodeada de altos y modernos edificios- en donde compramos los alimentos) pudimos ver que se alzaba una columna en la que se hallaban indicadas, en kilómetros, las distancias que mediaban entre Nairobi y diferentes lugares de interés de Kenia. Además, se informaba que aquel punto se encontraba a 1.684,4215 metros por encima del nivel del mar. Estábamos ante el llamado Galton-Fenzi Memorial. Monumento que, en 1939, fue erigido en honor al “padre del automovilismo africano”.

Tanto en los supermercados, como en las tiendas siempre encontramos a personas muy amables (lo cual no era óbice para que en el supermercado encontráramos alimentos enlatados caducadísimos que, sin embargo estaban allí a la venta).

Por lo que vimos, la mayoría de los comercios están regentados, o son propiedad, de hindúes.

La noche fue ...¡de locura! Veamos.

Como ya he comentado, Carlos Sánchez de Boado nos había invitado a ir a la Embajada de España (entendamos que nos referimos a la residencia del embajador, no a la sede diplomática). Por ello, al anochecer, del estacionamiento del hotel salieron todos los coches que formaban nuestra expedición motorizada (tres Datsum i dos Toyota).

En estos vehículos iban, obviamente, las quince personas que forman los grupos “Cosmosur” e “IMB”. Pues bien, nada más circular unos kilómetros por las calles de Nairobi, toda esa flotilla quedó dispersada. Increíble, pero cierto.

Juan, Alfredo, Jaume, Javier y yo viajábamos en el mismo coche, el cual era conducido por nuestro “Barbas”. Tras la dispersión, empezamos a dar círculos por la ciudad, sin resultado alguno.

Finalmente, optamos por preguntar a los escasos transeúntes que salían a nuestro paso. No tuvimos suerte, pues unos nos enviaban hacia la derecha, otros hacia la izquierda y así hasta que finalmente fuimos a dar con un cuartel de gendarmes, situado en alguna parte de las afueras de la urbe; pues, la verdad sea dicha, no teníamos ni idea de en donde nos encontrábamos.

Con la información que nos dieron –y algo de suerte, todo hay que decirlo- llegamos a una polvorienta carretera, en la que de trecho en trecho y a un lado y otro ardían las llamas de unos mecheros, colocados a ras de suelo.

Vimos a unos individuos con aspecto de guardianes. Eso es lo que eran. En efecto. Les preguntamos por la embajada y nos respondieron que esta se encontraba al final del camino delimitado por los mecheros. El caminito en cuestión resultó ser bastante extenso y al llegar a su final, efectivamente, pudimos comprobar que allí estaba la residencia del Embajador de España, a la cual, por su magnífico aspecto podríamos calificar de Mansión.

En aquellos momentos tenía lugar la cena-recepción.

Allí estaba la flor y nata del cuerpo diplomático de las embajadas en Kenia y, también, políticos de diversas nacionalidades –keniatas incluidos. La visión de aquellos personajes nos dio la sensación de estar viendo a caballeros vestidos como si fueran a ir a una gran gala del Metropolitan Oper House y damas encopetadas y superenjoyadas; quienes, unos y otras, se quedaban estupefactos y boquiabiertos cuando nos veían pasar, ataviados como íbamos con vaqueros, camisetas con el escudo de Cosmosur y camisas estilo guerrillero.

Al frente de nuestro menguado grupo, y como abriendo paso de forma decidida, iba Javier, quien parecía un fiero guerrillero cubano recién salido de Sierra Madre, seguido por sus incondicionales rebanacuellos.

Carlos, el secretario de la embajada, nos atendió muy solícitamente. Nos dijo que fuéramos a los jardines y, allí comiéramos algo. No nos hicimos de rogar, pues nuestros a estómagos hacía ya demasiado tiempo que no les llegaban alimentos decentes.

En los extensos jardines de la mansión del embajador estaban dispuestas numerosas mesas, cubiertas con delicadísimos manteles, que servían de base al reposo de las viandas más exquisitas que un simple mortal pueda imaginar. Ni que decir tiene que tales refinados alimentos fueron rápidamente devorados por nuestras hambrientas fauces.

Daba gusto el vernos atendidos solícitamente por toda una legión de camareros, negritos ellos.

Cuando nuestra hambre empezó a ceder, comenzamos a darnos cuenta de la situación. Muchos diplomáticos y políticos no eran otra cosa que figuras vacilantes. Había muchas mujeres, algunas preciosas. Yo me fijé en una, ya madura, pero que llevaba un vestido largo y sutil; tanto, que en los contraluces quedaba al descubierto su cuerpo y ¡cuál no sería mi asombro, cuando vi que aquella sensual transparencia venía hacia donde nosotros estábamos!

Instantes después se presentaba a sí misma: ¡era la esposa del embajador! ... ¡Madre mía y yo con aquellos pelos!

Al poco de entablar conversación, Javier había logrado que la citada dama se le convirtiera en una incondicional admiradora. No cabía duda que tenía ganas de “rollo”. Algo más tarde, nos empezó a presentar a otras mujeres, bellas y sensuales. Cuesta creerlo, pero aquellas féminas eran de lo más lascivo y provocador que pueda uno imaginarse. Ni siquiera en los “clubs” de la zona `perfumada de Sarriá, había visto yo tanto arte en el juego del erotismo. Supongo que ellas estaban allí para eso. ¿Eran ·”azafatas”, espías o ambas cosas? Creo que la última hipótesis es la que tiene más visos de ser real. Además, me pregunto qué diablos se estaría ventilando en realidad en tal “recepción diplomática”?

Por su parte, después de las presentaciones, la embajadora se abrazó y ya no soltó a una ondulante filipina (?).

Sucedió que la esposa de Carlos, el secretario de la embajada, es argentina y Javier, claro, le habló soltándole una retahíla de palabras del Buenos Aires barriobajero.

- ¡Ay, mira Carlos –le dijo ella a su marido- pero qué cosas, si me está hablando en lunfardo.

Hubo otra argentina que se expresó así

- Anda, pues, que cuando me habéis aparecido, dióme sensación de que entraban guerrilleros...

En estas apareció el embajador, visiblemente contrariado por nuestra presencia. Era un hombre alto, delgado y de corte elegante, quien apenas cruzó unas palabras de puro formalismo con nosotros.

No tardaron en merodear alrededor nuestro unos reporteros de televisión española –los mismos que habían viajado con nosotros en el avión, pero en primera-. Querían sonsacarnos toda la información posible sobre nuestros propósitos y, sobre todo, la manera de poder realizar la filmación de los momentos de la totalidad del eclipse.

Nos los quitamos de encima de una manera diplomática (pues por el lugar en que nos hallábamos no podía ser de otro modo), sin darles ningún tipo de información valiosa. Ellos, por su parte, nos dijeron que el reportaje que iban a realizar versaba sobre los masais; pero, que también aprovecharían lo del eclipse para observar su comportamiento. Los desplazamientos los iban a efectuar en una avioneta, especialmente fletada para ellos ...(todo pagado y bien pagado con el dinerito del contribuyente, claro).

Posteriormente, pudimos entablar una tranquila tertulia con Carlos. Los temas de nuestras charlas giraron principalmente sobre la situación política de España. Tenía conocimientos de la lengua catalana por haber vivido por algún tiempo en nuestra tierra. Finalmente acabó ofreciéndonos sus servicios para todo lo que hubiera menester.

El regreso al hotel Excelsior fue otro número. Nos perdimos por las avenidas y calles de la urbe. Fuimos de aquí para allá, con la desesperación de Javier, que era quien conducía el coche. Finalmente, conseguimos dar con la Avenida de Jomo Kenyatta y llegar al hotel.

Poco después, Alfredo y yo estábamos en nuestra habitación. Lo primero que hicimos fue darnos un reconfortante baño. Seguidamente, como es lógico, charlamos sobre los sucesos del día y nos tumbamos en las limpias camas, dispuestos a conciliar un reparador sueño.

A título de curiosidad, añadiré que me puse el pijama de color calabaza que tenía por estrenar.

Encontramos algo incómodos los almohadones, ya que estaban diseñados para gente que tenga el cuello más largo que los europeos; por esta razón, al final optamos por prescindir de ellos.

N A I R O B I: La ciudad de Nairobi se halla emplazada sobre las Tierras Altas o Highlands orientales, entre los 1650 y 1800 metros de altitud , a un centenar de kilómetros al Sur del Ecuador y a unos 480 km. del Océano Indico.

Las estadísticas oficiales de 1978 muestran que tiene una población de unos 600.000 habitantes; aunque en realidad dicha población supera el millón de almas.

En 1897, el sargento Ellis, que por entonces trabajaba en la Construcción del Uganda Railway (ferrocarril Mombasa – Kisumu), escogió el lugar en donde hoy se levanta la gran urbe para instalar un depósito de material.

Ellis basó su elección en el hecho de que por allí había un pequeño riachuelo, que en la lengua masai se denominaba Enkare Nyarobe (aguas frías), afluente del Athi River. Además, el lugar se encontraba en el límite de los territorios masai y kikuyu, sector en el que ninguna de las dos tribus había establecido claramente su dominio.

Por otra parte, aquel terreno se encontraba a media distancia entre las escarpaduras de las Highlands y la escarpadura simétrica del borde oriental del Rift Valley.

Poco tiempo después, otros colonos secundaron al sargento Ellis y aquel lugar se convirtió en un pequeño y estratégico enclave. De modo que a comienzos del siglo XX ya se había transformado en un verdadero poblado.

Entre 1.900 y 1.902, Nairobi, que así ya se la denominaba la pequeña urbe, sufrió varias epidemias, las cuales tuvieron su origen en la insalubridad de las aguas del río. Además, y como colofón a las epidemias, la incipiente ciudad fue casi totalmente destruida por un violento incendio.

Con posterioridad, debido a su privilegiada situación, la Administración Británica instaló en ella el grueso de sus fuerzas y departamentos. Corría el año de 1931 y, por aquel entonces, Nairobi contaba ya con unos 50.000 habitantes.

En la actualidad, el corazón de la metrópolis se levanta a ambos lados de la Kenyatta Avenue, que ha conservado su trazado original, con grandes arterias que la cortan en ángulo recto.

Todos los departamentos de la administración y comercios se encuentran concentrados en el cuadrilátero formado por las Avenidas Uhuru Highlands, al SO; University Way, al NO; Government Road al NE y Haile Selassie Road al SE.


J U E V E S 14 DE FEBRERO DE 1980


14h 10m.- Después de dedicar toda la mañana a realizar las últimas compras de material y alimentos, estamos en ruta hacia Voi.

En el cielo observamos que vuelan algunas golondrinas. ¿Me pregunto si pueden ser algunas de las que en el verano anidan en los aleros y paredes de nuestras casas?

14h 12m.- Cerca de una especie de poblado ha volcado un camión.

14h 58m.- Atravesamos un frente de lluvias. El cielo está cubierto con cúmulos y nimbus. La carretera está recién asfaltada y hemos visto los primeros masais (en realidad eran kambas).

15h 15m.- Nos detenemos en el “Hunter Lodge”, en cuya estación de servicio ponemos gasolina en los vehículos, luego nos tomamos unas cervezas bien fresquitas.

16h 00m.- Mientras proseguimos la marcha, comemos unas galletas –infamemente duras y sin sabor- y unos cuantos cacahuetes sin tostar. El cielo está poblado por compactas formaciones nubosas, algunas llegan a tener figuras realmente fantásticas.

Al fondo, a mi derecha, se levantan las montañas de la cordillera Chyulu.

16h 40m.- Aparece el Arco Iris en un cielo totalmente cubierto por un espeso manto nuboso. ¿Prometedor signo de que el sábado no nos lloverá?

17h 27m.- Sigue lloviendo y el trayecto se hace monótono. Debo de señalar que los dos vehículos en los que viaja el Grupo IBM-GÓMEZ, al llegar a Manyami se han separado de nosotros. Han cogido la carretera que corre paralela al Galana River y que les ha de llevar hasta Malindi, lugar de la costa desde donde ellos observaran plácidamente el eclipse, alojados en un lodge.

17h 40m.- Hemos llegado a Voi. Es un villorrio muy pequeño, en donde se cultiva algodón. Se halla a 329 kilómetros de Nairobi.

Durante la I Guerra Mundial, Voi fue un lugar estratégico, favorecido por la buena acogida que recibieron los primeros misioneros por parte de los taïta y taveta. Hoy día, la ciudad, si así queremos llamarla, ofrece muy poco interés para el viajero.

Hemos dejado atrás Voi y proseguimos la ruta, tratando de encontrar un lugar en el que acampar.

Por fin llegamos a una explanada muy cercana a la carretera. El sitio parece prometedor y, además, no se encuentra muy lejos de Voi.

Javier y yo dimos una ojeada. El terreno es bastante llano; pero, tiene el inconveniente de que en el mismo hay gigantescos nidos de termitas, los cuales dan al lugar un aspecto lunar. En las bocas exteriores de estas formaciones, verdaderas obras de ingeniería, montan guardia unas extrañas arañas.

Como quiera que no nos ponemos de acuerdo sobre la conveniencia o no de acampar aquí, hemos optado por buscar algo más idóneo.

Más adelante ha ocurrido exactamente lo mismo con un tramo de carretera asfaltada, de unos cien metros de extensión, el cual no va a ninguna parte, pues acaba abruptamente y luego están los matorrales.

Decidimos volver grupas, ya que nos estamos alejando demasiado de la franja por donde ha de deslizarse la línea de la totalidad del eclipse.

Nos adentramos por una polvorienta carretera –más bien es una pista- siguiendo las indicación de la existencia de una camping en el Parque Nacional del Tsavo.

No hemos tardado mucho en llegar a unas instalaciones que, en realidad, son la entrada a ese parque. Un cartel indica: “TSAVO GATE”.

Para tener acceso al camping de Voi hay que pagar 5 k.shs. por cada persona adulta (en los tickets se indica que los niños cotizan a un k.shs) por noche.

Efectuados los trámites de entrada, nos dirigimos rápidamente hacia el camping.

Nota: los coches en que viajamos son los de las siguientes matrículas: KRZ 315, KRZ 316 Y KVH 223 (en este último, un Datsum de color amarillo, es en el que voy yo y lleva la intendencia del grupo). Los KRZ 318 y KVA 319 son los que se han dirigido a Malindi con el “Grupo Turístico”.

Mientras recorremos el camino desaparecen las últimas luces del breve crepúsculo.

Llegamos a donde está emplazado el camping. Observamos que en él hay algunos vehículos y tiendas. Decidimos acampar muy cerca del sitio en donde venía a morir la carreterita.

Hemos levantado las tiendas de campaña –Juan es un experto en su montaje. Presume que su experiencia la adquirió cuando era jefe de Centurias en la Falange. Por mi parte, quizás porque nunca fui un jefe de Centurias, ni estuve en el Frente de Juventudes, me arreé un terrible martillazo en el dedo pulgar de mi mano izquierda cuando estaba tratando de clavar un anclaje para uno de los vientos de una de las tiendas-. Cuando acabamos la faena, las tinieblas de la noche nos envuelven.

Gracias a los fogones portátiles que llevábamos, pudimos preparar huevos fritos con jamón para la cena. De postre comimos la fruta que compramos en Nairobi. Debo añadir que la cena la pudimos realizar además iluminados por los quinqués portátiles que habíamos adquirido en Nairobi (aunque hubimos de alejarnos un tanto de ellos, ya que eran un foco de atracción para miles de insectos).

Antes de acostarnos, nos dedicarnos a observar un poco el Firmamento. El cielo estaba semicubierto de nubes, pero allí en donde había claros ofrecía un aspecto magnífico. Las constelaciones, obviamente, no nos eran familiares. Estábamos emocionados pues era nuestra primera ojeada al Cielo del Sur.

Josep Gómez se procuró unos prismáticos y con ellos pudimos percatarnos de la grandeza y belleza del mundo estelar que le es dado a contemplar al observador que se halle en estas latitudes y que resulta invisible para gentes que, como nosotros, habitan muy al norte del ecuador.

Teníamos dos tiendas de campaña (ambas de color azul y de las mismas dimensiones). En la primera se cobijaron Cifuentes, Gómez y el matrimonio Genebriera. En la otra, Juan, Alfredo, Javier, Jaume y yo.

Antes de encerrarnos definitivamente en las tiendas, tratamos de llegar a los lavabos. Cuando nos dirigíamos hacia unas edificaciones que habíamos vislumbrado, de las sombras de la noche surgieron dos soldados (rangers) keniatas, armados con sendas metralletas. Sólo hablaban swahili; por esta razón, Joan Genebriera hubo de hacer un gesto muy significativo para que comprendieran que el propósito de pasear a aquellas horas se debía al hecho de tener que satisfacer nuestras necesidades en los lavabos.

Muy regocijados por la forma en que Genebriera se había hecho entender, nos llevaron hasta donde estaban los servicios del camping. Pero, nada más entrar en ellos, salió a nuestro encuentro una nube de murciélagos, los cuales lanzaban furiosos ataques contra nuestras linternas, precipitándose contra ellas como si fueran kamikazes.

Por supuesto que desistimos de hacer allí nuestros necesidades y preferimos satisfacerlas en otro lugar más idóneo, aunque menos recatadamente.

Cuando nos instalamos en el interior de las tiendas (antes de colocarme en el saco de dormir me había puesto un pijama de color calabaza que había comprado ex profeso para esta expedición), pronto quedamos envueltos en una atmósfera agobiante. El calor era insoportable y el sudor fluía por todos los poros de nuestra piel. Afuera dejamos el calzado, tapando su boca con los calcetines para evitar sorpresas desagradables a la mañana cuando nos lo volviéramos a poner. Esta es una medida que hay que tener muy en cuenta cuando se viaja por parajes salvajes, en donde serpientes y escorpiones, principalmente, campan por sus respetos (en este sentido, los que llevábamos botas de media caña lo teníamos más fácil que los que llevaban otro tipo de calzado, ya que las botas quedaban perfectamente enfundadas con los calcetines).

Javier, el increíble Javier, comenzó a hacer guasa de todo, de modo que la hilaridad fue subiendo de tono; hasta que al cabo de un rato, las aventuras y desventuras pasadas estaban totalmente dislocadas y envueltas en una capa cómica. Nos reíamos hasta de nuestros huesos. A este jolgorio se sumaron los de la tienda de al lado, los “calvinistas”, como decía Javier, ya que Genebriera y Gómez son calvos; aunque entre ellos habían unos elementos infiltrados: Jaume, Cifuentes y Herminia.

Poco a poco, los comentarios fueron decreciendo y las risas bajaron de tono y, al final, dejaron paso a los entrecortados ronquidos de los cansados expedicionarios; pero, también, no era frecuente el escuchar quejidos y frases entrecortadas, debido a la incomodidad que teníamos que soportar en nuestros sacos de dormir.


TSAVO EAST: La Galana River, formada por la confluencia de los ríos Athi y Tsavo, marca el límite septentrional del Parque, en donde los visitantes no son admitidos, salvo en casos muy excepcionales, a través de una autorización muy difícil de conseguir.

Esta drástica medida se implantó con vistas a preservar un espacio en el interior del cual la intervención o la sola presencia del hombre esté excluida.

Dos caídas de aguas señalan sobre la Galana la ruptura del nivel (pendiente) a la salida de la meseta de Nyica y el deslizamiento hacia las planicies litorales del Océano Indico.

El nombre de los saltos de agua –Lugard Falls- está dado para perpetuar la memoria de uno de los pioneros de la colonización del Africa del Este: el capitán Lugard.

Era esta una ruta por largo tiempo conocida y frecuentada por los mercaderes de esclavos. Lugard pasó muy cerca de las caídas en 1890. Iba a la cabeza de una caravana de la I.B.E.A., que se dirigía hacia Buganda.

Hoy día, tanto las Lugard Falls como Cocodrile Point pueden ser visitadas por el viajero o turista.

En la proximidad de las Lugard Falls viene a morir la Yatta Plateau, colada de lava reputada como la más larga del mundo, la cual nace en la región de Thika y acompaña fielmente al río Athi en su margen septentrional durante la mayor parte de su curso.


V I E R N E S 15 DE FEBRERO DE 1980


Hacia las siete menos cuarto de la mañana comenzamos a despertarnos. El calor en el interior de las tiendas había disminuido notablemente; pero, aún a pesar de todo, no nos hicimos los remolones para salir de ellas.

El día está despejado. Está amaneciendo y el Sol parece ser un enorme disco de oro ígneo que asoma por entre el ramaje de las acacias.

Observamos sorprendidos que los otros campistas están empaquetando sus cosas y se preparan para marcharse. ¿Acaso huían de nosotros por la jarana que metimos ayer noche? ...

Javier, raudo, se lanzó a preparar el primer café del día.

Poco después, de los portaequipajes de los coches comenzaron a surgir viandas y utensilios de cocina. La mermelada, no obstante, se hizo de rogar; pero, al fin la encontramos en lo más hondo del maletero del coche de intendencia.

Tras el desayuno hemos realizado una visita de exploración por los alrededores del campamento. Hacia el este, aparte del cráneo mondo y sin colmillos de un elefante, hemos vuelto a ver otra vez los grandes nidos de las termitas. Aparentemente están hechos de tierra, pero son duros y muy consistentes a los golpes. Soportan perfectamente nuestro peso, de modo que nos hemos hecho algunas fotografías encaramados a estas estructuras.

Me he unido al grupo que, formado por Javier, Alfredo y Marrades, va a ir al lodge,, denominado “Voi Safari”, que se encuentra como a unos cinco kilómetros de aquí. La intención es la de comprar cervezas, hielo y lo que caiga.

Antes de nuestra partida han hecho acto de presencia unos “rangers” (vigilantes del parque); quienes muy amablemente respondieron a nuestras preguntas. Gracias a ellos, pudimos saber que el agua que mana de los grifos que hay en el camping era potable y que no había que tomar ninguna precaución para beberla, lo cual nos quitó un peso de encima.

En el Voi Safari Lodge hemos quedado impresionados, tanto por el paisaje que desde aquí se divisa -una enorme extensión de la sabana africana-, como por la elegancia y cuidado que se observa en el recinto edificado.

En el recibidor de entrada había una variada exposición de temas relativos al eclipse del sábado, impresos en escudos, camisetas etc. Ahora, eso sí, los precios eran tanto o más astronómicos que el fenómeno mismo a que hacían referencia.

La barra del bar estaba servida por camareros de color elegantemente vestidos.

En tanto nos ponían en nuestras neveras portátiles dieciocho cervezas, nos pusimos cómodamente sentados y quedamos extasiados ante el magnífico panorama que desde allí se divisaba, pues parecía, en verdad, que ante nosotros teníamos toda la sabana africana; sin embargo, lo que estábamos viendo era una inmensa planicie, llamada Yatta, que en realidad es una gigantesca colada de lava (una de las mayores del mundo).

Relajados ante tan bello panorama, tomamos unas “birras” bien fresquitas, que nos supieron a gloria, ya que teníamos el gaznate seco por el calor y el polvo. Debo comentar que para mantener frías nuestras bebidas también nos pusieron cubitos de hielo en el interior de las neveras portátiles.

Este lugar está lleno de astrónomos belgas (a cuyo frente está míster Koecklember, del “Sun Spot Data Center”), canadienses y norteamericanos –inconfundibles por su fisonomía-. Toda la flor y nata de la astronomía amateur parecía haberse dado cita aquí.

Javier no ha tardado mucho en entablar conversación con una astrónoma norteamericana; quien, por su parte, nos presentó a algunos de los componentes de su expedición. Uno de ellos dijo llamarse Tony Lopes y aunque su nombre parecía tener raíces hispánicas, su fisonomía era como la de un hindú.

Tras esta breve conversación, regresamos a nuestro campamento; en donde unos alemanes estaban charlando con nuestro grupo.

El calor va en aumento.

- ¡Eh, muchachos, tengo que daros una buena noticia –nos está diciendo Cifuentes.

- Bien, pues dala –le replica Javier.

- Estamos a ... 60 grados centígrados al Sol.

Nos pareció imposible, pero no había duda alguna, el termómetro marcaba 60 grados de temperatura. Nuestras blancas pieles, aclimatadas al invierno de nuestras latitudes comienzan a experimentar los efectos de las radiaciones de un tórrido Sol. No en vano hemos de olvidar que, aparte de hallarnos en el ecuador de la Tierra, por estas calendas de febrero estamos en plena canícula del Hemisferio Austral.

14h 30m.- Comemos una sandia. ¡Boccatto di cardenale!

El grifo del camping, que dicho sea de paso, lo tenemos enfrente mismo de nuestras tiendas, nos está prestando un gran servicio como ducha improvisada, momentos que son aprovechados por algún que otro fotógrafo y fotógrafa para captar unas imágenes poco dignas de aquellos que están gozando del agua de los grifos.

15h 08m.- Sigue el calor. El Sol luce abrasador; aunque a ratos es ocultado por algunas nubes, a las que los expertos en meteorología califican como de “evolución diurna”.

16h 05m.- El bochorno se vuelve insoportable. Todo arde. Tal parece que estemos en las calderas de Pedro Botero. Los viajes al grifo del agua son cada vez más frecuentes.

17h 15m.- El grueso de nuestro equipo ha subido al Voi Safari Lodge. De guardia hemos quedado Eduardo, Marrades y yo.

18h 16m.- La afluencia de gente al campamento, en donde están montados los trípodes de nuestros instrumentos, es constante.

19h 12m.- Eduardo y yo hemos tenido que avanzar la situación de “las picas de Flandes” (los trípodes) para dar al campo una mayor extensión y evitar que en las proximidades se sitúe gente que pueda ocasionarnos molestias.

19h 14m.- Cerca de donde tenemos emplazadas las banderas y el molino de viento (anemómetro) se están instalando unas turistas, a quienes acompañan unos negritos que parecen ser sus sirvientes. Por su apariencia diríamos que estas mujeres son norteamericanas.

El par de negros, una vez que han descargado unos bártulos y unas sillas, se están dedicando ahora a montar una tienda enorme.

19h 15m.- Un tipo de aspecto australiano se acerca a nosotros. Lleva en la mano una jarra de cerveza. Tiene ganas de charlar un rato con nosotros, que, en nuestro pésimo inglés, vamos desarrollando una conversación.

El individuo en cuestión nos dice que nació en Kenia. Su padre, su madre, su esposa y sus hijos también. Se siente, por ello, muy keniata. Se interesa por nuestro país de origen. Le decimos que venimos de España. El nos responde diciendo que una vez estuvo en Barcelona, allá por el año de mil novecientos sesenta y cinco.

Nos cuenta la anécdota de que por ir “algo” borracho, la policía española le detuvo, pero que se portó bien con él. Luego se interesó por la situación real de nuestra nación. Le respondimos que, principalmente tenemos muchas dificultades económicas. Pregunta si España esta peor que Italia, a lo que Eduardo y yo respondemos a coro que, poco más o menos, a la par.

Luego, con cautela, inquiere si la situación política se estabilizará. Le replicamos que si otras potencias nos dejaran tranquilos, nuestra patria desarrollaría su propia política. A lo que él respondió:

- ¡Oh, ya, ya! Inglaterra, Francia y Alemania –omitió a Rusia y Norteamérica.

Variando completamente el sentido de la charla, se interesó por los datos del eclipse: qué velocidad había que dar a la cámara para fotografiar el Sol, etc. Después nos preguntó cuándo habría otro eclipse total, a lo que le respondimos que el 31 de julio del año próximo.

En aquellos momentos apareció un periodista francés, a quien ya habíamos visto en el hotel Excelsior, el cual; por su parte, se interesó por el resto del grupo. Le respondimos que nuestros compañeros no tardarían en regresar; cosa que, efectivamente, así fue, puesto que unos quince minutos más tarde estaban de vuelta en el camping.

El reportero nos hace unas fotografías. Me pregunto adónde irán a publicarse estas instantáneas que nos está tomando.

Genebriera, por su parte, le dio al keniata, al que nosotros habíamos tomado en un principio por australiano, información sobre cómo había de proceder para fotografiar de manera correcta los momentos de la totalidad del eclipse. El tipo en cuestión se deshizo en “Thank you!, Thank you!”

Son casi las veinte horas y ya es de noche. En el cielo se observan algunas nubes.

20h 01m.- Cuando estamos preparando la cena, una extraña sacudida, acompañada de un sordo trueno, pareció surgir de las entrañas de la tierra. ¿Fue, acaso, una sacudida sísmica, o bien un estampido producido por una tormenta lejana? De momento no lo sabemos y, lo más probable, es que no lo lleguemos a saber nunca.

La cena fue preparada por Juan y Herminia . Una vez lista la comimos con buen apetito. Hay que resaltar el hecho de que todo el grupo goza de un buen estado físico. Esperemos que se mantenga así durante el resto del viaje.

21h 16m.- Las estrellas lucen allá en lo alto. Una extraña sensación nos invade cuando miramos al Firmamento. Nuestros ojos quedan extasiados al contemplar estrellas como Canopus (Alfa Navío Argos), Achernar (Alfa Eridani) ..., astros que jamás habían contemplado nuestros ojos.

Por fin, enfrente de nosotros surge la constelación soñada: ¡La Cruz del Sur! En ese instante, Alfredo Vidal ve cumplida la promesa que se hizo a sí mismo y que no era otra que la de ver algún día la Cruz del Sur.

Vienen Juan y Javier. Seguimos como en un extraño trance. Juan nos coge de las manos. Somos los cuatro veteranos de aquel COSMOSUR que, hace ahora casi tres años, empezaron a trabajar para realizar un viaje astronómico al Monte Camerún y que, finalmente se transformó, tras muchos avatares, en esta expedición.

Por mi parte he de agradecer profundamente a Juan Vidal el que, gracias a su tesón, haya yo podido también realizar algo de los sueños de mi vida: volar y ver el Firmamento del Sur (en mi opinión mucho más hermoso que el que nos es dado contemplar en el Hemisferio Norte). Lo que no ha podido lograr es que estuviéramos ahora embarcando en una nave para surcar el Cosmos, rumbo a esas Estrellas Lejanas. Quizás, algún día otros cosmosureños hagan realidad este sueño. ¿Cuándo? Lo ignoro. Eso sólo lo sabe, si es que existe, el Creador.

Dejando el éxtasis de los cielos y volviendo a la realidad terrena diremos que nuestros técnicos montaron el campo instrumental en la noche, valiéndose de las linternas y lámparas portátiles que llevábamos. Como no podía ser de otro modo, surgieron bastantes dificultades, las cuales con paciencia se fueron solventando.

Joan Genebriera, el reposado hombre de la expedición, resolvió los problemas de tipo electrónico que presentaron muchos aparatos; sin embargo, no podemos silenciar que, también, hubo momentos de gran tensión, debido a los nervios que estaban a flor de piel. Destacando los roces bastante subidos de tono que existieron entre este hombre y Josep Gómez (creo, por lo que voy viendo que, en realidad hay entre ellos una insana competencia o rivalidad que, esperemos, no vaya a mayores para el bien de esta misión). Afortunadamente, las aguas volvieron a su cauce y el trabajo pudo darse por finalizado antes de la medianoche.

El sueño me invade. Me retiro a la tienda y, pronto, mi mente va a volver al origen y las sombras de la nada cubrirán mi ser. Mientras, afuera, en la fría negrura, las estrellas sureñas refulgen sobre nosotros.

Las noches aquí en este rincón del Tsavo East son muy frescas, de modo que la diferencia de temperaturas entre el día y la noche es brutal (Llegamos a registrar una temperatura mínima de seis grados en la madrugada; por ello, cuando teníamos que salir de las tiendas para satisfacer alguna necesidad debíamos de llevar las parkas azules puestas).


S A B A D O 16 DE FEBRERO DE 1980

LLEGÓ EL DÍA....!

07h 10m.- En el Este Africano fue, poco a poco, perfilándose una rojiza claridad. Era el Alba del Tsavo. La primera luz de una jornada histórica. Algunos minutos más tarde, una inmensa bola anaranjada se alzaba en el horizonte. El día clave ha llegado.

En el amanecer observamos en el horizonte un pequeño, o mediano, banco de alto cúmulos (que podrían ser estratocúmulos altos).

07h 20m.- El banco de nubes se movió procedente del ESe hacia el WNw, pero de manera que parecía que se dirigía más hacia el Nw que hacia el W. Posiblemente el banco perdía consistencia y se disolvía antes del cénit (sobre los 30º) en su avance desde el océano hasta la tierra firme.

08h 00m.- La presión atmosférica es en estos momentos de 956, milíbares (mb). Hay que señalar que en las mediciones que se realizaron ayer se pudo comprobar que la presión descendía paulatinamente debido al calentamiento de las capas de aire. Luego, por la noche, cosa lógica, volvía a ascender.

08h 12m.- Javier ha entablado conversación con las vecinas que acampan a nuestra izquierda. En honor a la verdad, debemos decir que fue la extranjera más joven quien se lanzó a la caza de nuestro amigo; ya que, poco después de levantarse, vino a nuestro campo y, abiertamente, se dirigió hacia él.

09h 00m.- La intranquilidad va en aumento. El motivo es que las nubes que, poco después del amanecer, comenzaron a surgir por el Levante, con el transcurso del tiempo han ido aglutinándose y, ahora, forman densas masas de vapores; los cuales, para nuestra desesperación, se mueven en dirección al Sol.

En efecto, junto a los altocúmulos se pueden apreciar algunos cirroestratos asociados, sin mayor importancia al principio, pero a esta hora ya han alcanzado 1/8 del cielo, siempre al SeE, o ESe, según va avanzando el banco nuboso hacia nosotros.

Además, ahora han aparecido algunos fractocúmulos y fractoestratos, lo que resulta realmente alarmante por la prontitud en su aparición en relación con el control hecho ayer.

09h 15m.- Ya tenemos 2/8 del cielo cubierto por altocúmulos sobre todo, con cirrocúmulos y cirroestratos de poca importancia y con estratocúmulos que no parecen progresar y se sitúan hacia el interior (Taita Hills y Monte del Leopardo) como capas de nubes bajas, típicas del comienzo de calentamiento.

Encendido del cronómetro

09h 30m.- Se están dando los últimos toques al equipo instrumental. En tanto, sobre nuestras cabezas, las nubes cubren el cielo. ¿Se frustrará todo en el último momento? Juan, el jefe de la expedición, le pregunta a Eduardo, nuestro hombre del tiempo, lo que opina acerca de esos nublados. Con su característico acento vascuence, él responde:

- Pues ... son nubes de evolución diurna. Condensación fuerte a mediodía. Por su velocidad ... .-miró al cielo e hizo una pausa- pues ...¡Hum! yo diría que hacia las once las tendremos encima.

La cosa se ponía fea. ¿Qué hacer? Nos reunimos en un breve consejo. Se propuso levantar el campo científico y dirigirnos hacia el oeste. Pero ¿a dónde? Además, había instrumentos que ya no se podían mover. Al final optamos por dejar las cosas como estaban y que fuera el Destino el que fijara el futuro...

09h 32m.- El descenso de la presión atmosférica se ha estado efectuando de manera lenta y paulatina. En cambio ahora parece iniciarse un descenso brusco

09h 46m.- La nubosidad procedente del E, desciende a 1/8, desapareciendo los estratocúmulos y ofreciendo sólo altocúmulos como siempre y cirrocúmulos. Por su parte, el viento al nivel del suelo era de fuerza 2 (típico alisio).

Me pasan un papelito para que anote lo siguiente:

VOI. Latitud –03º 24’0 y Longitud: -38º 34’

09h 46m.- Presión 955, 1 mb

09h 50m.- Cifuentes informa:

- Parece que el tiempo va mejorando; pero, hay que esperar la evolución de las nubes pequeñitas.

09h 52m.- Esto se está llenando de aviones. Aterrizan por aquí cerca, levantando inmensas polvaredas. Llevan “astrónomos” al Voi Safari Lodge

09h 53m 54s T.C. Kenia. (06h 53m 54s T.U.).- ¡PRIMER CONTACTO! En efecto, el invisible disco de la Luna ha comenzado a morder el limbo occidental del Sol. Debo señalar que este contacto tiene lugar formando un ángulo de 45º con el eje Norte-Sur solar

10h 00m.- El banco de altocúmulos no llega ahora a cubrir ni siquiera 1/8, estando acompañado de velos de cirrocúmulos, muy poco importantes. Ha sido uno de estos movimiento vaivén que mencionábamos, en el banco general de altocúmulos.

10h 09m.- Observamos inquietud entre las aves. La mayoría de los pájaros están posados en los árboles, trinando nerviosamente. Sólo las golondrinas parecen no acusar ningún efecto

10h 10m.- Comienza la aparición de fractocúmulos hacia el Este, lo que concuerda con las observaciones que se obtuvieron ayer. Esto indica ya la formación de pequeñas nubes de desarrollo vertical debidas al comienzo del caldeamiento del suelo.

Los hombres hace rato que están dispuestos junto a sus instrumentos. Comienza, pues, la última parte de la carrera para alcanzar la meta que nos propusimos tiempo atrás. Mientras, el Sol, ajeno a la cita que tiene con la Luna, nos envía implacable sus ardorosos rayos. En estos momentos estamos a SESENTA grados centígrados sobre cero. La tierra arde y nuestra piel se muestra seca. El motivo es que el sudor se evapora apenas emerge por los poros de la misma. Frecuentemente tenemos que cubrir con toallas húmedas a los compañeros que permanecen amarrados a sus aparatos. Con esta medida parece que conseguimos aliviarles por unos momentos del tormento al que se ven sometidos.

10h 20m.- Otra vez tenemos 1/8 de cielo cubierto, con los inevitables altocúmulos y cirros, a los que se añaden altostoestratos, extensión de los altocúmulos suavizados y fractocúmulos ya reseñados. Desciende otra vez la nubosidad..

Mi cámara de filmar, una Bólex Súper-8 sonora, falla.

10h 22m.- He podido reparar la avería. Motivo: el “timer” estaba fuera de control (La verdad es que todavía no estoy muy ducho con el manejo de este instrumento).

10h 30m.- Ya en plena parcialidad del eclipse está descendiendo la nubosidad..

10h 45m.- Comenzamos a notar las primeras ráfagas de viento. Las temperaturas que tenemos son de 52 grados al Sol y 27 a la sombra.

10h 50m.- Se registra otra vez 1/8 de nubosidad, siempre hacia el E-Se-E, formada por altocúmulos - altoestratos y fractocúmulos con dirección Ne.

10h 51m.- El viento aumenta.

10h 59m.- Temperaturas: al Sol 42º, a la sombra 26,9º.

11h 00m.- Aumentan los octavos, coincidiendo con el cambio de luz producido por la disminución del disco solar (tenemos una luz blanquecina). Se observan altocúmulos, altoestratos, fractocúmulos y fractoestratos (AC-AS-FC-FS), de dirección Ne, aumentando las nubes bajas que se transformaban en estratocúmulos, aunque la mayoría de ellas so observaban hacia el interior (Taita Hills), lo que no suponía un problema. Sin embargo, no desaparecieron –ni mucho menos- los altocúmulos y altoestratos, sino que, antes bien, iban adueñándose del cielo, peligrosamente asociados a velos de cirroestratos y bancos de cirrocúmulos.

11h 09m.- Temperaturas: al Sol 38,9º, a la sombra 26º. El viento aumenta de intensidad (4 Nw) y sopla en dirección NE.

La presión atmosférica es en estos momentos de 954,9 mb.

11h 20m.- La obscuridad es manifiesta. Hay muchas nubes y, por ello, crece nuestra inquietud. Las golondrinas han desaparecido. Temperaturas: al “Sol” 32,8º, a la sombra 28,8º. En cuanto a la nubosidad hay que decir que el cielo está a 6/8 cubierto, con predominio de altocúmulos y altoestratos.

11h 24m.- De pronto, desaparece el último rayo de luz ... ¡LA CORONA AL FIN!. El silencio se hace repentinamente. El murmullo incesante de la sabana africana ha enmudecido. Todos los animales permanecen en silencio. Para ellos, el eclipse debe de representar un fenómeno incomprensible, como si un extraño animal hubiera devorado al Sol.

Alrededor del obscurecido Sol quedaba un cerco con un espesamiento casi repentino de las nubes medias, que se formó unos momentos antes de la totalidad, dando la impresión de ser altoestratos más que altocúmulos. Había, además, abundantes cirroestratos, mientras que eran prácticamente despreciables los temidos fractocúmulos, estratocúmulos y fractoestratos, muy aislados y hacia el interior.

Las máquinas funcionan a ritmo desenfrenado. Apenas tengo tiempo para filmar, observar y escribir.

11h 25m.- Temperaturas: al Sol (es broma) 30,2º, al “eclipse” (termómetro negro) 27,2º. Viento NE, 2,3.

Presión atmosférica: 955,3 mb

11h 26m.- Allá lejos veo a un mono –me parece que es un papión-. Mira al cielo asombrado y lanza unos extraños sonidos. Quizás sea este el motivo que de lugar a que en su cerebro se formen nuevas conexiones, las cuales sean responsables de un salto en su evolución. ¿Fue así como surgió la inteligencia en el hombre?

La Corona no tiene grandes dimensiones, tal como se esperaba en un año de máxima actividad solar. Ello ha podido deberse a que ya se encontraba en un fuerte descenso de su actividad, después del máximo registrado en 1979. Por otra parte, la corona se hallaba casi uniformemente repartida, por lo que resultaba difícil determinar las posiciones heliocéntricas.

Las corrientes coronales eran de una gran belleza y se observaron plumas y chorros de una longitud igual a unos tres radios solares. Recordemos que estros chorros son la alineación que toma el gas electrónico de la corona K a dos millones de grados Kelvin, bajo la influencia de los potentes campos magnéticos solares y que las diferencias de brillo y matiz corresponden a diferencias de densidad en el plasma coronal.

También eran visibles perlas cromosféricas o de Bailly -debidas a la luz de la fotósfera solar que se filtra a través del accidentado limbo lunar- así como una gran protuberancia de desarrollo horizontal.

Nos envuelve una luz espectral blanco azulada, como si se tratara de la emanada de un extraño fluorescente suspendido en el cielo.

11h 26m.- Observamos una leve brisa en dirección Oeste. Viento completamente opuesto al anotado en todas las observaciones anteriores y de fuerza 2 a lo sumo. Como ponemos ver, el “viento del eclipse” va retrasado dos minutos en relación al comienzo de la totalidad.

11h 28m.- Por el borde oeste del negro disco, surge un chorro hiriente de luz que dispara los fotómetros y obliga a cerrar los diafragmas de los instrumentos. Ha concluido el medio del eclipse. ¡Hurra!

11h 30m.- Ha transcurrido apenas un minuto desde el fin de la totalidad y un frente de nubes ha cubierto el disco solar. Nos hemos salvado por un pelo ...

11h 34m.- Temperaturas: “al Sol” 29º, a la sombra (termómetro negro) 27,3º. En este momento, con el Sol totalmente nublado, había 7/8 de altocúmulos, altoestratos, estratocúmulos, fractoestratos y cirrocúmulos, nubes en todos los niveles y en capas espesas.

11H 43m.- El Sol luce entre las nubes. Temperaturas, al Sol 31º, a la sombra 30,2º

12h 05m.- Sol velado. Temperaturas: al Sol 41,2º, a la sombra 39,2º

12h 10m.- No observamos a ningún pájaro. Han remontado vuelo de los árboles y se han ido.

12h 35m.- Cielo cubierto en 7/8. La dirección de las nubes siempre es del Este y Ne, salvo las bajas, que vienen del Norte desde las 12h 05m.- Temperaturas: al Sol 57º, a la sombra 52,2º (termómetro negro).

13h 25m.- Presión atmosférica: 953,0 mb









EXPERIMENTOS REALIZADOS DURANTE LAS DIVERSAS FASES DEL FENOMENO.


1º.- Filmación en 16 mm. de las diversas fases de la parcialidad y filmación continua de los cuatro minutos de la totalidad, gracias a una bobina de película de 120 metros de longitud.

2º.- Registro fotográfico de las protuberancias, corona interna y corona media a través de un teleobjetivo de 4,8/500 provisto de un duplicador de focal en película Ektachrome 200 ASA.

3º.- Registro fotográfico de la corona interna, media y externa en luz integral y en la longitud de 530 nm. sobre película técnica SO-115 a través de un teleobjetivo de 5/300.

4º.- Registro fotográfico de la corona interna, media y externa sobre película Ektachrome 200 ASA a través de un teleobjetivo de 5,5/450.

5º.- Registro meteorológico sobre el barógrafo-termógrafo de las respectivas curvas, así como mediciones periódicas del higrómetro y de un termómetro ennegrecido expuesto al Sol.

6º.- Registro fotométrico y estudio de la curva de luz..

7º.- Cronometraje de los contactos y duración de la totalidad.

8º.- Estudio del comportamiento del personal y la fauna durante el fenómeno.


(1) Para la filmación del eclipse se utilizó una cámara de 16 mm “CP” con un teleobjetivo “Angenieux” telezoom de 50-500 mm, acoplada a una montura ecuatorial. La película utilizada fue la Kodak Colour Negativa II Film 7247

(2) En los instantes de la parcialidad se empleó un filtro de densidad neutra Wraten 5..0

(3) Durante la fase de la totalidad se abrió lentamente el diafragma desde 11 a 4 y a 2.3, sucesivamente, con una breve retención. Luego, al final de la totalidad se invirtió el proceso

Otro de los trabajos realizados durante el desarrollo del eclipse ha consistido en el registro de la variación de la intensidad luminosa del Sol a medida que progresaba el fenómeno. Para ello se ha utilizado de un fotómetro dotado de una célula fotorresistiva capaz de apreciar intensidades comprendidas entre los 350.000 y 0,1 lux. El instrumento, además, va provisto de autocalibrado para asegurar que la respuesta sea prácticamente lineal a todo lo lardo de la escala.

En principio, el experimento apenas difería de los realizados por Fabry en 1903 y Kimball en 1914, cuando determinaron el valor de la constante luminosa solar que llega a la Tierra . Es decir, consistió en medir la iluminación que ejercía el Sol sobre una pantalla blanca, reduciendo luego los datos obtenidos, suponiendo que nuestra estrella se hallaba situada en el cénit y que la transparencia atmosférica era máxima.

Generalmente, una experiencia de este tipo adolece de varios defectos. En nuestro caso se pueden citar los siguientes:

a.- No fueron tomados registros fotométricos del Sol con varios días de antelación, lo que ha hecho imposible estudiar con detenimiento las irregularidades de la transparencia atmosférica de la zona de Voi.

b.- La pantalla de medición no estuvo instalada sobre una montura ecuatorial que asegurase en todo momento una perfecto alineación con el Sol.

c.- Inmediatamente después de finalizada la fase de totalidad del eclipse, el cielo se cubrió de nubes, lo que hizo imposible completar la curva de luminosidad y, por consiguiente, comprobar su simetría.

d.- La fase de parcialidad se inició cuando el Sol todavía se encontraba bastante bajo sobre el horizonte.

e.- Parte de la luz ambiente incidió directamente sobre la pantalla, falseando en gran medida las lecturas del fotómetro, principalmente durante la totalidad.

Con todo, desde un primer momento nos sorprendieron unas amplias variaciones de la intensidad de la luz solar en ciertos periodos de la fase de parcialidad del eclipse, como la que aconteció entre las 09h 15m.- y 09h 32m.- en que en vez de disminuir la intensidad de la luz, esta pasó de 17.785 a 33.520 lux, o que a las 10h 00m.- y 10h 10m.- las lecturas fuesen respectivamente de 2.412 y 3.123 lux.

De igual manera resultó chocante que entre las 10h 20m.- y las 10h 30m.- la luz solar permaneciese prácticamente estable, oscilando alrededor de los 1.890 lux.

Si bien estas anotaciones pueden hacer pensar en falsas lecturas del fotómetro, hay que descartar tal posibilidad, al haber sido registradas, en mayor o menor grado, súbitas alteraciones en los termómetros y el higrómetro coincidentes con las del fotómetro, por lo que tales variaciones luminosas sólo pueden ser explicadas por cambios rápidos en la trasparencia atmosférica.

No obstante, habremos de esperar ha realizar los estudios con todos los datos disponibles y utilizando procedimientos electrónicos, cosa que sólo será posible cuando retornemos de la expedición. Sin embargo, a grandes rasgos, podemos avanzar que, conforme lo esperado, en la fase inicial del eclipse, la disminución de la luminosidad fue muy lenta, ya que el área solar ocultada por la Luna era poco importante y, además, correspondía a zonas periféricas del disco solar; en donde el oscurecimiento del limbo es muy notable.

Durante la fase central de la parcialidad, al ser ocultada una superficie mayor, la de más brillo, la caída de luz fue casi en picado; en tanto en que la fase final, hasta la totalidad al ser eclipsadas zonas marginales por el oscurecimiento de limbo, la disminución volvió a ser más lenta.

En términos absolutos, durante la fase de parcialidad, la luminosidad pasó de –26,72 a –17,99 magnitudes. O sea, que la iluminación disminuyó más de 3.000 veces; mientras que desde que se inició el eclipse hasta la fase central de la totalidad, la variación fue de –26,72 a –14,25 magnitudes; lo que equivale a decir que la luz descendió unas 100.000 veces. No obstante, es preciso matizar estos últimos resultados. En efecto, según ya se ha hecho constar, la pantalla de medición captó tanto la luz solar como la del ambiente, y éste debió exceder en mucho a la de la corona solar.

Así, en distintos eclipses se han realizado estudios sobre la intensidad de la corona y, aunque los resultados son algo dispares entre sí, en promedio vienen a indicar que su intensidad equivale aproximadamente a la mitad de la que produce la Luna Llena. Como sea que en nuestro caso el fotómetro registró una intensidad ocho veces mayor a lo registrado por otros investigadores, parece ser necesario dividir los resultados por ese factor. En tal caso, la magnitud total de la corona debió de ser cercana a –12.

A esta misma conclusión se ha llegado a partir de la última magnitud registrada en la fase de parcialidad (-17,99), pues se sabe que el límite extremo del limbo solar es 100 veces más luminoso (5 magnitudes) que la corona hasta una distancia de dos radios solares; en tanto que esta relación, si se extiende al conjunto de toda la corona, es de unas 6 magnitudes, lo que nuevamente conduce al valor de –12 como magnitud absoluta de la corona y de lo que se deduce que el descenso de la luz durante la primera mitad del eclipse fue cercano a 800.000 veces.

Este dato es únicamente teórico; puesto que teniendo en cuenta la difusión y la absorción atmosférica desde el inicio del eclipse hasta el centro de la totalidad, nuestras retinas acusaron únicamente una disminución de luz cercana a 75.000 veces referida a la luminosidad ambiente, y a más de 620.000 veces en el caso de dirigir la visión directamente al Sol.

La absorción atmosférica cenital en la zona de Voi, sin contar las súbitas variaciones de transparencia, ha sido estimada en 0,89(+,-)0,04 magnitudes. Esta cantidad debe de ser restada de los valores absolutos para obtener los reales, a los que todavía deben de ser sustraídas algunas décimas de magnitud, según fuese la altura del Sol sobre el horizonte.

La iluminación relativa del ambiente en el centro de la totalidad equivalió a cuatro veces la de la Luna Llena (situada en el cénit y con transparencia máxima), habiendo sido observados, sin dificultad, a simple vista los planetas Mercurio y Venus, así como las estrellas más brillantes.

Pese a ello, hemos de dejar constancia de que nunca hubo “noche cerrada”, sino más bien un sobrecogedor y extraño crepúsculo, al encontrarse iluminado el horizonte por el Sol en sus cuatro puntos cardinales; puesto que la Luna originaba un cono de sombra de sólo 80 kilómetros de radio.

Como curiosidad podemos decir que la iluminación que existía en nuestro campo de observación se hallaba en el umbral del ojo para la lectura de un periódico, siendo perfectamente visibles todos los objetos del entorno; si bien el manejo de las cámaras fotográficas (cambios de velocidad, filtros, etc.), el del control de los experimentos a realizar, las anotaciones y las lecturas de los diversos instrumentos de medición, únicamente pudo realizarse eficientemente gracias al empleo de linternas eléctricas.


NOTA FINAL SOBRE EL ECLIPSE


Este será el eclipse de Sol nº 50 de la serie de saros nº 130, que de ahora en adelante llamaremos “SerieKenia-80”. Esta serie se inicia con un pequeño eclipse parcial de Sol visible en la Antártida el 20 de agosto del año 1.096 de Nuestra Era.

En el año 1.475 da comienzo la serie de eclipses totales, cuyo último eclipse total tendrá lugar en el año 2.232.

El ciclo de la serie “Kenia-80” finalizará en el año 2.394 con un pequeño eclipse parcial (magnitud máxima 0,0031) cerca del Polo Norte)

El mayor eclipse total de la serie Kenia-80 ocurrió el 11 de junio de 1619, en el que la fase central o de totalidad llegó a durar seis minutos y cuarenta y un segundos, siendo visible desde el Africa Ecuatorial.

Otro de los eclipses más importantes de esta serie (el número 44) fue el del 12 de diciembre de 1871, ya que el astrónomo Pierre Julens Janssen realizó observaciones espectroscópicas, las cuales le permitieron demostrar que la Corona no era un efecto atmosférico, sino que formaba parte de la estructura del Sol. Más tarde, el propio Janssen demostraría que la forma del la Corona guardaba estrecha relación con el ciclo de manchas del Sol.

El 25 de enero de 1944 el famoso dibujante Hergé, creador del celebérrimo Tintín, observó desde América del Sur el eclipse total de Sol que constituía el número 48 de esta serie. La observación del fenómeno inspiró a Hergé a escribir el cómic “El templo del Sol”, otra aventura de Tintín, basada, como es lógico suponer, en el eclipse.

El siguiente eclipse total (el nº 49) tuvo lugar el 5 de febrero de 1962, visible desde Australia y Pacífico

El 26 de febrero de 1998 tendrá lugar el nuevo eclipse de esta serie (el nº 51). La línea de la totalidad barrerá Panamá, Colombia, Venezuela, Aruba, Curaçao, Montserrat, Antigua i Guadalupe.

El nº 52 ocurrirá el 9 de marzo del 2016.

A continuación, damos una pequeña relación de los eclipses de Sol de la Serie Kenia-80, que se han sucedido y sucederán en un período de algo más de ciento cincuenta años:

Nº 42: 2 de diciembre de 1853
Nº 44: 12 de diciembre de 1871
Nº 45: 23 de diciembre de 1889
Nº 46: 3 de enero de 1909
Nº 47: 14 de enero de 1926
Nº 48: 25 de enero de 1944
Nº 49: 5 de febrero de 1962
Nº 50: 16 de febrero de 1980
Nº 51: 26 de febrero de 1998
Nº 52: 9 de marzo de 2016
Nª 53: 20 de marzo de 2034

RESUMIENDO: La Serie Nº 130 da comienzo en el año 1.096 de nuestra era y finalizará en el 2.394. Los eclipses totales se inician en el 1.475 y concluirán en el 2.232.


Después de poner en orden nuestras notas, tomadas febrilmente a lo largo del desarrollo del eclipse, nos bebemos unas cervezas frescas que bien merecidas las tenemos.

12h 40m.- Aparece una furgoneta. De ella bajan unos belgas. Son astrónomos que estaban en el Voi Safari Lodge. Entre los miembros de este grupo se encuentra Patrick Poitevin, de la Eclipse Section VVS Bélgica, y a quien tuvimos oportunidad de conocer ayer, cuando subimos al Voi Safari Lodge por primera vez .

Excitados, nos preguntan si también a nosotros el cielo se nos cubrió en el momento de la totalidad. Al decirles que pudimos realizar el seguimiento de la totalidad sin contratiempos, nos felicitan, pero no pudieron disimular su decepción (más bien diría envidia y, creo, que para sus magines estarían pensando que al Duque de Alba nos echó una mano desde los infiernos).

Tras de las charlas y los cambios de impresiones de rigor, los astrónomos belgas nos dan su dirección y nos ruegan que les enviemos unas fotografías del evento.

13h 14m.- Temperaturas. al Sol 60º, a la sombra (termómetro negro) 55,8º.

Me indican que haga constar los siguientes tiempos, correspondientes al último contacto:

1º.- Medición por cálculo de US Naval Observatory : 13h 00m 59,31s
2º.- Cronómetro de Gómez........................................ : 13h 00m 59,31s
3º.- Cronómetro de Alfredo....................................... : 13h 00m 58,64s

Los nervios se distienden y la gente comienza a actuar como si fueran autómatas. No obstante, el humor aún no se ha perdido y con cámaras y filmadoras efectuamos unas tomas para la posteridad, luciendo las camisetas con el escudo de COSMOSUR, salvo una excepción: yo. ¿Por qué? Pues sencillamente porque me dejé mis camisetas en Barcelona; de manera que la Posteridad verá a todo un grupo de gentes sonrientes ataviadas con unas vistosas camisetas blancas con un magnífico escudo –made Juan Vidal- y a un señor, muy serio él- vestido con una camisa roja a cuadros, unos vaqueros, botas de campaña y tocado con un sombrero blanco (uno de aquellos de algodón que hace años llevaban los jugadores de tenis).

El Sol, allá en el cénit, nos envía sus rayos abrasadores a través de las nubes, muy espesas por cierto. La temperatura es de 62º ¡Todo un récord y más si pensamos que el cielo está cubierto!

Noto que el cuerpo se me enciende. Pero, no me pongo ligero de ropa. Es preferible pasar calor a quemarse (en realidad, dentro de mis ropas había creado un microclima y, paradójicamente, yo aguantaba mejor el calor que el resto de mis compañeros que iban con ropas ligeras).

El pobre Alfredo está torrado y comprobamos con horror que las toallas húmedas han ayudado a la radiación solar, de modo que las pieles en donde colocamos dichas toallas se muestran ahora muy enrojecidas.

Javier se desespera ante la cantidad de cosas que están por ordenar. Yo, ayer noche, me puse a ordenar el coche de la intendencia (el KVH 223) y haciendo esta tarea pude darme cuenta de lo sobrecargados que vamos.

Juan comienza a desmantelar las tiendas de campaña.

La recogida de toda nuestra impedimenta se está convirtiendo en una odisea. En teoría, nuestro equipaje habría tenido que disminuir (sobre todo por el consumo de alimentos), pero, en cambio ahora no hay forma de colocarlo todo en los coches. Por ejemplo, hay dos mochilas y tres bolsas que no hallamos la manera de acomodarlas en los vehículos.

El calor se hace insoportable. No hay donde guarecerse de los rayos del Sol. Las ganas de marcharse de este lugar se están convirtiendo en un afán imperioso.

Mi cuerpo arde. Miro a algunos de mis compañeros y me preocupa el verles encendidos como una brasa de carbón.

Al fin hemos dado con la manera de meter las dichosas mochilas (una de ellas era la mía) en el vehículo de intendencia. Las hemos colocado en la parte de atrás. Lo malo es que el resto del asiento, un espacio minúsculo, hemos de ocuparlo Gómez y yo.

Ha llegado el momento de la partida. Los vehículos se ponen en marcha Enfilamos el polvoriento camino y salimos del parque en dirección al Taita Hills Lodge, el cual se halla emplazado en la parte Oeste de este parque (por ello se le denomina TSAVO WEST).

La incomodidad de los que viajamos en la parte posterior del vehículo de intendencia (conducido por Javier y figurando como copiloto Alfredo) es muy grande. Apenas puedo escribir debido al traqueteo del vehículo y mi pierna derecha me duele terriblemente, gracias a la postura. Menos mal que la brisa que penetra por las ventanas causada por el desplazamiento del coche nos reconforta un poco.

Mientras hacemos la travesía, puedo apreciar que los rasgos fisonómicos de los negros con los que nos vamos topando han cambiado. Ahora estamos en presencia de los masais (allá, a mi izquierda estoy viendo a uno de ellos. Es un pastor que lleva un rebaño de vacas).

Nos desviamos a la derecha y ponemos gasolina en una estación que se hallaba ubicada en aquellos parajes. De inmediato, nuestro vehículos quedan rodeados por una multitud de indígenas. Van vestidos a la usanza europea. Miran con curiosidad nuestras banderas y algunos llegan a tocarlas. Los encargados del servicio limpian, también, los polvorientos parabrisas.

Esta parada me ha venido de perillas, pues he podido, por fin, estirar las piernas y mitigar el dolor de mi pierna derecha.

Reemprendemos la marcha.

El paisaje, muy verde, está poblado por plantas que resultan exóticas a nuestros ojos.

Imponentes moles montañosas se levante a nuestro alrededor. Al fondo, macizos montañosos –rascacielos naturales- se elevan sobre el horizonte. Son las Taita Hills La montaña que tengo a mi derecha presenta estratificaciones horizontales bien diferenciadas.

El camino se vuelve polvoriento. El asfalto ha desaparecido hace un rato; pero, no tardamos en entrever el final de nuestra ruta.

Hemos llegado a lo que parece una frontera. Hay guardias armados. Dos turistas de apariencia norteamericana, muy enjoyadas, nos miran con curiosidad. Los guardianes nos piden que les mostremos las reservas del hotel. Así lo hacemos. Todo está conforme. Levantan la barrera y nos dicen:

- Well, go ahead!

Poco después llegamos al complejo turístico.

La apariencia del Taita Hill Lodge es lujosísima. La verdad es que hemos quedado gratamente sorprendidos. Vaya remate final para coronar nuestro éxito.

Unos negros, elegantemente ataviados con blusas y pantalones, se afanan por descargar nuestro equipaje. Su aspecto es muy distinto a los negros que hemos visto en Nairobi, o los del Tsavo East.

El lujo rezuma por doquier. El hotel es confortable, y tanto en su arquitectura como en su distribución el cuidado y esmero imperan. El salón tiene sus paredes levantadas con adoquines de cuarzo. Casi en el centro, y enfrente de la recepción, está ubicada la chimenea, a la que bien podríamos calificar como “llar de foc” circular. Los sillones son de mimbre estilo “Emanuelle”.

Sobre nuestras cabezas, el techo está adornado con cañas de bambú.

Los jardines que rodean el campus del Taita están muy cuidados; en tanto que las fachadas del edificio están prácticamente cubiertas por buganvillas.

Sólo un detalle tonto y, supongo, de origen anglosajón, rompía el buen gusto y la ponderación. ¿Cuál? Inimaginable. Resulta que por los jardines discurren ríos artificiales de agua, poblados de plantas acuáticas. Pues bien, no se les había ocurrido otra cosa a la dirección del hotel que el colocar altavoces camuflados que, a todo volumen, obsequiaban a la parroquia con el sonido del croar de ranas y sapos.

Por esta razón, nada más llegar, quedamos asombrados por el ruido que allí había y, en lugar de engañarnos, como buenos hispanos, dimos pronto con la verdadera naturaleza de aquel barullo, mientras se efectuaban los trámites en la recepción. En verdad que el descubrimiento de un detalle tan estúpido nos produjo un efecto hilarante.

Las habitaciones eran de gusto refinado. Alfredo y yo fuimos a la número 209. Las llaves de la puerta van prendidas en un enorme taco de madera. El recinto era espacioso. Tenía dos camas y un cuarto de baño con servicio completo. Un detalle que nos llamó la atención es que sobre la cama en el techo, pendían sendas mosquiteras, a adosadas a las lámparas.

Nuestro pesado equipaje nos lo subió un empleado, mayor él, y dado que nuestro cambio era exiguo, le dimos un billete de 20 k.shs.

Alfredo se quejaba de las quemaduras. Su rojez era extremada, pero el chico aguantaba; aún a pesar de la paliza que había significado el pasarse casi toda la mañana expuesto al Sol, al pie de su cámara de filmar de 16 m.m.

Los primero que hicimos, una vez aposentados en la habitación, fue darnos una baño largo, largo, laaargo. Dejamos un agua rojiza debido al polvo africano que llevamos incrustado en nuestra piel.

Seguidamente, fuimos al balcón en donde quedamos extasiados por la belleza del panorama que teníamos delante de nuestros ojos. Un vasto territorio del Tsavo West se extendía hasta perderse en el horizonte mismo. No era un paisaje monótono pues podíamos observar algunas ondulaciones, curso de agua y hasta una especie de lago que, por su forma, dedujimos que era artificial y construido exprofeso para que los animales vinieran a beber en sus aguas. Lo cual, en verdad, debía deleitar a los turistas afincados en el Taita, pues de este modo podían asistir al espectáculo sin moverse siquiera de sus habitaciones.

Bajamos al salón y nos sentamos en una mesa redonda, en la que habían cuatro sillones. Poco después viene un camarero. Yo le pido una cerveza; pero Alfredo quiere un cubata. ¿Cómo podemos decírselo al camarero para que lo entienda?. Finalmente optamos por el camino más corto y directo; así que le dije en mi inglés insuperable (por lo malo, se entiende):

- Sailor, please, my friend want one “Coca Cola” with gin. Is possilbe?

- Yes sires. No problem.

Al cabo de un rato, regresó con lo que le habíamos pedido, momento que aprovechamos para pedir otra cervecita, pues Eduardo se había reunido con nosotros.

Otro camarero nos dejó sobre la mesa un recipiente de forma cóncava –como si fuera un bol- lleno de ... ¡patatas fritas!, las cuales duraron poquísimo, ya que en un santiamén nos las zampamos. Después, otro camarero hizo acto de presencia y nos encendió una vela, la cual colocó en el centro de la mesa.

El servicio aquí no cesa. En este momento nos han hecho llegar la factura de nuestra consumición; así podemos ver que por un cubata, dos cervezas y ¿las patatas y la vela? nos cobran 12,50 k.sh (unas ciento veinticinco pesetas).

Definitivamente podemos afirmar que las patatas no van incluidas en el importe de la consumición, puesto que una vez que ya habíamos pagado, otro camarero nos trajo otro cuenco con más.

Poco a poco fue bajando el resto de los miembros de COSMOSUR; de modo que las patatas y las cervezas desaparecían que daba gusto.

Juan Vidal le dijo a un camarero:

- Please, patatoes for me!

Aquel, con aire chungón, le respondió:

- For you? ... And the others sir?

Luego pasamos a “dining room”. El comedor es un salón alfombrado. Los sillones tienen un respaldo muy alto, de tal forma que te obligan a mantenerte en posición erguida una vez te has sentado en ellos.

Por cierto que los camareros te acomodan en ese asiento cuando tu tratas de hacerlo por tí mismo, sin pensar que lo va a hacer el empleado de turno y este lo hace con tanta rapidez que, en mi caso, me encontré con que mi mano derecha había quedado atrapada entre el reposabrazos de la butaca y la superficie inferior de la mesa.

Cenamos con buen apetito y en animado coloquio. Javier nos contó su “romance” matutino con una de nuestras vecinas de campamento. Resultó que no eran inglesas, sino alemanas y que la señora que acompañaba a la más joven era la madre de esta. Por lo que la alemana dijo, su padre había sido un excelente cazador en estas tierras. Actualmente tienen en Nairobi almacenes de su propiedad y, según manifestó, a nuestro regreso podríamos efectuar diversas compras en ellos.

Cuando acabamos de cenar, vino uno de los camareros y nos preguntó si la cena la pagábamos, o bien si éramos residentes. Javier le dice que somos residentes (aunque mañana, antes del mediodía tenemos que marcharnos). El empleado no hizo más preguntas, de manera que la cena nos ha salido gratis.

Después, seguidamente, pasamos al salón del café o, en su caso, el del té. Aquí te sirves tu mismo, con la salvedad de que si, por ejemplo, quieres hacer un carajillo con el café o tomarte una copa, debes de ir al bar, en donde no sirven ni té ni café, pero si sí licor. Costumbres que perduran del pasado colonial británico.

Mientras saboreábamos el café, hicieron acto de presencia dos misioneros que llevaban a un grupo de niñas graciosamente ataviadas. Por nuestra parte, hubimos de levantarnos del lugar que ocupábamos, dado que los misioneros y las niñas tenían que ubicarse allí precisamente para cantar; puesto que, en realidad, se trataba de una coral.

Las canciones que el coro iba desgranando eran tanto africanas como europeas. Las que, particularmente, más nos gustaron fueron las que tenían el ritmo de estas latitudes.

Al filo de la medianoche, Alfredo y yo nos retiramos a nuestra habitación.

Al asomarnos al balcón pudimos ver que la noche era magnífica. Por ello, no resistimos la tentación de sacar alguna fotografía al Firmamento. Para ello, colocamos la cámara fotográfica de Alfredo sobre un trípode (sin seguimiento de relojería) y la dejamos en exposición. Por lo menos queremos llevarnos el rastro de las estrellas circumpolares del sur.

A mí me pareció irreal el estar contemplando aquellos cielos. No puedo describir lo que siento. Casi diría que tengo un nudo en la garganta. Toda mi vida he deseado el estar “dentro” del mundo estelar. He deseado vagar por el Cosmos y, no obstante, una especie de fuerza se ha opuesto pertinazmente a este sueño. Por un lado, hace ya un tiempo, fui bruscamente apartado de la senda de los vuelos espaciales y, por otro, siempre he vivido y trabajado en lugares en donde no se veía nada del cielo. Siempre ahogado entre cuatro paredes. Por eso, en estos momentos quisiera que el tiempo se detuviera o, cuando menos, que mi vida diera un giro de 180ª, como lo dio en aquel maldito martes once de junio de un año cuya cifra no quiero acordarme.

Mientras el tiempo discurría, nuestras miradas se clavaban en el horizonte. Esperábamos la salida de la estrella más próxima al Sol: Alfa del Centauro.

- Mira Alfredo, allá sobre las colinas del fondo. Me parece, me parece ...

- No. No es la que tu piensas. Vamos, me supongo. He consultado el Menzel y esta estrella es Hadara.

Por fin, a las 23h 11m, una brillante estrellita se eleva sobre el horizonte. ¡Esta sí que es Alfa del Centauro! Por primera vez en nuestras vidas hemos conseguido ver la estrella (en realidad las dos más brillantes, ya que se trata de un sistema triple) más cercana a la nuestra. Entre ella y nosotros median cuatro años de luz. Quizás en un tiempo venidero, alguna Expedición Cosmosur logre salvar esa distancia y pueda llegar a observar los eclipses que tengan lugar en ese sistema estelar que, a buen seguro, tiene planetas.

Después, cada cual se sumergió en sus propios pensamientos ante la contemplación del magnífico panorama estelar hasta que, finalmente, el sueño nos venció y caímos como plomos en las camas. No obstante, aún tuvimos el humor de descolgar las mosquiteras.

Mientras, hasta nuestros oídos llegaban, como eco lejano, las voces de las niñas que cantaban, nuestros pensamientos se iban diluyendo en los campos de las estrellas lejanas, que algún día no lo estarán tanto ...




D O M I N G O 17 DE FEBRERO DE 1980


Cuando me despierto tengo una extraña sensación, ya que me encuentro como envuelto en una nebulosidad. Es el efecto de la mosquitera que anoche desprendí de la lámpara, la cual difumina la luz, dando lugar a ese raro efecto.

A mi izquierda, Alfredo duerme todavía. Me levanto y me dirijo al balcón. El panorama que desde él se divisa es formidable. En el lago que divisamos ayer observo que hay algunos animales bebiendo. En la verja sur del Taita unos guías están preparando vehículos. Dentro de poco, algunos privilegiados millonarios harán una correría por estos vastos dominios.

No sé cuanto tiempo estuve embobado contemplando aquel soberbio espectáculo natural, ya que para un urbanita u hombre de ciudad es difícil que pueda imaginar lo que son estos horizontes africanos y lo que significa el estar viendo un mundo completamente distinto al que le ha tocado vivir.

Las Taita Hills son consideradas por los visitantes como la Suiza de Africa, pues contrastan en gran manera con las planicies semiáridas que las rodean. Son, en efecto, un refugio de verdor y frescor en donde cobijarse o huir de los terribles calores del Tsavo East.

El lodge del Taita está situado a unos 985 metros sobre el nivel del mar; por ello, desde esta colina se divisa tan bien la extensa llanura del Yatta Plateau. No debo dejarme en el tintero, el hecho de que desde la cima del pico Vuria, que se eleva hasta alcanzar los 2210 metros de altura, ubicado en esta cadena montañosa, el pastor austríaco Johann Rebman, en 1848, tuvo la sorpresa de entrever en la lontananza la cima blanca de una montaña que, a la distancia que supuso que se hallaba, debía de tener unas proporciones gigantescas y que, hasta aquella fecha, nadie había hecho mención.

Como Rebman estaba afectado de miopía, el relato de su visión causó incredulidad; sin embargo, más tarde, pudo comprobarse la veracidad del asunto y convenir que, efectivamente, Rebman llegó a descubrir el Kilimanjaro, pues de esa montaña tan afamada se trataba.

La región está poblada por las tribus de los taitas y wa-akamba. Los taitas, pueblo que habla una lengua bantú, ocupa la región comprendida entre Voi y Tanzania. Sus “shambas” son parcelas de terreno cultivadas de manera intensiva, lo cual demuestra sus aptitudes agrícolas; sin embargo, no hay que menospreciar en la guerra a este pueblo, pues los taitas son unos temibles guerreros.

Vuelvo al interior de la confortable habitación y Alfredo, desde el interior de su mosquitera, me da los buenos días.

- Vamos arriba, remolón. Levántate ya, que hace un día magnífico. Venga hombre. Sal al balcón y verás un espectáculo soberbio.

Alfredo no se hizo de rogar y, mientras él se explayaba a sus anchas contemplando la hermosa panorámica y tomando unas vistas con la cámara de filmar, yo me daba un solaz recreo en el cuarto de baño.

Qué pena daba el pensar que dentro de muy pocas horas tendríamos que abandonar tan idílico lugar.

Cuando yo salía del baño y Fredy se disponía a entrar en él, de improviso, la puerta de nuestra habitación se abrió y apareció un camarero.

- OH, scuse me sires. I sorry...!

Nos dijo, primero poniendo una cara de sorpresa por su metedura de pata y, después, una sonrisa burlona se dibujo en sus labios, ya que se había fijado en la ropa que teníamos tendida en la habitación, colgada a lo largo de un cordel que salía, precisamente, del baño y terminaba en la ventana

C’est la vie, monsieur! Comprendemos que esta habitación número 209, cuyo precio es de 450 k.sh. por noche, no merece convertirse en un tendedero; pero, quién sabe cuando, gentes como nosotros, tendremos la oportunidad de hacer otra colada.

Una vez que ya estuvimos aseados y puestos guapetones, bajamos al salón que tiene los sillones estilo Emmanuelle. No pasó mucho tiempo hasta que nos reunimos todos los expedicionarios –incluyendo los del Grupo IBM, quienes habían ido a Malindi y llegaron de madrugada al Taita Hills Lodge.

Nos trasladamos después al comedor y, allí, en tanto nos servían un apetitoso desayuno, los del grupo IBM nos relataban sus aventuras pasadas, así como los pormenores de las observaciones que hicieron del eclipse.

Las paredes, suntuosamente decoradas, ponían un adecuado telón de fondo a nuestras conversaciones; las cuales, como puede suponerse, giraban alrededor de la futuras aventuras que no tardaríamos en experimentar.

Concluido el desayuno, me dirigí a la caja del hotel y allí cambié 60 dólares por 419,10 K.shs. Para efectuar el cambio hube de rellenar un impreso en el había que poner el nombre, la dirección, el país y el número de pasaporte. Como dato anecdótico mencionaré el hecho de que cuando entregué los dólares al empleado de turno, un joven negrito, este, cogiendo uno de los billetes lo besó y me dijo:

- Good, good. This is the best en the world!

Después acompañé a Fredy en sus correrías de cameraman consumado.

A esas horas de la mañana, las piscinas ubicadas en los jardines del Taita estaban ya muy concurridas. Por su parte, con la luz del Sol, las paredes del complejo hotelero, cubiertas de buganvillas, adquirían una policromía difícil de describir.

Debo comentar, también, que encontramos unos folletos en los que se decía que Félix Rodríguez de la Fuente, el famoso naturalista español, había estado allí en el Taita Hills, residiendo mientras realizaba sus observaciones de la fauna del Tsavo.

El tiempo pasó con celeridad y llegó el momento de poner punto y final a nuestra estancia en este lugar. Es muy posible que no volvamos por aquí jamás; pero el recuerdo del Taita Hills permanecerá imborrable en nuestra memoria mientras vivamos; pues, en verdad, ninguno de nosotros había estado nunca en un lugar como éste.

Metimos nuestro equipo personal en los coches y, hacia el mediodía, partíamos rumbo al Tsavo East otra vez.

A las doce y treinta y cinco minutos llegamos a una estación de servicio – la “Total Tsavo Park Serice Station”-, en donde mientras ponían gasolina a los coches y parches a las ruedas que teníamos pinchadas, nosotros nos tomábamos unos refrescos a la sombra de una terracita cubiertas por cañas.

Por doce cervezas y dos fantas nos cobraron 43,50 K.shs. Las cervezas eran de la marca “Tusker Lager”.

Por la reparación de la rueda nos quisieron cobrar, ¡nada menos!, que 90 K.shs. Sin embargo, Rodri, perteneciente al equipo IBM, nos dijo que cerca de Malindi a ellos les cobraron 4 shillings por cada parche. Así que como ahora nos habían puesto cuatro. la suma total no podía superar los dieciséis o dieciocho shillings.

Javier, cabreado, se dirigió entonces al jefe de estación y le exigió una factura en la que se detallaran los servicios prestados para, luego, presentarla ante el “Ministerio”. Aquello debió de alarmar a loa “balubas” (como los llamaba Fredy) de la estación, quienes dieron marcha atrás en sus pretensiones y, finalmente, optaron por cobrarnos 40 K.shs.

A las 12h 57m.- llegamos a la entrada del Tsavo National Park; en donde hubimos de pagar 20 K.shs. por cada coche y 5 por cada adulto.

Entre tanto se hacían las gestiones para tramitar la entrada al parque, los aficionados a la fotografía pudieron deleitarse sacando instantáneas y filmando a unos lagartos gigantes que tenían un variado colorido.

Una vez en el parque, nuestra intención era la de acampar en el mismo lugar que lo hiciéramos la vez anterior; pero, como este sitio estaba ya ocupado por unos turistas, optamos por situarnos algo más al este, cerca de donde se hallan enclavados lo lavabos y baños del camping.

En el lugar elegido hay un grupo de cabañas, una de ellas tiene una especie de pórtico cubierto por cañas. Es en realidad un dormitorio. Cerca de ésta está otra que es una cocina y hay una tercera que es un baño-aseo (la bañera presenta un aspecto lamentable). Al lado de estas cabañas había un recinto, cubierto también por cañas, que sirvió como aparcamiento de nuestros vehículos.

Pocos minutos después de nuestra llegada, se declaraba un incendio en la sabana. El fuego se extendió rápidamente, pues la maleza seca ardía como las teas.

Primero pareció que el frente del fuego se dirigía en dirección contraria del lugar que ocupábamos nosotros; pero, bruscamente, el viento cambió y las llamas se nos vinieron encima.

Había que hacer algo. Por fortuna, cerca de los servicios encontré unas escobas enormes, las cuales resultaron muy eficaces para sofocar las llamas (la ahogábamos dando golpes secos).

Comenzamos nuestra labor de bomberos. Hacía un calor agobiante. En nuestra ayuda vinieron unos japoneses, quienes estaban acampados un poco más lejos de donde lo estábamos nosotros. Estos asiáticos empleaban una especie de alfanjes y cortaban la hierba y matojos haciendo en verdad un cortafuego.

En honor a la verdad, y con pena, debo señalar que no todos los componentes de nuestra expedición trabajaron en esta labor -peligrosa además y que requería el esfuerzo común, si no queríamos tener que salir corriendo de allí, abandonando el camping a su suerte-. Había quien se dedicaba a sacar fotografías. Otro (Josep Gómez) se refugió a la sombra de una de las cabañas y cerca de un grifo de agua porque, dijo, no podía soportar el calor y las mujeres, lejos, contemplaban con los brazos cruzados el desarrollo de la acción.

Afortunadamente, logramos atajar el frente las llamas cuando este se encontraba a escasa distancia del lugar en donde habíamos aparcado los vehículos. Luego, nos dedicamos a ir sofocando los rescoldos que quedaban y que a la menor brisa cobraban brío inusitado.

Finalmente, aparecieron unos camiones llevando a un puñado de negros quienes se dedicaron a acabar de sofocar el incendio. Quizás venían del Voi Safari Lodge.

Pasado el peligro, la mayoría de los componentes de la expedición decide marcharse a visitar el lugar conocido como “Crocrodrile Point”, para fotografiar cocodrilos. Se acuerda, no obstante, que la mejor forma de conservar este lugar es dejar aquí la parte más pesada del equipo, un coche y todo ello custodiado por un pequeño retén. Así se hizo, y el retén lo formamos Juan, Javier y yo.

Mientras Juan y yo preparábamos la comida, Javier subió al Voi Safari Lodge para comprar cervezas frescas.

El menú que preparamos consistió en spaguettis con salsa de tomate, patatas fritas con pimientos (hubimos de prescindir de unas latas de salchichas, pues su contenido se había estropeado a causa del intenso calor), piña en conserva, cervezas frescas (las manteníamos frías dentro de neveras portátiles, en cuyo interior habíamos depositado hielo) y ...¡café, coñac y un puro!

Después de la comida, disfrutando de la extraña paz que reinaba en el camping, nos dedicamos a reposar un rato mientras conversábamos sobre los temas del día. Luego, extendimos unas cuerdas y, acto seguido, nos dedicamos a efectuar la colada de la ropa que teníamos sucia.

Cuando ya se extinguía el corto crepúsculo de estas latitudes, vinieron los que habían ido a ver cocodrilos. No tuvieron demasiada suerte; pues lo único que vieron fueron sus rastros dejados en las arenas del Galana River, huellas que parecían haber sido hechas por motocicletas. No obstante, todos, sin excepción, estaban de acuerdo de que la excursión había merecido la pena, dada la belleza del lugar.

Entonces, nosotros tres, junto con Fredy, dejamos a los demás como guardianes de nuestro campamento y subimos a cenar al Voi Safari Lodge.

Ni que decir tiene que cenamos con gusto y ganas. El comedor estaba menos concurrido que la vez pasada antes del eclipse; pero aún así tenía bastante clientela. El lugar, no me cansaré de decirlo, es idílico.

Nos encontrábamos en una de las terrazas de madera y cañizo que dan a la sabana (llanura de Yatta Plateau), ahora cubiertas por las sombras de la noche. Resultaba chocante que aquí también se escucharan los grillos con su incesante ric-ric, a los que se sumaban los croac, croac de los sapos. Lástima que, al igual que ocurriera en el Taita, todo ello no fuera otra cosa que ruidos enlatados emitidos por los “altavoces de ambiente” que estaban repartidos por los jardines.

Antes de marchar renovamos nuestras provisiones de cervezas y de hielo.

Ya en la puerta misma del lodge, encontramos a dos estupendas señoritas que miraban asombradas a un grillo gigantesco. Javier cogió el bichejo con sus manos y se lo mostró a las chicas. Al momento, entre las féminas y nuestro Tenorio irredento se entabló un animado diálogo en inglés. Muy a su pesar hubimos de dejar a estas damiselas. Teníamos prisa. Si no hubiera sido así, ya tendríamos otro romance en puertas.

Satisfechos como estábamos, dispusimos nuestros pertrechos para dormir. Unos encontraron más seguro albergarse dentro de la cabaña; tres –Llió, Rodri y Señer-, montaron una tienda y se retiraron a su interior. El resto, qué remedio, habíamos de pernoctar en el atrio cubierto de cañizo. El suelo, todo hay que decirlo, estaba cubierto de insectos y algún que otro animalejo, quienes aprovechaban la menor oportunidad para explorar tus ropas o saco de dormir.

La noche era maravillosa, razón por la que Genebriera había montado el telescopio de Gómez y estaba sacando fotografías de la Vía Láctea, en el sector del Cruz del Sur.

La visión del cielo de esta noche quedará grabada imborrablemente en mi memoria. Nuestros espíritus se sentían arrebatados por la grandeza del espectáculo estelar. Estábamos hablando del “Saco de Carbón”, perfectamente visible debajo de la Cruz, cuando en el zénit estalló un bólido. No se oyó ninguna detonación perceptible, sin embargo, el brillo de su explosión iluminó el paisaje y a nosotros mismos con una extraña luz verdosa ...

- ¡Oh!, ¿Heu vist? –exclamó Genebriera.

Por mi parte, me parecía –no me cansaré de repetirlo- imposible que yo estuviera allí contemplando aquel panorama grandioso. Ver por primera vez a Canopus o a la Gran Nube de Magallanes. Tener enfrente a la Cruz del Sur ...Un sueño sin soñar. Si miraba al Norte, casi a ras del horizonte, veía a Casiopea, distorsionada y con forma de M y la Osa mayor al revés.

No menos chocante resultaba el observar que Sirio –Alfa Canis Majoris-, la estrella más brillante que podemos observar en nuestras latitudes septentrionales, aquí parecía ser una más entre las esplendorosas Achernar (Alfa Eridani), Canopus (Alfa Carinae). Además, la constelación del Can Mayor parecía ser más pequeña de como la observamos en Barcelona. Ello es debido a que aquí, dicha constelación se encuentra muy elevada en sus culminaciones nocturnas.

Fue en uno de esos momentos de conversación extasiada, cuando Gómez enfocó, quizás instintivamente, la linterna que llevaba a unos matorrales que se hallaban frente a nosotros y a una distancia de unos quince o veinte metros. De pronto, grito:

- ¡Ondia, qué és això!

Sorprendidos, todos miramos siguiendo el haz de luz. Este se perdía entre las sombras de la maleza. Pero, un poco más abajo que sus partes superiores, pudimos observar dos reflejos de un color amarillo metálico. Parecían dos bolas fosforescentes en la noche.

Durante un rato, estos globos que reflejaban la luz de la linterna permanecieron quietos y fijos. En principio, supusimos que pudieran tratarse de los ojos de una rapaz nocturna. Pero, pronto nos convencimos de que no eran precisamente eso; puesto que, súbitamente, aparecieron otro par de ojos, que también se mantuvieron fijos, como si nos estuvieran observando.

- Mueve la linterna y haz un barrido del campo –Le dije a Gómez.

Así lo hizo. Entonces pudimos ver las siluetas de sus propietarios. No eran buhos. NO, no. Tenían un largo rabo y se apoyaban sobre cuatro patas. Cuando se movían, su caminar era parecido al de un gato, aunque su tamaño era mucho mayor. Si parecían gatos y no eran gatos; entonces ¿qué eran? Pues eran, ni más, ni menos, que leopardos y no había duda alguna que estaban acechando a futuras presas, entre las cuales, claro está, no nos podíamos descartar.

Cuando Javier pronunció la palabra leopardo, Genebriera, raudo y veloz, recogió el instrumental astronómico y nos dijo:

- Bé, nois, dons bona nit a tothom!
- Pero, hombre, Joan, ¿te vas? ¿Es que nos vas a dejar? –Le preguntó en plan chungón Juan Vidal.
- ¡Hostia! Ja ho crec que m’vaig. A mí, aquests bitxos no m’hi fan gaire gràcia.

Gómez todavía aguantó un rato. Pero, finalmente, su producción de adrenalina le abandonó y se marchó también. Así que allí nos quedamos Juan, Javier y yo, quienes decidimos montar una guardia por lo que pudiera pasar.

Javier cogió un tronco de árbol y consiguió hacer una fogata. Por su parte Juan preparó el “escopetu”, como decía, y trajo a Javier el machete de Fredy, quien dormía en el atrio de la cabaña, ajeno a cuanto ocurría, puesto que había sido uno de los primeros en retirarse a descansar. Por mi parte, me armé con mi cuchillo “Bobbie”.

Como por arte de magia, “apareció” una botella de whisky, de la cual fuimos dando buena cuenta a lo largo de nuestra guardia.

Como mudos testigosn de aquella aventura se sumaba la “coniphera sinphorosa” que teníamos a nuestro lado y las miríadas de estrellas que cubrían la bóveda celeste sureña.

Hacia las cuatro se despertó Fredy, quien, extrañado de vernos allí, se acercó y nos preguntó qué es lo que ocurría. Le pusimos al corriente. Fredy se sentó junto a nosotros, se tomo un lingotazo de whisky y, así, los cuatro estuvimos hasta casi el alba.

Esta noche siempre me parecerá un sueño. Allí estaba yo, en compañía de tres camaradas, vigilando un campamento de durmientes, bien ajenos éstos a que estaban siendo acechados por felinos depredadores. Sobre nosotros, el Cielo del Sur. Un Firmamento tachonado de estrellas. ¿Qué es toda esa inmensidad que contemplamos? ¿Por qué y para qué existe? ¿La hizo una Fuerza de inconcebible poder? Si es así, entonces me pregunto si se la hizo para Ël (porque estaba aburrido ante tanta eternidad de Nada) o la hizo para que en esta inmensidad plena de estrellas y mundos medre la vida y de ella surja la luz de la consciencia. Es posible, como alguien dijo, que de todos los Universos posibles éste es el que se ha hecho realidad porque en él puede desarrollarse el hombre. No obstante... ¿por qué, una vez adquirimos consciencia y hacemos posible que el Universo sea una realidad, esa Fuerza nos devuelve a la obscuridad –si es que esta palabra tiene sentido- de la Nada.

“Tan elevados pensamientos”, fueron interrumpidos por un vozarrón:

- ¡Joder, tíos!.

- ¿Qué te pasa Javier? –Dijo Juanito.

- ¡No somos nada!

- Nada de nada, amigo mío – le dije yo-. Apenas un efímero soplo. Un relámpago entre dos oscuridades.

- Pues, como hemos de volver a ser otra vez oscuridad y esta vez para siempre, venga tíos, vamos a darle a la petaca mientras podamos.

Y, de nuevo, bajo las Estrellas lejanas, los cuatro cosmosureños dimos buena cuenta del sagrado néctar.; que, aparte de proporcionarnos calor en la fría noche, hizo que nos sumergiéramos de nuevo en elevados pensamientos. Creo el mejor templo para realizar unas oraciones es el que tiene por techo la bóveda celeste.


Con las primeras luces de la aurora, y calentados por el buen licor que nos había proporcionado Javier, viendo que el peligro había pasado, optamos por retirarnos a dormir.

Debo de señalar que los leopardos estaban acechando a unas gacelas thompson que ramoneaban por allí, encaramándose para comer las hojas de los árboles. Ello lo descubrimos cuando realizamos una exploración a fondo con nuestras linternas de gran alcance.

Al ver a los durmientes (los que se acostaron a primera hora de la noche) ajenos a todas las peripecias, me dieron ganas de despertarlos con un sonoro toque de diana. Pensar que ellos estaban tan tranquilos en el reino de Morfeo, gracias a nuestra guardia y nosotros con una noche en blanco ...hum, hum.

Cuando me metí en el saco, la verdad es me importaban un pimiento los insectos, los animalejos y los leopardos. Juan, en un último solidario gesto, nos pasó la “petaca” de Javier, la cual tenía a mano. Dimos grato gusto al gaznate y nos tumbamos a dormir, que buena falta nos hacía, ya que los miembros del grupo Cosmosur dentro de pocas horas teníamos que ponernos en marcha camino de la mítica Mombasa.


L U N E S 18 DE FEBRERO DE 1980


La gente comenzó a levantarse bien pronto (¡demasiado para los que habíamos estado de imaginaria!!) y había que ver las caras de sorpresa que ponían algunos cuando se enteraban de que los “leones” habían estado toda la noche rondando el campamento.

Mis ropas estaban abarrotadas de insectos que correteaban alegremente de un lado para otro. Decido ir al baño para quitarme toda esa sarta de inquilinos molestos y que, encima, no me pagan el alquiler.

El “baño”, como comprobé ayer, está en una cabaña situada detrás de la que hace las veces de dormitorio y a su lado tiene la de la cocina. En su interior, para mi desgracia, había más bichos y, además, alguien había defecado en la bañera, en lugar de hacerlo en la taza. ¿Por qué? Lo único que se me ocurre es que quien lo hiciera debería tener el trasero muy grande y no lo hizo en el inodoro por miedo a desahogarser fuera ...

Ante este panorama, decidí caminar un poco y marchar a los servicios de ducha del camping, aquellos que de noche se llenan de murciélagos; sin embargo, cuando estuve en su interior pude comprobar que de aquellas aves no había más rastro que el de sus excrementos; lo cual no dejaba de ser un alivio, pues no me hubiera gustado tener que ducharme ante la presencia de aquellos “vampiros”.

Como quiera que las mañanas aquí en esta parte del Tsavo son muy fresquitas, el agua de la ducha salía a aquellas horas fría como el hielo. Pero era reconfortante primero por la limpieza de parásitos que conseguía y, segundo, porque la ducha gélida consiguió despabilarme del todo, ya que con tan escaso reposo no hilaba yo muy fino que digamos.

Entretanto, Javier removía los rescoldos que había en la barbacoa y, al poco, las llamas resurgieron en el hogar. Se colocó un caldero con agua y cuando el líquido empezó a hervir se le echó café molido. Los aromáticos vapores que salían de la olla estimularon el apetito del personal. Pronto del coche de intendencia surgieron las viandas de siempre: pan “bimbo”, margarina, mermelada, azúcar y leche en polvo. Una generosa ración de coñac acompañó al cafetete.

Después de desayunar, recogimos apresuradamente los utensilios y nos dispusimos a partir hacia la mítica y misteriosa Mombasa. En el campo se quedan los del grupo IBM y dos coches.

La circulación por los parques naturales es dificultosa y, en ocasiones, llega a convertirse en una verdadera pesadilla, puesto que las pistas son terrenos pedregosos y polvorientos (el polvo rojizo se mete por todos los rincones y, por ello, los instrumentos deben de ir muy protegidos). Afortunadamente, la ruta que lleva a Mombasa no es una pista, sino una carretera recién asfaltada, por lo que el firme estaba en óptimas condiciones y los coches circulaban de maravilla y a gran velocidad.

A lo largo del trayecto se sucedían contrastes, siempre desconcertantes en Kenia, como por ejemplo el de observar una construcción que nos recuerda a un templo hindú.

Antes de llegar a la ciudad hemos de cruzar un puente de peaje –Mombasa es, en realidad, una isla- El puente se llama Makupa, aunque antes de la independencia se le conocía como Puente de Salisbury. El puente estaba muy transitado y en él se distinguían tres zonas o sectores: la del ferrocarril, la de los vehículos a motor y la de los peatones.

Mombasa, según los datos que tengo a mano, cuenta en la actualidad con unos doscientos mil habitantes y es la capital del Departamento de Coa.

El Sol tropical bañaba con su brillante luz la ciudad de tejados planos y paredes de una gran blancura. La visión de esta urbe, trajo a mi memoria el recuerdo de agitadas aventuras del pasado; en las que piratas y negreros venían a estas costas para hacer sus pingües negocios.

Fue en 1498 cuando el navegante portugués Vasco de Gama estuvo por estos pagos, en los que por muy poco no deja la piel al ser traicionado por el timonel que dirigía el rumbo de su nave, el cual había sido sobornado por el sultán de Mombasa.

Durante los años de la colonización británica, la avenida principal de Mombasa se llamó Vasco de Gama; pero, una vez alcanzada la independencia –y como resulta obvio suponer- pasó a llamarse Avenida de Jomo Kenyatta.

La ciudad de Mombasa fue fundada hacia el año mil de nuestra era; aunque se han encontrado piezas arqueológicas procedentes del Egipto faraónico, Persia y China, lo cual hace pensar que este lugar ya estaba poblado en un tiempo muy anterior a esa fecha.

Mombasa estuvo ocupada por los portugueses entre 1505 y 1729, quienes para defenderla de los ataques de sus enemigos edificaron la formidable fortaleza del Fuerte de Jesús.

En este fuerte, las tropas portuguesas resistieron el asedio de fuerzas sarracenas desde el 15 de marzo de 1696 hasta el 12 de diciembre de 1698, día en que los musulmanes lograron penetrar en la fortaleza pasando a cuchillo a toda persona, hombre, mujer o niño que encontraran a su paso.

Malhadamente, dos días después hacía su aparición una flota portuguesa que iba en auxilio de los sitiados. Llegaba, pues, demasiado tarde y, ni siquiera los portugueses pudieron vengar a sus muertos, ya que les fue imposible desembarcar.

Sin embargo, en 1728, el general portugués Sampayo reconquistaba la ciudad de Mombasa y la ciudadela del Fuerte de Jesús, lo que permitió a los soldados lusos dar cumplida réplica a los sarracenos por la matanza que años atrás habían hecho.

Pero, la alegría dura poco en casa del pobre y dos años más tarde, Mombasa volvía a caer en manos de los musulmanes, quienes la tuvieron en sus poder hasta que, en 1887, el sultán de Zanzíbar, por una jugosa renta anual, otorgó una concesión de sus territorios continentales a la Asociación Británica del Africa Oriental; la cual, en 1888, se convirtió en la Imperial British East Africa Company.

En 1895, el Ministerio de Asuntos Exteriores Británico tomó el control de las posesiones de la Compañía y el territorio pasó a constituirse en un protectorado. Diez años más tarde (1905), la administración se transfirió a la Oficina Colonial.

Pero no todo fueron “florecillas” para los británicos, ya que entre 1895 y 1896, el jefe swahili M’baruk Bin Rashed –quien ya se había sublevado contra el sultán de Zanzíbar- pretendió expulsar a los británicos y liberar a Mombasa y su territorio de su yugo.

Bin Rashed fue derrotado por las tropas británicas y hubo de buscar refugio en lo que es hoy Tanzania y que, por aquel entonces, estaba bajo la administración de los alemanes.

Mombasa, como se ve, ha tenido una historia muy ajetreada, lo cual hace honor a su nombre swahili: Kisima M’vita, que viene a significar “Isla de la Guerra”.

Pasado el Puente Makupa, accedimos al núcleo urbano a través de la carretera Makupa que tiene su prolongación en la Avenida Jomo Kenyatta, la cual desemboca en el centro de la ciudad.

Al circular por sus rúas, podemos percatarnos de que Mombasa tiene un aspecto muy distinto del de Nairobi. Las casas, por ejemplo, son más bajas y, en su mayoría, ofrecen un aspecto muy descuidado.

La población es cosmopolita; aunque parece predominar la de origen asiático; tanto es así, que en muchas ocasiones nos daba la sensación de estar transitando por alguna ciudad de la India.

Por fin parece que hemos encontrado un lugar en donde poder dejar los vehículos. Se trata de unos aparcamientos públicos en la calzada, que se halla ubicados en la Digo Road. Ahora son casi las once de la mañana.

Estamos efectuando un recorrido por lo que parece ser el centro comercial de esta metrópolis. Hace unos minutos que hemos pasado por delante de la institución del Aga Khan.

Marrades ha visitado varias tiendas tratando de encontrar una pila para un reloj electrónico de pulsera que lleva. Por mi parte, he aprovechado la circunstancia para comprar una bombilla para mi linterna de gran campo, puesto que la que tenía por lo visto no pudo aguantar la tensión de la “noche de los leopardos” .

Me llama la atención el ver a numerosos tullidos que van arrastrándose por los suelos pidiendo limosna.

Un hombre de color, desesperado, pide ayuda. ¿Qué ocurre? Pues, sencillamente, que el motor de su coche –quizás debido al terrible calor que hace- se ha incendiado. Acuden en su auxilio otros conductores, quienes con sus extintores apagan el fuego.

Nos dirigimos hacia lo que parece ser un mercado, aunque su estructura revela que antes tuvo otro uso (era el Mercado Central de Esclavos). Al cruzar la calle que da a dicho mercado, nos sorprende observar que en medio de la misma hay un gigantesco transformador de alta tensión.

El mercado a esas horas de la mañana se halla ya muy concurrido y en él hay gran variedad de frutas y verduras. Por esta razón, no desaprovechamos la oportunidad de comprar unos ananás para saciar nuestra sed. Alfredo, muy oportuno él, aprovecha para filmar unos planos del lugar.

A la salida misma del mercado comenzamos a dar cuenta de estas piñas, las cuales son muy jugosas y azucaradas.

Unas turistas belgas, señoras de mediana edad, al vernos saboreando aquellas frutas, no resistieron la tentación. Así que primero entablaron conversación con nosotros, pues por lo que podían ver en nuestras camisetas, éramos miembros de una expedición astronómica y ellas también habían venido a Kenia para observar el eclipse. Luego, ya mostraron sus cartas, que no eran otras que la de pedirnos que les dejáramos probar aquellos jugosos frutos. Gentilmente accedimos a sus deseos. Cuando se despidieron de nosotr5os de deshicieron en “Gracias, gracias, son ustedes muy gentiles. ¡Españoles tenían que ser!”.

Seguimos fisgoneando. Hemos bajado hasta el puerto. Esto si que tiene aspecto tercermundista. Hay mucha miseria y moscas. El olor no es nada grato.

Hemos de decir que en el lado opuesto de la isla está Kilindini (“El Lugar de las Aguas Profundas”), en donde existe un puerto mucho mejor que el de Mombasa.

Hemos regresado al lugar en donde dejamos aparcados los automóviles, ya que tenemos la intención de bajar (aunque mejor debería decir subir, según la orientación del mapa) hasta una playa turística.

¡Noticia! En el parabrisas del coche KVH 223, nos hemos encontrado una multa, ya que, según el parquímetro, nos habíamos excedido en el tiempo de estacionamiento permitido. Según el papel que nos dejó el agente, el importe de la multa era de 10 K.shs y el tiempo prescribía a las once horas y dos minutos.

Circulamos por la prolongación de la Digo Road, llamada calle Abdel Nasser, no tardando en cruzar el puente de Nyali, sito en el ángulo norte de la isla.

Este puente, al igual que el de Makupa, es rutero y ferroviario, ya que es la vía obligada que lleva hacia Port Reitz, en donde se encuentra ubicado el aeropuerto internacional de Mombasa.

Cansados y cubiertos de polvo, llegamos al Nyali Beach Hotel, un lujoso lodge de 180 habitaciones, ubicado en la costa de blanquísimas arenas.

Para tener acceso a las instalaciones playeras y de piscina de este hotel hemos tenido que efectuar previamente el pago de unas entradas personales. Cruzamos los jardines, en los que están las duchas al aire libre y nos dirigimos a la playa con la intención de zambullirnos en las aguas del Océano Indico.

Quedamos asombrados al observar que la arena era finísima y de una blancura deslumbrante. Parecía que caminábamos sobre harina. Hace un calor tórrido y el baño apetece.

En el Océano podemos contemplar, a lo largo de la línea del horizonte, a muchos barcos que yacen allí encallados, seguramente atrapados por los arrecifes que deben de existir en estas aguas.

Dejamos nuestras ropas junto a los parterres y corrimos hacia el mar. La arena estaba ardiendo y casi era imposible caminar descalzos por ella.

Cuando por fin pudimos ganar el mar, experimentamos dos sensaciones muy desagradables. la primera fue comprobar que el agua estaba caliente, lo que se dice hecha un caldo (Eduardo estimó que su temperatura debía estar comprendida entre los 25 y 27 grados). La segunda fue que una vez que nos zambullimos, vimos que en aquel lugar había muy poco fondo y que al tiempo todo nuestro cuerpo parecía ser tocado por centenares de manos. Eran plantas, parecidas a las algas pero mucho más desarrolladas. El nadar resultaba poco menos que imposible y para ganar algo de fondo habíamos de andar un buen trecho por aquellas aguas someras. Por ello, la mayoría de nosotros optó por regresar a la playa y bañarnos en la piscina del hotel. No obstante, Herminia, Alfredo y Genebriera quisieron internarse mar adentro para ver si podían nadar a gusto cuando la profundidad se hiciera mayor.

Decidimos esperarlos antes de ir a la piscina del hotel. Momento en que yo aproveché para sacar unas cuantas fotografías del lugar. Lástima que estas sean en blanco y negro. Sin embargo, mi trabajo se vio de improviso interrumpido por un grito de Juan:

- ¡Algo le ha pasado a Fredy!

Al dirigir nuestras miradas hacia la orilla del mar, pudimos percatarnos de que un negro, alto y fornido, probablemente un pescador, llevaba una persona en brazos y esa persona era Fredy. Por su parte, Joan y Herminia estaban todavía en el agua sin percatarse de lo ocurrido.

¿Qué le había pasado a Alfredo? Sencillamente que Fredy, como es mal nadador, iba caminando en lugar de nadar, cuando de improviso piso un erizo.

El hombre de color le había practicado una “cura de urgencia” un tanto singular, pues esta consistió en succionar con su boca las heridas que Alfredo tenía en el pie, provocadas por las espinas del equinodermo marino. De esta manera, aparte de una desinfección un tanto “sui generis” le extrajo algunas de las espinas que todavía llevaba clavadas.

Cuando llegamos junto a ellos, el pescador, o lo que fuere, depositó a Alfredo recostado en una barca, en tanto que Juan rápidamente se puso en la tarea de extraer el resto de las espinas. El hombre que había auxiliado a Alfredo nos dijo, en su inglés particular, que para evitar infecciones habíamos de aplicar a las heridas jugo de papaya y que las espinas que no pudiéramos extraer serían expulsadas de manera natural al cabo de un tiempo. Realmente, Alfredo tenía incrustadas muchas espinas que resultaba imposible extraérselas; aunque Genebriera (quien juntamente con su esposa ya habían salido del agua y se había unido a nosotros), con su paciencia de técnico de ordenadores lo intento y estuvo hurgando un rato en los lugares en que las espinas se habían hundido profundamente en la carne, consiguiendo, incluso, extraerle alguna. Pero no todas, claro.

Decidimos, para evitar más desgracias, retirarnos de la playa de blancas arenas y buscar refugio en las seguras y confortables instalaciones del Nyali Beach, en cuya piscina nos dimos un reconfortante baño antes de pasar a su hermoso comedor, en donde por 70 K.shs. dimos cuenta de un opíparo menú que, al reponer nuestras fuerzas, dio lugar a una animada conversación. Antes de comer, no obstante, convidamos a Fredy a un buen lingotazo de whisky.

Por mi parte, decidí fumarme un puro que venía arrastrando conmigo, el cual vino a ser un excelente complemento del café.

Antes de abandonar Mombasa, le pusimos un telegrama a Raúl Rancés, en el que, extractadamente, le notificábamos que habíamos tenido éxito en nuestra misión científica. El importe de este telegrama fue de 88 K.shs.

A media tarde iniciamos el regreso a nuestro campamento base instalado en el camping del Voi Safari Lodge. Teníamos que recorrer una largo camino (unos 150 kilómetros); aunque la mayoría lo haríamos por una carretera asfaltada.

Cenamos en el Voi Safari Lodge y, ya de regreso a nuestro campo, los que ayer estuvimos haciendo guardia toda la noche nos retiramos muy pronto a dormir; pues, en verdad, apenas conseguíamos mantener los ojos abiertos. No obstante, antes de encerrarnos en el interior de la tienda, hicimos una cura a Fredy.


M A R T E S 19 DE FEBRERO DE 1980


Me despierto. Miro el reloj. Son las seis de la mañana. Estoy harto de estar dentro de la tienda. Me incorporo y, sorteando los cuerpos que yacen por allí tirados, logro ganar las cremalleras (hay dos, una interna y la otra externa). Salgo al exterior. La madrugada es muy fresquita. Noto que tengo los riñones hechos puré.

Tal como supuse no hay nadie que haya hecho guardia esta noche. Para distender mis atrofiados músculos y entrar en calor, hago unos ejercicios gimnásticos. Luego voy a los servicios, en donde me he dado una ducha con el agua helada que salía por el grifo.

Son las siete. La gente comienza a salir de las tiendas. Algunos de quellos “bravos” expedicionarios, como siempre, deambulaban de allá para acá sin hacer nada de provecho.

- Qué, ¿habéis dormido bien, eh, chicos? –dijo Juan con sorna, pues él también se había percatado de que nadie había estado realizando labores de “imaginaria”.

En aquel momento salía de una de las tiendas uno de los durmientes. Su máxima preocupación fue, después de recoger sus cosas, poner los cubiertos en un plato y dirigirse a la barbacoa, en donde preguntó si ya estaba preparado el café.

Fredy miró al “compañero” en cuestión y creí adivinar sus pensamientos. Por su parte, Juan me miró a mí y exclamó entre dientes:

- ¡No te jode, el tío!

Javier, mucho menos diplomático y bastante “mosca” ante tanto escaqueo dijo:

- Aquí ya todos somos mayorcitos. El que quiera café que lo haga.

- ¡Ah! Bueno. Bueno. Si no hay más remedio, pues haremos el café –replicó imperturbable el personaje aludido.

El café lo hacíamos Juan, Javier y yo. Poníamos una olla con agua al fuego y cuando esta hervía le echábamos café molido. Luego colábamos el brebaje con una calcetín que mi madre me había comprado para tal menester (A la autora de mis días le gustaba hacerse el café de ese modo, ya que encontraba muy fuerte el de cafetera).

Poco después, Javier y yo comenzamos a sacar los alimentos que iban a constituir el desayuno del personal. Todos los artículos alimenticios y cacharros de cocina, finalmente, quedaron centralizados en el maletero de nuestro coche, el Datsum de color amarillo de matrícula KVH 223.

Herminia, como era su costumbre, vino en nuestra ayuda y, un cuarto de hora más tarde, los hambrientos expedicionarios estaban saciando su hambre.

Por entonces, el Sol del Tsavo ya “cascaba” de lo lindo; tanto es así que el azúcar que se nos había desparramado por el capó de uno de los coches se convirtió en caramelo antes de que nos diera tiempo a retirarlo.

Ya con el estómago lleno y con algún que otro carajillo, se pasó a confeccionar el ordena del día (aunque muy pocos se tomaron la molestia de limpiar los utensilios de cocina que había usado).

CRITICA: Falta una organización en los servicios que deben de realizarse dentro de nuestro grupo.

SUGERENCIAS: a) Sería conveniente crear turnos rotatorios para la realización de determinados trabajos, por lo menos en lo que atañe a los más desagradables.

b) Formar equipos especializados o responsables en determinados menesteres.

08h 50m.- Nos hemos puesto en marcha. Salimos del camping hacia el Tsavo West.

09h 01m.- Llegamos al control de entrada y salida del Tsavo East; en donde hemos de pagar una factura (Ref. 13.988) de 75 K.shs. El el importe por pernoctar una noche.

09h 10m.- Llegamos a una gasolinera, llamada “Caltex Station”, en donde aprovechamos para llenar los depósitos de los coches de ese combustible. En este lugar, la gente se desperdigó de tal manera en su afán de fotografiarlo todo que costó gran trabajo el reagrupar la “manada” y meter a cada cual en su redil (coche).

Cuando Javier me entregó la factura observo que por 66 litros de gasolina hubimos de satisfacer la cantidad de 283 K.shs; es decir, que el litro de “súper” nos resultó a 4,28 K.shs (unas 43 pesetas).

08h 18m.- En marcha hacia Oloitokitok.

09h 45m.- Pregunto a Alfredo cuántos kilómetros hemos de hacer. Hace unos cálculos, según los cuales estima que alrededor de 200.

Mientras circulamos, el paisaje cambia. Las montañas –oteros- aisladas se sucedes. Tienen escasa vegetación, la cual parece estar compuesta de matorrales y árboles solitarios.

09h 50m.- Cruzamos una plantación de cacao; dándose el caso de que los trabajadores no son empleados comunes sino presidiarios. O sea, que esta plantación no es una empresa, sino un campo de trabajo.

10h 00m.- Una cordillera se extiende por todo lo que abarcamos de horizonte. Parece que ha sido nivelada por un rasador. En realidad es parte de la formación del Rift Valley.

10h 04m.- Llegamos a la entrada del Tsavo West Un poco antes de llegar a la misma hay una “factoría” para la exportación de animales salvajes. Suponemos que el destino de estas bestias no es otro que los parques zoológicos de occidente.

10h 09m.- Entramos en el parque. Los coches están atravesando una carretera pésima y polvorienta, aunque los vigilantes de la entrada nos dijeron que era “good”, “good”. Por rodar en estas infames condiciones hemos tenido que pagar 475 K.shs (personas y coches incluidos).

11h 05m.- Hacemos una parada para estirar las piernas ... y algo más. Estamos a 20 km. del “Via River Circuit”.

11h 45m.- LLegamos al Ngulia Safari Lodge. En este momento, el cuenta kilómetros indica que desde que partimos de Nairobi hemos hecho ya 1.051 kilómetros.

Salimos rápidamente de los ardientes y polvorientos vehículos y nos lanzamos hacia el bar de este lodge.

Por once cervezas, un whisky “on de rocks”, dos bitters y una Coca Cola, hemos de pagar 70.70 K.shs.

12h 40m.- De nuevo en marcha. Ruta: vamos por 31 “Rhino Valley”.

Vemos las primeras jirafas.

13h.20m. En el paisaje surgen dos montañas que apenan tienen vegetación. Su forma característica no deja lugar a dudas, son antiguos domos volcánicos. Me llama la atención el hecho de que sus bocas tengan la misma orientación e inclinación. Estas y otras estructuras pertenecen a las Chyulu Hills.

Por la apariencia del paisaje que nos rodea, diría que estamos en lo que en tiempos fue la caldera de un gran volcán.

Conforme avanzamos, mis sospechas se confirman, pues los domos volcánicos se suceden (tienen una forma que me recuerda a las monas de pascua que hacía mi madre por Semana Santa, incluso la cicatriz dejada por el cráter parece la huella que quedaba en la mona cuando le quitábamos el huevo que llevaba encima).

13h 50m.- Salimos del parque. El coche de Señer, alias “El que se pierde” (huelga decir el motivo de este mote que le ha puesto Javier), ha pinchado..

El terreno que tenemos ante nosotros es todo él de origen plutónico. Está formado por ingentes coladas de lava y piedra pómez. Como a unos trescientos metros del lugar en que nos encontramos hay unas colinas, son las Chyulu Hills.

Un cartel nos indica que estamos ante la colada de lava negra de “Shetani” (que en swahili significa Diablo) y que está habitada por espíritus malignos, según cuentan las leyendas de los masais.

Vamos a extendernos un poco en la geología de esta formación montañosa. Las Chyulu Hill, constituyen una de las cadenas de montañas más jóvenes del mundo. Se hallan ubicadas al Este de Ambosli y durante unos 80 kilómetros la cadena corre paralela a la carretera principal que une Nairobi con Mombasa.

Comprende seiscientas pequeñas colinas (las “monas de pascua” que antes mencioné) volcánicas con una antigüedad de unos cuatrocientos o quinientos años. También existen numerosos y hermosos valles cubiertos de bosques.

Al sur de las Chyulu Hills se encuentra un pequeño mar de lava de unos 8 kilómetros de extensión. Esta lava procede del volcán Shetani (El Diablo) y tiene una antigüedad de unos doscientos años.

14h 15m.- Seguimos inmersos en el paisaje lunar. Aquí, la Tierra hubo de presentar un aspecto terrible hace unos cientos o miles de años.

Parecemos unos seres extraños, dignoss de morar porr estos pagos, ya que todo nuestro cuerpo está cubierto por una capa de polvo rojo, polvo que se mete por todas partes y pensamos que puede afectar a nuestro equipo científico y fotográfico .

14h 25m.- Zeus, venturoso, envía un frente de gruesos cúmulos, los cuales mitigan los ardorosos rayos del Sol tropical.

14h 30m.- Con cúmulos o sin ellos ...¡Esto es la olla de Vulcano!

14h 40m.- Avistamos el Kilimanjaro. Su cumbre está envuelta en un manto de nubes. Desde nuestra perspectiva, esta colosal montaña da la sensación de que llega a tocar el cielo. Sin embargo, el paisaje y el calor horroroso no varían; aunque ahora parece que estamos en el centro de un Circo volcánico.

14h 45m.- Pasan dos furgonetas a gran velocidad. Son del parque y llevan turistas blancos (mzungus, como dicen los del país y que podríamos traducir por “los que no se quedan”). A su paso, densas nubes de polvo nos cubren. Tan densa es la polvareda levantada que hemos tenido que detener los vehículos.

Cuando la polvareda se disipa un tanto, nos damos cuenta de que nos falta un coche, el KVA 319 que conduce Rodri. Pero, no tenemos tiempo de discutir lo que puede haberle sucedido, puesto que se nos vienen encima, esta vez por detrás, nuevas furgonetas. Nos introducimos en los coches, Cerramos las ventanas y nos cubrimos la boca con pañuelos.

Una de las furgonetas se ha detenido. Su chófer nos da el aviso de que el coche desaparecido ha sufrido un pinchazo y está detenido mucho más atrás.

Obviamente decidimos esperarlo.

Como la espera se hace larga, decidimos volver grupas para ir en su auxilio. Afortunadamente, pocos minutos después los hemos venir en la lejanía, levantando ellos también una nube de polvo.

13h 05m.- Nos encontramos con los primeros masais. Son unos chiquillos. Quieren dejarse fotografiar a cambio de shillings.

Nos ha resultado difícil quitarnos de encima a estos mocosos de chocolate.

Los masais abundan. Quieren pararnos a toda costa. Algunos coches lo hacen, lo que obliga al resto a detenerse también.

Dos de estos indígenas se acercan a nuestro vehículo y nos ofrecen lanzas. Son adultos. Estos hombres son altos y de miembros muy proporcionados. Llevan algunos adornos, como collares y brazaletes coloreados y el pelo muy largo. Su vestimenta consistía únicamente en un manto corto de color rojo que pendía de sus hombros.

A duras penas conseguimos reemprender la marcha; sin embargo, al poco, observamos que nos vuelve a faltar el coche que antes había pinchado. Javier sospecha que Rodri y sus acompañantes, Llió y Señer deben de haberse metido en un lío. Así que, sin dudarlo, volvemos grupas y vamos al encuentro del KVA 319.

En efecto, no tardamos encontrarlos atrapados por un nutrido grupo de guerreros masais. No sabemos el motivo, pero lo que si es cierto es que están discutiendo acaloradamente, los masais van provistos de lanzas y la trifurca parece que va a mayores.

Al ponernos a su altura pudimos confirmar que la situación era pero que muy fea. El chófer, el Rodri, estaba pálido –al igual que sus otros compañeros, Señer y LLió- y, además muy nervioso.

- ¡Joder! ¡Qué coño les habéis hecho! –Les gritó Javier- Vamos, ¡hostia!, poner la primera y arrancar a todo gas. Por los negros no os preocupéis, por la cuenta que le tienen ya se apartarán.

Así lo hicieron e hicimos y salimos de allí a todo gas, dejando a los vociferantes masais sacudiendo sus lanzas y envueltos en una nube de polvo rojo.

Pasada la tensión, Javier hizo un comentario chusco:

- ¿Os habéis dado cuenta del “cipote” que tienen estos tíos? ¡Qué bárbaro! Yo con uno así, en Europa me ganaba el pan con “chorvas” millonarias. ¡La que armaba yo con una minga como la de esos tíos en una playa nudista. ¿Eh, tíos?

Efectivamente nuestro compañero tenía razón; pues, según tengo entendido, los masais, junto con los senegaleses y los nuba de Etiopía, son los varones que tienen los miembros más largos del mundo. En segundo lugar están los árabes y, en tercer lugar estamos los españoles (bueno, digamos que algunos).

15h 55m.- La rueda delantera de nuestro automóvil ha sufrido un reventón. Ha quedado inutilizada sin remedio. Menos mal que el evento no se produjo en el momento en que estábamos en medio de aquellos enfurecidos masais ....

Como nuestro vehículo no lleva ruedas de recambio, ya que el maletero va todo el ocupado con la intendencia y equipo de cocina, el KVA 319 nos ha de dejar una de las que llevaba. (y que, en este caso, era la última).

16h 46m.-Llegamos a un cruce en donde se indica una dirección: “Amboseli Serena Lodge”.

17h 10m.- Paramos en una especie de poblado situado a ambos lados de la entrada del Amboseli National Park.

Al pronto nos hemos visto rodeados por una multitud de mujeres y algunos hombres. Por su aspecto racial, diríamos que son masais. Las mujeres llevan una túnica, muy raída en general, que les deja al descubierto uno de sus aplastados pechos. El pelo lo llevan rapado y portan algunos adornos. Muchas, las de más edad, tienen las orejas rasgadas y deformadas por los pesados pendientes. Van cubiertas de moscas. No exagero, ya que con solo aproximarse a nuestro coche, este, al momento, quedó invadido por una oleada de esos molestos insectos.

En cuanto a los hombres, estos iban, por lo general, vestidos a la europea y mostraban signos inequívocos de decadencia racial. Más lejos, un grupo de guerreros parecían montar guardia a la entrada del poblacho.

17h 05m.- Pagamos la factura nº 7141 (la nº 5, en mi orden particular) para entrar dentro de este parque, la cual asciende a 40 K.shs. Poco después, el KVA 319 pincha una rueda y como ya no tiene recambios, hay que prestarle una de las que todavía quedan en reserva. Aquí, por lo que estoy viendo, los pinchazos están a la orden del día.

17h 57m.- El coche que tripula Genebriera queda atrapado en un cenagal que había en la carretera. Hay que sacarlo de allí a toda costa. Poco después hay diez tíos empujando y dos mujeres mirando y ¡Epa! ¡Al fin lo sacamos!

18h 10m.- Llegamos al Amboseli Serena Lodge. Sin embargo, el lugar no nos ha agradado demasiado y decidimos salir a buscar otra cosa.

Reemprendemos la marcha. El camino es seco y polvoriento. Abundan los animales salvajes como los antílopes y los flamencos.

18h 30m.- Llegamos a lo que parece ser un lodge barato; sin embargo, en realidad resulta que es un poblado obrero. Preguntamos si por los alrededores hay algún lodge o camping en donde poder pernoctar y se nos responde que como a un kilómetro podremos acampar.

18h 35m.- Hemos llegado al lugar que nos indicaron en el poblado obrero. Pero, si bien resulta que es posible acampar, en cambio en este sitio no hay agua, vigilancia ni servicios de ninguna clase.

La gente, en concreto, los del Grupo IBM, a los que se suman los hermanos Gómez, comienza a ponerse nerviosa. Tras un breve consejo, optamos por regresar al Amboseli Serena Lodge. Sin embargo, los hados habían dispuesto otra cosa, ya que de improviso hizo acto de presencia una patrulla de “rangers”, cuyos componentes nos dicen que está prohibido circular por el parque a estas horas. Así que no nos queda más remedio que el de pernoctar en este lugar, guste o no guste.

Ante la perspectiva de pasar la noche en este sitio agreste y salvaje –lo cual no deja de tener su atractivo, digo yo-, sin comida (es un decir, pues Juan ha comenzado a preparar una sopa caliente de sobre), y puesto que lo que hemos comido a lo largo del día ha sido un café con leche en polvo y una cerveza, los nervios comenzaron a desatarse.

Las discusiones verbales fueron haciéndose cada vez más seguidas y subidas de tono y, como cabía de esperar, comenzaron a aflorar las rencillas personales.

Para colmo, de cuatro cervezas que habíamos sacado de la nevera, desapareció una. Sin embargo dio la casualidad de que yo descubrí “in fraganti” al autor del robo de la cerveza; ya que sucedió que en un momento en que las discusiones arreciaban y a mi se me hacía desagradable contemplar tan lamentable espectáculo, me alejé del grupo caminando hacia donde estaban aparcados los vehículos.

Me resultó extraño observar que uno de ellos tuviera abierta la puerta del chófer y que hubiera alguien que parecía esconderse tras ella. Así que, sigilosamente, di un rodeo hasta que pude situarme detrás del vehículo en cuestión. Efectivamente, allí, agazapado, había uno de los nuestros. Estaba apurando el contenido de una botella de cerveza aprovechando el “mare magnum” que se había armado y darse un gusto. ¿Quién era? En el Diario de Bitácora escribí que mejor era no revelar su identidad. Por ello, nada le dije al pobre Juan, quien, con toda la razón del mundo, no podía disimular su rabia.

Por mi parte ante aquellas situaciones, me que resultaba difícil, muy difícil comprender porqué en un grupo tan reducido (quince personas) cuando surgían las dificultades, en lugar de arrimar el hombro los unos con los otros, se dedicaban a hacerse la guerra, colapsando toda capacidad de iniciativa y empeorando la situación; en tanto que algún espabiladillo se aprovechaba para sacar un beneficio propio.

Tras decidirse que aquella noche que no se haría ningún tipo de guardias. La discusión arreció, momento en que decidí tirar la toalla y retirarme a una de las tiendas.

Como dije, la discusión continuó y, finalmente, cuando yo ya no estaba, acabó en un enfrentamiento muy duro entre los hermanos Gómez y Javier, quien, por lo visto, perdió los estribos fuera de sí, ante tanta estulticia.
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M I E R C O L E S 20 DE FEBRERO DE 1980


Salgo de la tienda en la que dormimos Juan, Alfredo, Marrades, Javier y yo. A esa hora, como siempre, la madrugada es muy fresca. Voy provisto con mi filmadora “Bolex”, pues tengo la intención de rodar algunos planos del Kilimanjaro, ya que por las referencias que tengo es a estas tempranas horas cuando, generalmente, está libre del sombrero de nubes que pertinazmente lo cubren durante las horas diurnas e impiden la visión de su cumbre cubierta de nieves perpetuas.

Mis datos no estaba equivocados; de manera que he tenido suerte y, así, hacia el sureste puedo contemplar como se levanta majestuoso el impresionante volcán, cuya cima está coronada por nieves perpetuas y en cuya cumbre se encontró la momia de un leopardo (una vez, en un artículo, vi a dos monjas que, en los años veinte, habían subido a la cima del Kilimanjaro y se había retratado junto a los restos del felino). Nadie ha podido dar una explicación del porqué llegó hasta allí. Quizás fue buscando el cielo, pues esta mole realmente parece estar en contacto con la bóveda celeste.

Ha sido una lástima, pienso, que Alfredo no haya madrugado, pues con su excelente cámara de filmar habría podido rodar unos magníficos metros de película y plasmar el grandioso panorama que desde esta parte del Amboseli se divisa.

Cuando regreso al campo, veo que de las tiendas comienza a salir el personal.

Poco después, con la cima del Kilimanjaro ya cubierta por las nubes, el personal se enzarza nuevamente en agrias disputas.

Hay un hecho que para mí está muy claro, estamos divididos en dos grupos, por un lado los del Grupo Cosmosur y por el otro los del Grupo IBM+Gómez, cuyos objetivos difieren notoriamente. Por eso, coincido plenamente con el criterio de José Antonio Llió de que habríamos de separarnos y que cada grupo actuara por su cuenta hasta el día en que, forzosamente, tendríamos que reunirnos para iniciar el viaje de regreso. Habida cuenta que ya no tenemos hecha ninguna reserva en Hoteles o Lodges.

Logramos hacer un mal café y de nuestro coche de intendencia sacamos los escasos alimentos que aún íbamos arrastrando.

La tensión se aplacó por el momento, ya que nuestro campo se ha visto, de improviso, invadido por unas monas juguetonas. Son totas. Se meten por todas partes y aceptan cualquier cosa que les des (si es comestible, tanto mejor). Alfredo, cámara en ristre y cojeando ostensiblemente, logró filmarlas a placer; incluso llegó a rodar unos primeros planos en los que se veía a Rodri dando a una de estas monas pasta para sopa.

Por fin, decidimos levantar el campamento y marcharnos.

09h 40m.- Vemos a tres guerreros masais; pero, estos nos ignoran olímpicamente. Llama la atención sus larguísimas lanzas.

09h 45m.- Nos detenemos en el poblado que vimos ayer y que, dicho sea de paso, se llama Olkejuado. En la gasolinera que hay en el mismo ponemos combustible a los vehículos. Por 85 litros de gasolina “super” nos cobran 376,65 K.shs (lo que significa que un litro viene a costas 4,43 shillings).

Después, proseguimos por los polvorientos caminos del parque. De vez en cuando salen a nuestro paso masais y algunos animales.

10h 30m.- Vemos a un elefante. Pero, por su posición, no podemos filmarlo.

10h 40m.- Una bandada de aves –creo que son flamencos- reposa en las marismas que tenemos enfrente. Detenemos los coches para que Alfredo pueda filmarlos. Javier les lanza una piedra, al tiempo que profiere un fuerte grito. Con ello, consigue que estas aves emprendan el vuelo. Al poco, cientos de flamencos rosa pueblan el cielo, mientras Alfredo logra rodar unos planos magníficos.

12h 50m.- Van desgranándose las horas. Los coches saltan, en tanto que el polvo se cuela por todas partes. Tenemos la boca seca y nos pide líquido, pero el agua de las cantimploras está muy caliente. Además, sucede que con el calor reinante, el líquido que bebiéramos lo sudaríamos rápidamente. Entonces fue cuando descubrimos que tomando unos tragos de ginebra de trecho en trecho, no sólo soportábamos la fatiga y el hambre, sino que podíamos también aguantar la sed. Por lo que dijo Javier, parece ser que es esta la manera en que los legionarios soportan las penalidades de las marchas por el desierto.


13h 01m.- Lo mismo de lo mismo. ¡Puuuf! Tengo las piernas que no sé cómo ponerlas.

14h 03m.- Llegamos a la salida del parque. Allí, unas casuchas forman lo que llama Namanga Gate.

De inmediato, comenzamos a vernos rodeados por una multitud de masais que nos ofrecen sus productos. El sarao que se arma es grande. Muchos compañeros comienza a bajar de los vehículos. Entonces cada negro pretende que vayan a su choza. Evidentemente, en ellas deben de tener todo tipo de souvenirs que pueden agradar a los turistas que pasen por aquí.

Pronto hemos quedado dispersados. La gente había salido despreocupadamente de los vehículos y nadie parecía tener cuidado de que estos quedaban a merced de los masais. Aquella inconsciencia me cabreó. De manera que yo también salí del coche y les grité:

- ¡Eh! ¡No dejéis solos a los coches!

Puede suponerse que nadie me hizo caso. Bien porque no me oyeran. Bien porque no les interesara.

No tardé en verme rodeado por varias muchachas. Me ofrecen collares, pendientes y pulseras. Hay una que se me apegó a mí como una lapa. A esta le pregunto cogiendo un collar:

- How much?
- Two hundred –Me replica. Lo que me hace ver que entiende el inglés.
- Two hundred? ... Too much. Jambo! –Que en su lengua quiere decir “¡Adiós!”.
- No. No. Offer. You offer ...
- Twenty shillings.
- Twenty shilling? ... ¡OH!,¡Oh!

En esto, noto que unas manos me cogen y tratan de girarme. Me dejo llevar y pronto tengo ante mí el achocolatado rostro de una joven. No me ofrece nada. Sólo me pregunta:

- You japan?

Aquella pregunta de si yo era japonés, me dejó un poco perplejo; pero, al pronto reaccioné y le dije, mientras con mis índices me rasgaba los ojos como los tienen los nipones.

-No. If I japan, I have mys eyes THIS ...

Aquello les hizo realmente gracia al nutrido grupo de admiradoras que tenía a mi alrededor. Comenzaron a reírse con ganas y, por fin, pude verme libre de su asedio.

Fui hasta una de las chozas. Allí estaba Javier haciendo negocios con el propietario. En su interior había todo lo imaginable: dientes de león, pulseras, collares, lanzas, tallas de madera, etc.

- ¡Vaya pufo! Si sale esto bien, Manolito, los dientes de león nos van a salir tirados – Me dice Javier.

El hambre de comprar algo también hace presa en mí y opto por volver al coche y coger el dinero que dejé escondido en él, pues no me fiaba yo de que aquella gente nos hiciera alguna trastada. Como estos coches se cierran automáticamente, le pedí las llaves a Javier y este me dijo que no las tenía y que no recordaba haberlas quitado del contacto.

Entonces me asalta una duda. Yo fui el último que salió del automóvil y quien cerró las puertas. Rápido me dirijo al coche y allí, con desesperación, pude comprobar que las llaves efectivamente estaban puestas en el contacto.. El coche, pues, había quedado con las puertas cerradas y las llaves dentro. ¡Bonito panorama!

Entonces, de una de las chozas, salió un joven masai a quien no le había pasado desapercibida mi expresión de rabia y el puñetazo que di contra la carrocería. El muchacho se acercó y se percató de lo que ocurría. Entonces, me dijo:

- No problem! No problem!

- ¿Con que no hay problemas –dije yo en castellano-, eh? ¿Pues a ver cómo demonios vamos a abrir estas condenadas puertas?.

El chico me hizo un gesto de que esperara unos momentos y con paso rápido se dirigió a una de las chozas y, poco después, regresaba con un alambre. Cuando estuvo nuevamente a mi lado, cogió un extremo del alambre e hizo algo parecido a un nudo corredizo. Seguidamente, y con gran paciencia y pericia, lo fue introduciendo a través de la goma aislante que llevan las puertas.

Al cabo de varios intentos, la cabeza del alambre ya estaba en el interior. Metió unos cuantos centímetros más y, luego, lo fue bajando hasta la altura en que estaba el pivote del seguro de la puerta. Logró introducir la cabeza de este por el orificio del lazo del alambre y, primero, tiró de él horizontalmente con mucha fuerza. Después, con suavidad, tiró hacia arriba y unos instantes más tarde, el pivote quedó levantado y yo ya podía abrir las dichosas puertas.

Entre tanto, mi benefactor mostraba una gran sonrisa de satisfacción

Por mi parte, pensé que aquella técnica no era fruto del momento. Tenía mucha práctica. Quizás demasiada. ¿Cuántos coches habría ya desvalijado aquel bribón? Sin embargo, como particularmente no tenía motivos de queja y, en verdad, me había hecho un gran favor, le di como recompensa 200 K.shs..

- Thank you! –Le dije en el momento en que le hice entrega del dinero- You are my friend.
- Friend? – Replicó .
- ¡Sí, hombre! You are my friend –Insistí.

Entonces él me tendió la mano y yo, sin ningún inconveniente, se la estreché. Comprendí que aquel chico sabía más que lepe y que quiso probar realmente el significado de mis palabras; ya que por aquí no debe de ser frecuente que los blancos llamen amigo a un negro y, ni mucho menos, que le estrechen la mano.

Luego, ya quiso hacer algún negociete conmigo y comenzó a ofrecerme collares, pulseras y una lanza de caza. Aquello ya me cargó un poco. Así que esta vez, en lugar de ofrecerle dinero, le ofrecí unas medicinas (colirio para los ojos y unas cajas de antibióticos) por la lanza.

Asombrado vi que aceptaba. Así que ahora soy poseedor de una magnífica lanza de caza (es un instrumento cuya parte superior es de metal y va metida a presión en un mango de madera).

Vuelvo a la cabaña en donde juntamente con Javier está la mayoría del grupo.

Compramos dientes de león a 100 K.shs. la unidad. Una ganga, según nos dice nuestro amigo el barbas. También adquirimos unas pulseras de pelo de elefante, collares e, incluso, hubo quienes compraron pequeñas tallas de madera.

No ha resultado fácil meter todos estos cachibaches que hemos comprado en los ya super abarrotados automóviles. Mientras metíamos en el nuestro todas las chucherías que habíamos comprado, Javier nos comentaba que el tipo al cual habíamos adquirido la mayor parte de los souvenirs, le había dicho que con esta operación le habíamos convertido en el hombre más rico de aquellos lugares.

15h 30m.- En marcha de nuevo.

16h 10m.- ¡Bien, llevamos ya dos días sin comer!

16h 15m.- Afortunadamente, el paisaje ha cambiado y ahora circulamos por una carretera asfaltada. El tiempo parece que también ha cambiado, pues en estos momentos el cielo está cubierto e, incluso caen unas gotas de lluvia..

16h 35m.- Atravesamos un poblacho. Un cartel indica “Scholl Tecnical masai”. ¿Una escuela técnica para los masai? Realmente resulta chocante.

16h 40m.- Pasamos por delante de una misión. Es la primera que vemos en este país.

16h 50m.- Atravesamos extensos campos de hierba, en los cuales hay rebaños de vacas pasturando. Algunos niños masais están a su cuidado.

Hablando de estos chiquillos, diremos que por lo que estamos observando abundan las escuelas para chicos masais.

16h 51m.- Javier nos dice que le da la impresión de que está circulando por la Tierra de Campos de León (no hay que olvidar que nuestro barbas es de origen leonés).

17h 00M.- Nos preguntamos qué diablos estará pasando en el ancho mundo. No tenemos ni idea del tiempo. Tanto es así que, aún a pesar de llevar cuarenta y ocho horas sin, lo que se dice, probar bocado, aguantamos bien. No tenemos tirones de estómago, ni desfallecimientos. Pero, no por ello no dejamos de soñar con algún que otro muslito de ternera.

17h 10m.- No muy lejos de la carretera está la “Portland Seven Corporation”, una empresa cementera con instalaciones ultramodernas.

17h 35m.- LLegamos a la entrada del “Nairobi National Park”. ¿Qué nos deparará este nuevo parque? Hum, mientras no nos quedemos sin baño y sin cena ...

17h 50m.- Dentro de la reserva natural del Nairobi National Park no había ningún tipo de servicios. Razón por la cual decidimos virar 180º y regresar a Nairobi, para tratar de establecernos en el camping que hay en esta ciudad. Así, pues, en estos momentos estamos entrando en Nairobi.

Hay un hecho importante y que debemos mencionar: no tenemos ni idea del lugar en el que debe de encontrarse el camping. Así que estamos realizando un recorrido accidentado de vueltas y más vueltas. Preguntamos a los transeúntes y unos nos envían para un lado y otros al opuesto. No obstante, en general, las personas a las que abordamos se muestran muy amables. El gesto más significativo en este sentido nos lo puede dar el de unos camioneros, quienes al preguntarles por el lugar de acampada nos dieron una explicación de la ruta a seguir. Pero, como vieran que nos desviábamos del camino que ellos nos habían indicado, empezaron a hacer señales e, incluso, el que acompañaba al chófer, remontándose por la cabina nos hacía señas de que giráramos a la derecha. Su esfuerzo fue en vano; pues a pesar de su empeño, nos volvimos a perder otra vez.

Hemos preguntado a dos bellas jóvenes de aspecto hindú, quienes salían de una lujosísima mansión e iban ataviadas con sendos chándales y raquetas de tenis. Su respuesta no estuvo a la altura de su belleza.

Cruzamos calles y más calles. A cada momento más desorientados; pero, eso sí, siempre, siempre preguntando y preguntando.

Estamos finalmente en una gasolinera. Javier se apea del coche y se dirige hacia los empleados. Al poco vuelve y nos dice:

- ¡Titos, no hay camping! ¡Ja, ja! ¡Es la hostia! ... pero el tío de la gasolinera me ha dicho que cerca de aquí hay una tía que tiene una vieja casa y que nos la puede alquilar. Así que vamos para allá.

Volvemos a ponernos en marcha. Giramos a la izquierda. Subimos por una empinada y ancha calle y ¡cielos! ... ¡Estamos otra vez desorientados!. No hemos sabido dar con la casa en cuestión.

- ¡Joder, tíos, me rindo! No hay forma. ¡Es la hostia! –Exclama desesperado nuestro amigo.

Detenemos los coches y hacemos un pequeño consejo y, dado el tiempo que se nos echa encima, optamos por ir al hotel Excelsior, en el que ya estuvimos hospedados cuando llegamos a Nairobi.

Estamos ahora circulando por el barrio hindú. Es enorme En este sentido debo de insistir en que el comercio en Kenia está prácticamente en sus manos.

Finalmente, sin mayores problemas, logramos llegar al hotel Excelsior y dejar aparcados los coches. Javier, nada más bajar del coche se ha dirigido a la recepción del hotel. Al poco vuelve contento: ha conseguido alojamiento para todos nosotros.

En la recepción nos advierten de que aún cuando hay vigilantes del hotel que custodian los vehículos, es mejor no dejar en su interior ningún objeto que pueda llamar la atención. Por ello, metemos los bultos superfluos donde bien podemos y cargamos con nuestras pesadas y ya aborrecidas mochilas; aunque, en honor a la verdad, debo decir que nuestro esfuerzo consistió –porque el ascensor no funcionaba- en subirlas hasta nuestras respectivas habitaciones, ya que los mozos del establecimiento las trasladaron desde los vehículos hasta el hall del hotel.

El portero –joven muy alto, vestido con un elegante frac gris de largos faldones y tocado con una vistosa chistera- fue muy amable con nosotros. Al enterarse de que íbamos a ir en dirección al Monte Kenia, nos manifestó que él tenía familiares cerca de aquel lugar y que nos recomendaría a ellos.

En el reparto de las llaves, a Alfredo y a mí nos tocó las que corresponden a la habitación número 214.

Antes de que cada mochuelo fuera a su olivar, quedamos en reunirnos a las diez y media de la noche. tenemos la idea de dar una vuelta por la ciudad.

Alfredo me cede el que sea yo el primero que tenga el placer de entrar en el baño. No me hago de rogar. Cuando me miro en el espejo –por primera vez en varios días-, no me reconozco. Mi cara, mis brazos y mis ropas están cubiertas de una costra, esta es la palabra adecuada, de tierra rojiza.

La sensación de bienestar cuando el agua, atemperada a mi gusto, cae sobre mi piel es inenarrable. Poco a poco, el fondo de la bañera se fue tornado de color rojo, a la par que mi cuerpo recuperaba su color blancucho habitual.

Luego, ya reconfortado, presto le cedí el turno a mi amigo.

Aseados ya, nos dedicamos a la tarea de lavar algunas prendas. Luego, con el cordel que a exprofeso llevo (debo comentar que la cuerda en cuestión la vengo utilizando desde que realicé mi primer viaje a París, allá por el año de 1.968), la tendemos en la habitación.

A la hora convenida, bajamos al bar del hotel. Allí, el personal se tomó unas cervezas para olvidar las penas del día.

Uno de los de siempre, tuvo un problema. En su habitación había ropa de otra persona. El incidente hubo –quién si no- de resolvérselo: Javier.

Como no podía ser de otro modo, antes de pasear por las calles del Nairobi nocturno fuimos a cenar. La cena fue, en palabras de Javier, de “puta madre” y consistió en sopa, ensalada, entrecot –¡carne caliente, por fin!-, cerveza fresquita y piña. Hubo una botella de vino en honor de Juan Vidal, pues hoy es el día de su cumpleaños. ¡Por muchos años Juanito!

Finalmente, saboreamos un café que nos supo a gloria. Pedimos “the bill”, la dolorosa en spanish. La cuenta ascendió a 996 K.shs., sin incluir la bebida. Añadiendo esta , la cena nos salió por barba a 100 K.shs. (unas mil pesetas; lo cual no está nada mal).

Como dato anecdótico sobre los precios del hotel indicamos que las tarifas de las habitaciones va desde los 209,55 K.shs. para una simple con ducha, hasta los 610 para la suite superior. La que tenemos nosotros –una habitación doble con baño completo- cuesta 317,50 shillings.

Resulta curioso reseñar, también, que para estar en la temporada alta turística, hemos podido apreciar que la afluencia de visitantes –por lo menos residentes en el hotel- no era muy abundante. Esta opinión viene reforzada por el hecho de que, incluso, en el Excelsior nos han hecho un descuento en el precio de las habitaciones.

Después de cenar, un pequeño grupo hemos salido a dar una vuelta por las calles de esta metrópolis.

Los precios de los artículos que vemos expuestos en los escaparates no son muy distintos de los que rigen en España. Veamos: unas botas de piel cuestan 575 shilling (unas 5.579 pesetas); unas bambas de tenis desde 40 a 150 K.shs., una cazadora, tipo safari, 40 shillings. Las cámaras fotográficas, por ejemplo las de la marca “Nikon”, oscilaban entre los 2000 para las más sencillas, hasta los 4000 para las más modernas.

Estando curioseando por la Kenyatta Avenue , así de pronto, me ví avasallado por un cuerpo, el cual se había lanzado contra mí. Al revolverme, unas protuberancias globosas recorrieron mi espalda y mi pecho. Me quedé sorprendido y al mirar a mi “interceptor”, vi que se trataba de una joven negrita. Era una de las “lobitas” que a esas horas deambulan por el centro turístico de Nairobi a la caza del turista con dólares.

- I’m sorry sir –dijo, mientras una sonrisilla cómplice y maliciosa se dibujaba en sus labios.
- De “sorry” nada, tía –respondí

No bien acabé de pronunciar estas palabras, cuando otra muchacha me embistió. Se agarró a mí de tal modo que, en un segundo, me vi envuelto en brazos y mollejas.

- Excuse, sir! – Exclamó, mientras sus manos acariciaron mi perilla. Luego se fue contorneando sus curvas envueltas en una blusa anudada y enfundadas sus caderas en un ceñido y brillante pantalón azul..

No bien me había repuesto de la sorpresa, cuando Javier apareció abrazado a una negrita que llevaba un pañuelito en la cabeza y un vestido verde, largo hasta los tobillos.. En tanto, Señer, “El Que Se Pierde”, trataba de zafarse de otra morenita que se le había cogido a su cuello.

Así, de esta guisa, andurreamos por las calles. Sucedió que aquella negrita que iba con Javier nos dijo que podía llevarnos a un lugar típico de la ciudad.

Cuando llegamos, aquel lugar parecía ser un antro barriobajero y lleno de hampones. Además, en su interior no se vía a ningún blanco. Por esta razón, no fue del agrado de muchos de nosotros y propusimos el ir a otra parte o regresar al hotel. Pero, Javier, decidido, como siempre, entró diciendo:

- Buenos, tíos, el que no quiera que no entre.

Y diciendo esto desapareció adentrándose en aquel desconocido tugurio. Juan Vidal se quedó en la puerta, diciéndonos que alguien había de quedarse allí, puesto que “no se podía dejar solo a Javierin” (sic).

Lo sentí por Juanito. Pero, yo decidí regresar al hotel. Rodrí , Señer y Juan Ignacio me secundaron; en tanto Alfredo y José Antonio Llió se quedaban con Juan.

Cuando estuve en la habitación del hotel, decidí lavar mi sombrero, una pieza en la que están grabados mis tiempos felices de Llavaneras, días aquellos en los que empecé a jugar al tenis y, después de los partidos, tras refrescarnos con unas cervezas, recogíamos aquellas estupendas paellas de “Ca La Tomasa” para, luego, comérnoslas en la torre que con tanto esfuerzo construyeron Paquita y Agustín, los padres de mis amigos Carlos y Jorge Torres.

Ya me estaba disponiendo a acostarme cuando la puerta de la habitación se abrió y entró Alfredo.

- ¿Tan pronto de vuelta? –Le pregunte extrañado?

- Sí. Al final Javier se marchó de juerga por ahí con la chorva aquella y yo, la verdad, ya no estaba para trotes, pues no me aguanto... ¡Ah, la cena y esta habitación han sido una bendición!

Dicho esto, se puso el pijama y se dejó caer como un plomo en la cama.

- Buenas noches Fredy

- Bona nit, Manolo.


J U E V E S 21 DE FEBRERO DE 1980


Me despierto hacia las seis de la mañana. Voy al cuarto de baño con la intención de darme una ducha; pero, compruebo con desagrado que en esos momentos no hay agua. Lo que sí ya funciona es la luz, pues ayer, cuando regresábamos al hotel, medio Nairobi había quedado a obscuras por efecto de las restricciones.

Por esta razón, decido regresar a la cama y aprovechar para tomar unas notas.

09h 35m.- La hora del desayuno. Este consistió en un huevo frito, una especie de salchicha, un tomate frito – de muy mala presencia- pan con mantequilla, un pequeño croasant, al que pudimos untar con mermelada de frambuesa. De bebida nos sirvieron una limonada amarga y para acabar un café con leche.

11h 35m.- En la “Avenue Service Station” reparamos unos neumáticos que teníamos pinchados. La factura (Doc. nº 9) ascendió a 90 shillings.

11h 50m.- Juan y yo compramos cuatro botellas de ginebra en el supermercado que está enfrente del hotel. Cada botella vale 77,7 shillings. Así pues, hubimos de abonar 310,80 shillings (Doc. nº 10).

12h 00m.- Joan Genebriera nos dijo muy enfadado que Josep Gómez se había opuesto a que lleváramos el telescopio para hacer fotografías de los cielos del sur. Puede suponerse que el enfado lo cogimos nosotros también; puesto que una oportunidad como esta de poder fotografíar los parajes estelares sureños tardará en volver a presentársenos. Además, en cierta manera, ello hubiera podido compensar el fallido plan que constituía la malograda expedición COSMOSUR – 79”.

12h 30m.- Como parece que la ginebra hace efectos milagrosos contra el cansancio, decidimos comprar algunas más. Sin embargo, en el supermercado ya sólo quedaba una; por consiguiente hubimos de contentarnos con adquirir esa última botella (Doc.nº 11).

12h 40m.- Javier me hace entrega de la factura correspondiente a nuestra estancia en el hotel Excelsior. Esta asciende a 1.985 K.shs. (Doc. nº 12).

12h 55m.- Cruzamos las verdes avenidas de Naitobi, plagadas de escuelas e instituciones del Aga Khan y salimos de la ciudad rumbo al Lake Nakuru National Park.

13h 15m.- El paisaje ha ganado en verdor, a la vez que los vestidos de los indígenas se hacen más coloristas.

13h 40m.- Nos detenemos en una estación de servicio de carretera (Guitunguri), en donde ponemos gasolina a los vehículos. Debemos señalar que no nos han dado ninguna factura.

13h 50m.- ¡En ruta de nuevo!

Por el camino, Javier nos cuenta sus aventuras y laces amorosos de la víspera. Al final resultó que la muchacha con la que se lió, no le quería dejar marchar. Le pedía insistentemente que se la llevara a España, en donde ella trabajaría para él.

Yo, hispano también, pero más bajito y menos musculoso, le pregunté a nuestro “Barbas” cuál era el perfume que usaba para causar tales estragos entre las féminas. Esta fue su respuesta:

- Tío, de perfume ná. Es cuestión de adrenalina y lanzarse al ruedo sin complejos.

¡Dita sea, hombre, tendré que revisarme las cápsulas suprarrenales, porque desde hace una temporada no me como un rosco ... collons!

14h 10m.- El verdor es magnífico.

14h 15m.- De pronto, a nuestro frente aparece una extensísima hondonada que parece perderse en el horizonte. Está escasamente poblada de vegetación. Me da la impresión de que es un gran lago desecado.

14h 35m.- Estamos en lo que parece ser la caldera de un volcán. A mi izquierda observo una formación que supongo debe de ser una de las antiguas bocas del extenso circo. Se trata del volcán Longonot, perteneciente al sistema del Rift Valley. Fredy, aprovecha para filmar unos metros de película.

Aprovecho el momento para anotar unos apuntes sobre el llamado Valle de la Gran Grieta o, como es conocido mundialmente Great Rift Valley.

El Great Rift Valley forma parte de una inmensa falla de 6.640 kilómetros de longitud, que se extiende desde Jordania (el Mar muerto es su parte más honda), corta a Kenia de norte a sur y llega hasta Mozambique.

El Valle del Rift comenzó a formarse hará alrededor de unos dos millones de años, debido al proceso de deriva continental. Así, violentas fuerzas provocaron un hundimiento de tierras entre líneas de fallas paralelas; formando una de las estructuras geológicas más impresionantes de la Tierra y que, lejanamente, recuerda al Valle Marineris del planeta Marte.

En 1893, el geólogo escocés John Walter Gregory fue el primero en localizar este valle. Lo descubrió en un lugar cercana a Naivasha; pero, debido a los problemas que tenía con los masais, hubo de trasladarse más al norte, en concreto hacia el lago Baringo. Allí, Gregory tomó muestras de rocas del suelo del valle y de la cima de las escarpaduras cercanas, descubriendo que eran parecidas.

El geólogos escocés bautizó a esta peculiar formación como Great Rift Valley, es decir, Valle de la Gran Grieta o Falla.

El punto en el que el Rift Valley entra en Kenia se encuentra a una altitud de 198 metros y es poco escarpado; pero en el lago Baringo, en el sur, el valle está a 914 metros sobre el nivel del mar, tiene 16 kilómetros de ancho y a ambos lados se alzan espectaculares murallas escarpadas.

El suelo del valle continúa elevándose hasta superar los mil ochocientos metros de altitud en la zona central, a la que se conoce como High Lands; después desciende de nuevo hacia el lago Magadi ubicado en la frontera con Tanzania.

En el valle hay varios volcanes, casi todos ellos dormidos; aunque, cerca de la frontera con Tanzania, el Lengai está todavía muy activo.

Kenia saca provecho de la actividad volcánica de varias maneras; así por ejemplo, las corrientes de vapor que surgen en las laderas del monte Longonot, en el parque nacional de Hell’s Gate, accionan turbinas que producen aproximadamente un quinto de las necesidades energéticas del país. Al este de Longonot, en la cima del macizo, el dióxido de carbono exhalado del suelo, es recogido, comprimido hasta pasar al estado líquido y, a continuación, embotellado. Este dióxido de carbono también se utiliza para fabricar el llamada hielo seco.

El Gran Valle del Rift, con su suelo volcánico, un calor abrasador y fuentes termales, es a veces un lugar inhóspito. Otras veces, sin embargo, ofrece un aspecto verdaderamente paradisíaco, con fértiles tierras en la que se cultiva café, frutas y otros productos alimenticios.

En el valle hay muchos lagos alcalinos, tales como el Nakuru y Baringo –famosos por las espléndidas concentraciones de flamencos rosa -, aunque el más espectacular es el lago Turkana que tiene una extensión de 318 km y una anchura de 56 (es uno de los mayores lagos alcalinos del mundo).

El lago Turkana fue descubierto por el conde Samuel Teleki von Szek en 1887. Teleki bautizó al lago con el nombre de Rodolfo, en honor del príncipe heredero del Imperio Austrohúngaro. Los nativos, en cambio, lo llamaban Basso Narok, que significa Lago Negro.

El lago Turkana hubo de estar conectado en el pasado al sistema hidrológico del Nilo, como lo prueban las enormes percas del Nilo que, en algunos casos, pueden llegar hasta los 90 kilos de peso.

14h 45m.- Avistamos el lago Naivasha.

16h 02m.- Llegamos a la altura de una central eléctrica, denominada “The East African Power and Lighting Companya Ltd”.

16h 15m.- Entramos en Nakuru, que es la tercera ciudad importante de Kenia. Debo comentar que la carretera por la que estamos circulando está súper transitada.

17h 10m.- Un control de policía nos detiene. El control está bien dispuesto, pues la policía corta la carretera con unas pesadas barreras provistas de largos pinchos. Dejan un estrecho pasillo para que, de manera zigzagueante, el vehículo interceptado llegue al centro del control sin poder realizar ninguna maniobra de fuga.

Los policías nos preguntan el significado de las banderas que llevamos en los coches. Les decimos que representan a nuestro país, pues estamos realizando una misión científica por tierras de Kenia. Luego, nos piden la documentación de los vehículos y, claro está, nuestros pasaportes.

Como todo les pareció en regla, nos permitieron proseguir nuestra ruta.

1hh 20m.- Llegamos a la entrada del Nakuru Park.

Pagamos 20 shillings por cada coche, 20 por cada persona y 75 por acampar una noche; de manera que, en total, hubimos de pagar 475 shillings (Docs. núms. 13 al 33).

Mientras se hacían los trámites para entrar en este parque observo que las nubes vuelven a la actualidad.

Por fin, tras varias peripecias, conseguimos llegar al Lake Nakuru Lodge Limited. La vista desde este lugar es preciosa. Las instalaciones son principalmente de encofrados de madera. Las vigas que sustentan los techos están colocadas en forma de uve invertida. Todo hay que decirlo, su colocación es más estudiada que en otros lugares.

Nos tomamos, para variar, unas cervezas y, luego, pasamos al comedor, desde donde también se divisa una panorámica grandiosa. En lo que abarca la vista, observamos la naturaleza plutónica del terreno..

Como digo, nuestra vista domina toda la extensión del lago Nakuru. Sobre el cielo del atardecer se recorta la formación en uve de unas docenas de flamencos.

Me llama poderosamente la atención la forma y cantidad de unos cactus. Tienen apariencia arborescente, sus copas son frondosas, sin hojas, por supuesto.

En la paz crepuscular charlamos sobre los temas del día; no obstante, todavía reina cierta tensión.

La factura de nuestras consumiciones ascendió a 189 shillings (Doc. nº 34).

Después de haber apagado nuestra sed; pasamos al comedor para saciar nuestro apetito. La cena consistió en unos panecillos con mantequilla. Una sopa. Un plato de vegetales y, todo ello, acompañado de un vino austríaco. Acabamos tomando el café de turno.

Después de la pitanza, montamos en los vehículos y volvemos sobre nuestros pasos. Al cabo de unos diecisiete kilómetros fuimos a parar a una especie de camping. Antes, por el camino, vimos algunos gamos y ... también alguna que otra parejita de negritos que se desfogaban al calor de la noche africana.

En la explanada ya había acampado un grupo de franceses. De entre ellos destacaba una bella jovencita.

Montamos con presteza nuestras tiendas (ya vamos teniendo mucha práctica en este menester). Pocos después, en el extraño silencio nocturno, nos introducimos en las mismas dispuestos a reponer fuerzas con un sueño reparador.

A media noche, me despierto. Me molesta al abdomen, como siempre. En la tienda observo que se hallan Javier, Alfredo, Juan Vidal y Marrades.

El dolor se mitiga. Vuelvo a acostarme. Me duermo durante unas tres horas. Al despertarme de nuevo, observo que las molestias persisten. Me concentro. Hago unos ejercicios de meditación. ¿Cuánto tiempo estuve así? Pues no lo sé. Como parece que el método empleado dio resultado, vuelvo a tenderme sobre el saco de dormir y, al poco, concilio otra vez el sueño.


V I E R N E S 22 DE FEBRERO DE 1980


Me desperté hacia las seis de la madrugada. En la tienda todos duermen; sin embargo, de las otras, surgen sonidos inconfundibles que me indican que sus moradores han despertado ya.

Como me incomodaba cierta necesidad, me levanto, cojo las llaves del coche; saco después mi neceser y, luego, me dirijo hacia los “servicios” –es un decir- del camping. El excusado consiste en un cubículo de madera que da directamente a un pozo ciego. Una vez satisfechas mis “servidumbres humanas” regreso al coche, cojo mi ropa y me visto.

Mientras, poco a poco, el personal va saliendo abotargado de las tiendas. Algunos, observo que les pasa como a mí, pues van a los servicios sin perder un minuto.

Viene Javier y entre él y yo disponemos sobre el capot de nuestro vehículo las “viandas” que constituirán el desayuno de los “intrépidos” expedicionarios.

Son cerca de las nueve cuando levantamos el campamento. Nos despedimos de los franceses y, momentos después, emprendemos ruta rumbo a Lago Nakuru.

El Lago Nakuru es, hoy por hoy, los restos de una antigua y extensa zona acuática, actualmente desaparecida. Así pues, este lago se halla en vías de desecación. No obstante, en sus alrededores existen todavía grandes manadas de flamencos rosas.

10h 20m.- Llegamos a la zona de las marismas. Al principio, parecía que estábamos circulando por un terreno desértico, pero, al poco Alfredo nos dijo que aquellas tierras le recordaban las marismas que el vio en el Parque de Doñana. Alfredo tenía razón. Eran marismas y nuestro vehículo no tardó en quedar atrapado en las mismas.

Hubimos de llamar a l resto de los componentes de la expedición para poder sacarlo; cosa que no resultó, en verdad, nada fácil.

Luego, por las zonas más firmes de aquellas marismas, se procedió a efectuar unas espectaculares tomas de los coches derrapando sobre el terreno: para ello, Alfredo, se situó en un lugar estratégico para obtener una buena panorámica de la alocada carrera.

Durante la filmación, yo iba sentado exteriormente sobre la ventanilla de nuestro automóvil, pues quería filmar, a mi vez, desde esta posición la carrera. Sin embargo, el zarandeo, zigs zags y polvo que levantaba el coche me hizo imposible mi propósito.

11h 45m.- Avistamos el primer hipopótamo. Parece como una inmensa mole de carne flotando en el lago. El animal está totalmente inmóvil.

12h 24m.- Los coches que van a la cola no se divisan. ¿Qué les habrá ocurrido

12h 40m.- Afortunadamente, a los vehículos que antes he citado no les había ocurrido ningún percance, De modo que toda la caravana motorizada se reagrupó en un punto en donde había un cartel que indicaba “”NAKURU HIPPO POOLS”.

12h 45m.- Hemos llegado a la salida del parque.

13h 10m.- Arribamos a la “Lanet Filing Station”; en donde aprovechamos para hacer una derrama colectiva de 200 shilling por persona.

14h 43m.- En esta hora se produce un hecho importante, ya que hemos llegado al punto crucial por el que el Paralelo Máximo divide la Tierra en dos hemisferios iguales. Es decir, hemos llegado al Ecuador. Un cartel así lo indica y, además, nos informa que estamos a 7.745 pies de altitud sobre el nivel del mar.

Nuestra caravana de vehículos se detiene. hay que aprovechar para tomar unas fotografías del momento.

Como en mi caso, viajo, prácticamente, encajonado entre mochilas y bolsas en la parte trasera del vehículo, no me resultaba fácil salir del coche y, cuando lo conseguí, mis compañeros de expedición ya estaban hartos de hacer fotografías.

Opto por filmar unos planos del cartel y resignarme, pues me hubiera gustado salir en una foto con el cartelito al fondo.

En este mismo lugar, los nativos han aprovechado para establecer una especie de tenderetes con souvenirs del país que, en su mayoría, fabrican ellos mismos. Por ello, algunos miembros de nuestro grupo aprovechan la oportunidad para comprar tallas de madera, lanzas y máscaras.

Alfredo perdió en este lugar una pieza del teleobjetivo de la filmadora de 16 m.m. Fue un accidente tonto; puesto que al entregarme la máquina, mientras él sacaba un rollo de película, se cayeron dos piezas del instrumento. Sólo pudimos encontrar una de ellas, la otra se perdió irremisiblemente, con gran disgusto del chico.

Luego, recorriendo de nuevo la carretera asfaltada y una vez atravesado el ecuador, nos dirigimos hacia las Thomsons Falls.

Antes de visitar ese lugar en donde se hallan esas famosas cascadas de agua, nos dirigimos al “Thomson Falls Lodge”, en donde, como ya es de rigor, nos tomamos unas cervezas que buena falta nos hacían. Algo más tarde, y previo pago de 60 shillings, pudimos recorrer el lugar. en donde están las cataratas.

Las Thomson Falls son unos maravillosos saltos del líquido elemento, en donde el agua del río Ngare Naru se precipita al vacío desde una altura de setenta y cinco metros, llegando al fondo con ruido ensordecedor. Estas caídas de aguas se hallan situadas a unos dos mil trescientos metros de altitud. Su nombre proviene del explorador inglés Joseph Thomson, quien las descubrió a finales de 1883. Hoy día, las han rebautizado con su antiguo nombre kikuyu: Nyahuru Falls. Nyahuru significa “lugar de las aguas profundas”.

La vegetación que circunda este paraje es frondosa y el conjunto hace que el espíritu del viajero se evada a otro plano de la consciencia; en el cual, el ego, nuestro yo, se da cuenta de que él es el espejo a través del cual la Naturaleza se mira a sí misma.

Después de recrearnos con la contemplación del espectáculo, efectuamos algunas compras en los inevitables puestos de venta de souvenirs. Por mi parte adquirí cuatro dientes de león, los cuales me costaron 130 shillings.

1hh 55m.- Hemos reemprendido la marcha, adentrándonos por una carretera secundaria y ahora estamos a 75 kilómetros de Nanyuki.

La caravana de vehículos ha debido de detenerse ya que el vehículo KVH 319 ha vuelto a sufrir un pinchazo (este coche está batiendo los récords en fastidiar ruedas).

Una vez cambiada la rueda, volvemos grupas, pues hemos decidido ir por la carretera general.

18h 30m.- Enfrente de nosotros y con la cima envuelta en nubes tenemos al Monte Kenia, un antiguo volcán, hoy apagado, y cuyos picos son los restos del antiguo cráter que se ha ido desmoronando con la erosión.

18h 45m.- Transitamos por una magnífica y desierta carretera.

La puesta de Sol ha sido bellísima. Algunos miembros de la expedición la inmortalizaron con su máquinas fotográficas; mientras tanto, la radio que llevamos en el automóvil nos deleita con melodías características de Africa..

18h 55m.- Debemos de efectuar una nueva parada; ya que aunque la carretera es excelente el vehículo KRZ 318 ha sufrido un pinchazo (¡No ganamos para ruedas!).

19h 01m.- Nos detenemos frente a un cartel que indica que faltan todavía 19 km. para llegar a Naro Moru. River Lodge.

Partimos para ese lugar, al que llegamos como un cuarto de hora más tarde, sin más incidentes. Estamos hambrientos –como ya es habitual-, razón por la que decidimos cenar antes de ir al “campsite”, en donde habremos de montar las tiendas para pernoctar.

La cena consistió en: sopa caliente de vegetales; un plato de carne con zanahorias; patatas y algo parecido a judías tiernas. De postre nos dieron una macedonia de frutas y para beber pedimos cervezas. Finalmente, en el “coffe room” el té o el café pusieron punto y final a la pitanza del día.

Fue en este salón en donde quedaron ultimados los preparativos para la excursión al Monte Kenia. Concretamente a la llamada “Punta Lenana”. Esta ascensión la realizarán Javier, Genebriera y Herminia (a quien ya llamamos “Titi”, aunque su marido siempre la llama “Rateta”). El guía que les ha de conducir a la cumbre se llama King Salomon.

Unas palabras sobre el Monte Kenia: El Monte Kenia, como ya he apuntamos más arriba, es en realidad un volcán apagado. Tiene tres picos, Punta Lenana, que se eleva hasta los 5.032 metros, el Nelion, con una altitud de 5237 y el Batian, que con sus 5249 metros de altura, lo sitúan en la segunda cima más alta de Africa después del Kilimanjaro (5.895 m).,

Estos tres picos son, en realidad, las antiguas chimeneas del volcán que quedaron aisladas después de que la erosión se llevara la lava que las recubría.

De los tres, el Pico Lenana es el más asequible y el que, ordinariamente “escalan” muchos de los turistas que se acercan por estos pagos.

Los habitantes del lugar, los kikuyos, llaman al Monte Kenia como Keré Nyaga (Kilinya o Kirinyaga), que podríamos traducir como “Montaña Blanca” o “Monte de la Claridad”, en donde según sus antiguas leyendas mora Mongai., el dios de la Claridad y de los misterios de la vida y Creador de todo.

Ultimados los preparativos para esta escalada, emprendimos la marcha hacia el camping; el cual se halla junto al Lodge. Todo está muy polvoriento y bastante concurrido de turistas. Tras algunos titubeos, al fin encontramos el lugar idóneo en el límite sur del recinto.

Sin pérdida de tiempo, plantamos las tiendas y los que por la madrugada debían de salir hacia el Monte Kenia, se concentraron, junto con sus pertenencias, en una de las tiendas. Por otra parte, decidimos que los coches se quedarían con nosotros, de forma que los “alpinistas” deberían de alquilar un “todoterreno”.

Antes de cerrar la crónica del día debo de señalar que los hermanos Gómez se quedaron a pernoctar en las habitaciones del Lodge para ahorrarse las incomodidades de tener que dormir en las tiendas y sacos de dormir (¡No hay como tener dinero para ir por el mundo! ¡Cuando pienso que Josep Gómez tenía como pisapapeles un telescopio “Questar” en su estudio de Mollet...!).

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S A B A D O 23 DE FEBRERO DE 1980


06H 10M.- Nos despiertan las voces de los que parten para escalar el pico Punta Lenana.

06h 40m.- Me duele la espalda, debido a la dureza del suelo y decido que ya no aguanto más dentro del saco. Así pues, decido levantarme.

El día es muy bueno, aunque la madrugada resulta muy fresca.

Poco después se levanta el Rodríguez, quien se pone a cambiar una de las ruedas de su coche que estaba pinchada. Por mi parte, empiezo a sacar algunas vituallas del coche de la intendencia,

08h 10m.- Rodríguez se marcha con su automóvil, llevándose tres ruedas pinchadas. Me dijo que iba a buscar una gasolinera o estación de servicio en donde poder repararlas.

09h 05m.- Hay que preparar el desayuno. Pero como siempre ¿quién debe prepararlo? ¿quién ha de lavar los cubiertos, cacerolas y demás utensilios? ...¡Correcto! ¡Los de siempre! Para Juan le resultaba dezsesperante el comprobar que a estas alturas todavía no jubiéramos podido lograr una colaboración para estos menesteres con la mayoría de los miembros de la expedición.

- No hay nada que hacer, Manolito –me dice Juan- O los “hostiamos” y armamos la de “Dios es Cristo”, o tratamos de conseguir que todo este viaje llegue a buen puerto. Mira, como dice “Dumbo” (así llama Juan a nuestro amigo porque éste tiene las orejas muy grandes y salidas) son todos unos niñatos.

Mientras almorzamos (si así puede llamarse lo que comemos, a todas luces insuficiente para darnos energías para la mayor parte de la jornada) , viene un joven americano y entabla conversación con nosotros. Dice que ha estado en Barcelona y que ha viajado por Francia, Italia, Atenas, El Cairo, Luxor, Jartum y Nairobi. Luego, pudimos comprobar que no viajaba solo, pues iba en compañía de una jovencita.

10h 01m.- Empieza a intranquilizarnos la tardanza en regresar de Rodri.

10h 15m.- Enviamos un coche en su busca. En este vehículo van Alfredo y Llió.

10h 23m.- El calor comienza a dejar sentir, en tanto que en el campo reina una tensa calma. Juan me da la factura de la cena de ayer noche. Todo lo que consumimos ascendió a 750 shillings.

10h 43m.- Rodri hace acto de presencia,; lo cual, en verdad, nos quita un peso de encima. Según nos dice, ha tenido que dar más vueltas que un ventilador para encontrar un servicio estación, llamado “Mugumo Service Station”. Como justificante presenta la factura nº 1810 (Doc. nº 36), cuyo importe asciende a 20 shillings.

Nos felicitamos por tener ahora ruedas de recambio pero; sin embargo, Juan Vidal no se guardó de darle una buena reprimenda por haber actuado por cuenta propia, sin consultarlo a nadie y teniéndonos a todos en vilo durante un buen rato.

Debo añadir que el coche que enviamos en su busca regreso juntamente con él, ya que Alfredo y LLió encontraron a Rodri cuando este ya venía de regreso.

Algo más tarde, comenzamos a cargar los bultos que deben viajar con los coches que han de partir, pues hemos decidido dejar uno de los vehículos en el campo.

Hace mucho calor; pero, a ratos sopla una brisa que reconforta un poco del ardoroso sol.

La cumbre del Monte Kenia comienza a ser cubierta por las nubes de evolución diurna.

Hoy hace ya una semana que tuvo lugar el eclipse de Sol. Siete días puede parecer muy poco tiempo; sin embargo, a mi me da la sensación de que ha transcurrido toda una eternidad. ¿Acaso no es así? Me pregunto qué es lo que estarán haciendo ahora mis padres. Es curioso pensar que mientras yo me estoy achicharrando de calor, ellos se estarán pelando de frío. Por otra parte, el Ayuntamiento y el Negociado de Obras Públicas son ahora para mí como el recuerdo de un mal sueño. ¡Qué ridículo me parece todo aquello!

A la vista de la majestuosidad de este paisaje, me he puesto filosófico. Quisiera no regresar. Por lo menos a lo que hasta hace poco ha sido mi vida. Temo, no obstante, que deberé, pronto, de volver a enfundarme en el traje de hombrecillo y llevar una existencia gris, como corresponde a un administrativucho del Ayuntamiento de Babilonia, digo, Barcelona.

En estos instantes no puedo evitar el formularme las siguientes preguntas: ¿Dónde estaré, si es que estoy, cuando se cumplan los veinticinco o treinta años de esta expedición? ¿Qué habrá sido de COSMOSUR para entonces? ...

12h 03m.- Salimos del campamento.

12h 05m.- Llegamos al lodge de marras, en donde (con gran pesar) recogimos a los hermanos Gómez.

12h 55m.- Salimos rumbo a Nyeri, primera etapa en nuestra ruta hacia el parque de Aberdare., que se halla a unos 30 km. de esta localidad. Digamos, de paso, que Los Aberdares es el parque más elevado no sólo de Kenia, sino de Africa, ya que en él se alcanzan alturas de 4.032 metros (Ol Donyo Satima. Que viene a significar:“La Montaña del Joven Toro”).

Los Aberdares se sitúan en una cadena montañosa volcánica, localizada a la derecha del Rift Valley, en cuyos bosques se ocultaron los guerrilleros del Mau-Mau.

La vegetación que observamos es de tipo tropical y el paisaje es precioso. El verdor de la campiña y de los prados es digno de un cuadro costumbrista.

Para variar, nos perdemos. Preguntamos a un chavalillo si podía indicarnos hacia dónde teníamos que dirigirnos para ir a Los Aberdares. Como siempre –y ello, por lo visto, es muy característico de estas gentes- si le decimos que recto, él responde que sí, que recto; por el contrario, si señalamos a la izquierda, la respuesta es obvia, a la izquierda. Así que decidimos volver grupas y, poco después, dimos con un complejo hotelero de maravilla. El nombre compuesto del mismo es el de “Treetops Outspan”.

En la parte de atrás de este lodge, existen unos jardines magníficos que son el lugar en donde sirven el té y el café.

Por la información que recogemos, nos enteramos de que el primitivo lodge fue destruido por la guerrilla del Mau.Mau, durante la guerra por la independencia. También se da la circunstancia de que fue en este lugar en donde estaba la princesa Isabel con su madre, cuando murió en Londres el rey Jorge, de manera que Isabel fue proclamada aquí reina de la Gran Bretaña.

Hemos decidido reponer nuestras agotadas fuerzas en el restaurante del Treetops. La verdad sea dicha es que nosotros parecíamos unos desarrapados en comparación con el selecto público de comensales que allí se daba cita. Javier hizo un comentario que lo ponía de manifiesto:

-Tíos, no sé si os habéis dado cuenta, pero por la cara que pone esta gente debemos de dar un pestazo a tigre que tumba ¡Ja, ja, ja!

La comida o almuerzo (chakula cha mchana, en swahili) nos fue servida en un precioso salón (al que debimos aromatizar con nuestras exquisitas y naturales “fragancias) y consistió en una sopa caliente y en un bufete libre. Para beber lo de siempre, cervezas, coca colas y fantas. La factura de la comida, propiamente dicha, ascendió a 720 shillings y la de las bebidas a 51 shillings (ver Docs. nºs 37 y 38)..

Después de comer, pasamos a tomar el té o café en los jardines que, como he dicho, eran preciosos.

Charlamos medio amodorrados unos, en tanto que algunos otros aprovechaban para efectuar algunas tomas de películas y fotografías. Eso, menos mal, sirvió para apaciguar los ánimos. Javier, para los íntimos, se burlaba de la manera en que iba vestido el hermano de Gómez, Federico; ya que llevaba un traje y una gorra de camuflaje, lo que complementaba con un vistoso machete. Por ello, “Dumbo” decía que era Rommel (pidiendo excusas al Gran Mariscal).

Estábamos tan a gusto, que nos hicimos los remolones y no nos pusimos en movimiento hasta las dieciséis horas. Cuando llegamos a nuestros vehículos, algunos miembros de la expedición tuvieron la desagradable sorpresa de ver que el calor reinante en el interior de los vehículos estaba estropeando las figuras de madera que ayer habían comprado. El más afectado resultó ser Alfredo, sobre todo en una bella talla de un rinoceronte, en la cual se había resquebrajado la madera.

16h 01m.- Rumbo a Los Aberdares.

Debo comentar el hecho llamativo de que la mayoría de los naturales del país, grandes y chicos, nos saludan brazo en alto a nuestro paso. Por supuesto que desde nuestros coches correspondemos también a ese saludo.

16h 15m.- Atravesamos una plantación. Los trabajadores keniatas reposan en grupos. Nos da la sensación de haber viajado en el tiempo y estar recorriendo una de aquellas plantaciones que había en los estados algodoneros de la Confederación Americana.

Podemos observar que, aparte del ganado vacuno, hay también muchos rebaños de ovejas..

16h 20m.- Llegamos a un desvencijado puente hecho de madera y que permite el cruce de un riachuelo. El puente estaba en tal mal estado que algunas de las maderas que lo componían se desprendieron a nuestro paso. Sin embargo, nuestra caravana de vehículos logró atravesarla sin más novedades que el “canguelo” que tenían algunos conductores.

16h 25m.- El camino se hace impracticable. El recorrer cien metros resulta una odisea. Los coches parece que van a desvencijarse.

La vegetación es muy espesa. Los bosques de coníferas se hacen muy tupidos. Son de Kiandongoro (Copressus Lussitania), plantados en 1968.

Quién iba a decirme que en esta región de Africa, en lugar de animales como el león, el elefante o el “rino”, nos iban a salir al paso numerosas vacas. Realmente, esto no parece Kenia.

Llegamos a una plantación de pinos Palula, cuya extensión es de 6,47 hectáreas. Un cartelito indica que fueron plantados en 1.960.

Nos hemos detenido para descansar y contemplar un bello panorama. Estamos ante un valle poblado por unas chozas muy típicas. Parece un pesebre colocado sobre un suelo de verde musgo.Esta preciosa aldea se la conoce con el nombre de Tucha.

Ante nuestra aparición, una multitud de rapazuelos vienen corriendo del poblado. Les damos golosinas y también algunas medicinas (colirio para los ojos, pues son muchas las criaturas que tienen infecciones en ellos).

La detención se alarga demasiado. Empieza a obscurecer.

Reanudamos la marcha. Al poco, nos hallamos ante unos repechos tan pronunciados que obligan a los vehículos a esforzarse cada vez más; tanto es así que nuestro “Datsum” no logra superar el primero. Hemos tenido que repetir varias veces la maniobra hasta lograrlo.

Un poco más adelante, encontramos a un vehículo de la Cruz Roja Internacional que se dedicaba a estudiar el comportamiento de los lugareños. Paradójica e irónicamente, nosotros les dimos más ayuda a los keniatas en el poco rato que estuvimos con ellos que esos albinos de la cruz roja en sabe Dios qué tiempo.

17h 35m.- El camino se hace interminable. El polvo rojo de la pista nos envuelve. A cada lado, a nuestro frente y espalda la espesura se hace infinita. El cielo se ha cubierto de nimbus.

17h 40m.- Nos detenemos. No se ve fin a esta pista infernal. Hay que tomar una decisión.

Cifuentes nos informa que debemos de estar a más de tres mil metros de altitud. Funda su aseveración en el hecho de que los bambúes medran por doquier. Para corroborar lo que manifiesta nuestro hombre del tiempo, sacó de una mochila un altímetro. El instrumento indica que estamos a 2.250 metros sobre el nivel del mar.

17h 50m.- Hemos hecho unas incursiones a pie por estos parajes. Lo cual nos ha permitido comprobar que el camino parece no tener fin. Luego, hacemos un consejo. Es obvio que las falta de oxígeno debido a la altura afecta a la potencia de nuestros coches, de modo que no vamos a poder seguir adelante, aunque sólo dejemos en ellos a los conductores y el resto vayamos a pie cargando con el mayor número de bultos posible. Sólo, pues, parece haber una solución posible: regresar.

Así, con el mal sabor de boca de no haber podido alcanzar la meta que nos habíamos propuesta, comenzamos el lento descenso por la terrible pista de los Aberdares.

Hay que señalar que la pista está plagada de excrementos de grandes herbívoros; animales que suponemos que no pueden ser más que elefantes. Otro hecho curioso, y que habían de tener en cuenta los conductores, es que, en su mayoría, las montañas de excrementos las habían hecho los elefantes sobre grandes piedras, de modo que si un coche pasaba por encima de ellas, la piedra, enorme, invisible por los detritus orgánicos, podía averiar el vehículo, sobre todo el cárter. Esta particularidad, la descubrimos al remover las defecaciones para averiguar el tipo de alimentos que comían los animales que las originaban.

18h 15m.- Otra plantación de coníferas. Esta vez son Pinos Patula Mururu Araucaria Angustifolia.

Las indígenas del lugar, mujeres de todas las edades, pasan cargadas con grandes cantidades de algo que se parece a la caña de azúcar. Por el peso de los enormes fardos, van todas ellas curvadas hacia adelante, mientras penosamente se encaminan hacia la aldea de Tucha.

18h 35m.- Llegamos, por fin ,a una carretera asfaltada.

Tras circular por ella unos cuantos kilómetros, nos topamos con un control de la policía. Como es costumbre tienen cerrada la carretera por medio de unas vigas con lanzas –verdadera muralla infranqueable para cualquier tipo de vehículo-. Al llegar a su altura, nos detienen y nos preguntan adónde vamos. Les respondemos que al Logde del Lago Nakuru. Sin más preguntas, nos dejan pasar.

Cuando finalmente tenemos ante nuestros ojos al Lodge, su visión nos parece una bendición del cielo. Sin embargo, entre los componentes de la expedición, o mejor dicho, entre los componentes de los grupos Cosmosur e IBM el ambiente está tenso. El día no ha sido un éxito en lo que concierne al safari fotográfico y ello contraría a algunos.

Mientras nos tomamos unas cervezas se inicia el diálogo. LLió se descarga y manifiesta su contrariedad por lo ocurrido hoy y –como no podía ser de otro modo- por la manera en que se está dirigiendo la expedición. Por mi parte, yo también me descargué un tanto, poniendo de relieve la escasa colaboración del personal y el nulo espíritu de grupo que había entre la gente. Además, hice hincapié en que lo sucedido hoy era totalmente imprevisible y, por ello, no había que achacar las culpas a nadie. Fue el resultado de no llevar vehículos apropiados para continuar ascendiendo por las malhadas pistas de los Aberdares. Lo mismo dije en cuanto a los animales.

Afortunadamente, supongo que el cansancio tuvo mucho que ver, los diálogos no pasaron a disputas e, incluso, finalmente, se llegó al acuerdo de que mañana nos levantaríamos temprano para ir al Samburu Park..

No obstante quedaba un pequeño problema por resolver: ¿quién haría el café? Como yo se sabía quiénes iban a hacerse el loco, escaqueándose de toda actividad “de cocina”, propongo que la cosa se decida a suertes. Así lo hicimos jugando a los “chinos”. “La china” les tocó a Alfredo y Marrades.

Más tarde, ya en el campamento, tratamos de poner en marcha una de las pilas de la máquina de filmar de Fredy. No lo conseguimos. Es una lástima porque no tenemos reservas. Así que si se gasta la que ahora se está utilizando no tendremos recambios, lo que supondría el fin de nuestro reportaje cinematográfico en 16 m.m. Claro que llevamos varias cámaras de Super 8, pero la calidad no puede compararse a la filmadora profesional y, en mi caso, dada mi inexperiencia en este menester, dudo de que haya logrado realizar un buen trabajo (aparte de que sólo llevo cinco carretes de película, pues mi presupuesto particular no me permitió comprar más).

Sin realizar ningún tipo de observación astronómica, a las once de la noche, los componentes de la expedición nos retiramos a nuestras respectivas tiendas de campaña.


D O M I N G O 24 DE FEBRERO DE 1980


04H 30M.- He tenido que salir de la tienda para satisfacer una imperiosa necesidad. Hace mucho frío; pero, la noche, en cambio, es magnífica. Las estrellas lucen como misteriosos globos de luz. La visión del Firmamento nocturno me deja embobado. Por unos momentos, mi imaginación se trasladas a las vastas soledades espaciales. Pienso que en algún mundo recóndito un alma gemela también estará mirando en estos momentos el Mundo del Espacio y pensará si “más allá” alguien estará haciendo lo mismo. Obviamente, nunca sabremos el uno del otro. Pero nuestras miradas, de alguna manera, se habrán cruzado en el tiempo y en el espacio (eso si suponemos que todo ello ocurre fuera del campo de la física actual; en donde, según Einstein nada, salvo los takiones, puede ir a una velocidad más rápida que la de la luz). El frío me hace tiritar. Así que abandono mis “alboradas filosofales” y regreso al calor humano de la tienda.

06h 00m.-Me levanto (¿no teníamos que hacerlo media hora antes?). Salgo al exterior, después de recoger mis cosas. Algunos inquilinos de las otras tiendas ya se han despertado también.

Como el tiempo apremia, rápidamente preparamos un frugal desayuno. Luego, marchamos hacia el lodge para recoger al trío que allí pernocta cómodamente.

07h 30m.- En ruta hacia el Samburu Park.

Por el camino observamos muchos camiones militares que vienen en dirección opuesta a la nuestra.

07H 31M.- Atravesamos nuevamente el ecuador. LLevamos rumbo norte; por lo tanto estamos de nuevo en el hemisferio boreal, justo, al norte de la ciudad de Nanyuki.

07h 50m.- Nos detenemos para tomar unas vistas del Monte Kenia. Sopla un viento muy frío; pero, el cielo está totalmente despejado.

A lo largo del camino hemos podido observar que en cada poblacho hay una iglesia.

Señalemos, así mismo, que Alfredo cojea más que otros días. Esta mañana nos dijo que tenía el pie algo hinchado.

Hoy es domingo ... ¿qué estará ocurriendo en España? Tal parece como si nuestro país estuviera en otro planeta.

08h 10m.- Las tierras de cultivo y de pastos se extienden en todo lo que abarca nuestra vista.

La carretera –menos mal- sigue siendo magnífica.

Alfredo me comenta que ha conseguido cargar la filmadora dentro del coche. Todo un récord, sí señor.

08h 15m.- Enfrente y a ambos lados, en el horizonte próximo, observamos colosales formaciones montañosas. En algunas de ellas se divisan frentes nubosos, los cuales están estancados ora en sus laderas, ora en sus cumbres.

Estas distribuciones de tierra se asemejan a formaciones volcánicas; incluso parece que forman un circo de considerables dimensiones.

La vegetación ha cambiado y ahora vuelven las plantas espinosas y los matorrales, típicos de terrenos de secano o en franca desertización. Esto último parece ser lo que está ocurriendo.

08h 55m.- Hemos llegado a Isiolo, localidad que se encuentra a 275 km. de Nairobi. Isiolo está conectado con Nanyuki a través de la carretera A-2 por la que hemos venido circulando.

El pueblo ha ido creciendo a lo largo de esta ruta, entre el polvo y los animales que, por estos pagos, acampan a sus anchas.

Isiolo nos dio la impresión de ser un pueblo olvidado, pues la pobreza que hemos observado es mucho más ostensible que en otros lugares.

Isiolo es el punto de encuentro de las etnias vecinas. Vienen aquí para intercambiar ganado y artesanía.

A la salida de este villorrio, un control policial nos detiene. Los agentes toman nota de las matrículas de los coches, así como de nuestros pasaportes para identificar el país del que venimos.

Nuestra parada fue aprovechada por los lugareños que acudieron a nuestro encuentra en tropel; de modo que pronto nos vimos envueltos en una nube de gentes que nos ofrecían todo tipo de souvenirs.

09h 01m.- Rodri, quien es el que ha conducido nuestro vehículo en ausencia de Javier, me manifiesta que se siente mareado. Por ello, al reemprender la marcha, soy yo quien lleva el vehículo y él se encargará de tomar notas en el Diario de Bitácora.

Como nuestro vehículo era el que abría la marcha y ahora lo conducía yo. Impuse a la caravana más velocidad, lo que dio pie a que surgieran algunos problemas de distanciamiento; ya que algún conductor era reacio a darle al acelerador.

09h 40m.- LLegamos a Isioso County Council.

Los derechos de entrada al “Samburu Game Reserve” se repartieron de la manera siguiente: por los vehículos hubimos de pagar 80 shillings y por los correspondientes a las personas a 220 shillings..

Las pistas del parque son un desastre.

10h 10m.- Llegamos a “Buffalo Springs”, un lodge característico; en donde nos tomamos unas cervezas, mientras disfrutábamos del agreste paisaje, prácticamente, despoblado de animales.

La falta de animales hizo que mi atención se fijara en una joven india, que más bien parecía ser nubia. Era una belleza. Tenía unos ojos grandes y profundamente negros. Nariz corta. Labios carnosos y abultados. Cara redonda. Pelo corto. No estaba delgada; pues diría que su tipo era abundante. La fuerza y prominencia de sus senos se dejaba al descubierto al llevar la camisa desabrochada y su piel morena resaltaba allí donde era visible. Por otra parte, llevaba unos ceñidísimos shorts que marcaban un generoso Monte de Venus.

Era como una aparición. Una diosa surgida de la selva. La verdad es que quedé embobado mirándola.

10h 50m.- La contemplación del paisaje termina (la mía también, claro). Es hora de abandonar el lodge.

El polvo, el calor y las incomodidades vuelven, otra vez, a ser la constante de este viaje, el cual bien podríamos llamar “Safari Rally”.

El Sol ecuatorial impera en el cénit del cielo; en tanto que en la Tierra y en nuestra pequeña caravana se producen roces. En efecto. Como dije más arriba, el coche que conduzco es el que abre la marcha. Como las pistas de este parque son infames, están llenas de baches, rugosidades y pedruscos, si al vehículo se le imprime cierta velocidad pasa mejor sobre todos estos obstáculos. Pero, ello fue motivo de una agria disputa con Federico Gómez, quien de malos modos me increpó por el exceso de velocidad que, según él, estaba imprimiendo a la caravana y que, además, no les permitía hacer fotografías a los posibles animales que estuvieran por allí (también éste era el parecer de LLió, siempre ansioso por realizar reportajes fotográficos). No llegamos a las manos por puro milagro.

La disputa concluyó cuando Rodri dijo que ya se sentía mejor y que él volvería a conducir el coche (supongo que el chico lo hizo para evitar que las cosas fueran a mayores).

11h 05m.- Avistamos lo que parecer ser un río.

11h 10m.- Es un río. La vegetación que hay por sus alrededores se torna parecida a la del Paleoceno.

Rodrí me confiesa que sigue encontrándose mal, pero que todavía tiene fuerzas y ánimo para continuar conduciendo el vehículo.

Fredy y yo nos encaramamos por las ventanillas del coche y aprovechamos para obtener unas filmaciones y fotografías.

El río del que hablé es el Ewaso N’Giro.

Rodri tiene un nuevo desfallecimiento, razón por la cual he de sustituirle. Además, me pide encarecidamente que procure evitar imprimir mucha velocidad al coche.

Poco después, el camino se tornó alternativamente pedregoso y polvoriento. El coche saltaba como una caballo loco. Parecía que iba a desmontarse en cualquier momento. El calor era achicharrante y el polvo, omnipresente, se introducía por cualquier resquicio.

El itinerario era, pues, de pesadilla y los animales brillaban por su ausencia. Sólo tuvimos un relax y fue cuando llegamos al “Samburu Lodge”.

El lugar en el que se halla enclavado este lodge parece realmente una selva del Terciario. Tenía un refugio para cocodrilos (no podemos llamarlo de otra manera), pero, la verdad es que sólo pudimos ver una pequeña cría de este lagarto.

14h 45m.- Reemprendemos la marcha. Estamos preocupados por las reservas de gasolina, puesto que tenemos tan sólo medio depósito en cada coche y no sabemos en dónde vamos a encontrar una estación de servicio.

Vamos atravesando este infierno sin ver más animales que algunas gacelas.

Llegamos a la salida del Parque. En este lugar por una puerta ubicada diametralmente opuesta a la que entramos. En este lugar se reprodujeron las escenas de fricción, pues había gente que no quería salir y pretendían continuar recorriéndolo hasta poder satisfaces sus ansias fotográficas.

Realmente no se podía negar que en cuanto a lo del “safari fotográfico” la jornada, hasta el presente, había resultado un fracaso. Pero, también no era menos cierto que los vehículos andaban ya escasos de combustible y no podíamos arriesgarnos a quedarnos sin ese preciado liquido, llamado gasolina, pues en el interior del Parque no habían estaciones de servicio.

Finalmente, la cordura pudo más que las ansias “safarísticas” y salimos definitivamente de este condenado lugar; sin embargo, el paisaje continuaba siendo el mismo. La situación iba haciéndose insostenible. Kilómetros y más kilómetros, comiendo, respirando y sudando polvo.

Atravesamos algunos poblados. Por la apariencia de los indígenas parecían tratarse de gentes muy primitivas (eran miembros pertenecientes a la etnia de los samburu)

Vuelven los kilómetros y kilómetros. Se me ocurrió entonces que bien podría aplicársenos cierto verso del poema del Cid: “Polvo, sudor y hierro. Por la terrible estepa Africana, con doce de los suyos a lo desconocido COSMOSUR cabalga”.

Pienso estas cosas, mientras llevo el coche por aquel paisaje polvoriento y semidesértico.

Cuando ya estábamos casi en los aledaños (es un decir) de Isiolo, Rodri dijo que se sentía mucho mejor; por lo cual, volvió él a ejercer las funciones de conductor. Así que tengo que volver a ocupar el incomodísimo lugar de la parte trasera; en donde el trípode de la filmadora de Alfredo, con los brincos que da el coche me está moliendo el costado.

Transcurrido un tiempo a mí me pareció casi una eternidad, llegamos a la “ciudad” de Isiolo.

Nuestra primera intención fue la de poner gasolina, pero, uno de nuestros vehículos sufrió un pinchazo, de modo que hubimos de pararnos para que sus ocupantes pudieran cambiarle la rueda.

Cuando dimos con la gasolinera, observamos en enfrente mismo había una estación de servicio, en donde podían repararnos las ruedas. De modo que allí nos dirigimos.

En el momento de parar y salir de los vehículos, nos vimos asaltados (esta es la palabra justa) por una multitud de hombres, mujeres y niños, quienes nos ofrecían baratijas de todo tipo. La multitud aumentaba de forma preocupante, en tanto que los trabajos de reparación iban demorándose.

Juan y yo nos miramos. Los dos pensábamos lo mismo. Aquello era una ratonera y nosotros los ratones. ¿Qué hacer? Las armas que llevábamos, unos machetes largos y el rifle de Juan, estaban en los coches. Así que tratamos de llegar al que conducía Juan, quien me dijo:

- Manolo, cuando empuñes el arma no dudes ni un momento en utilizarla. Nos va la piel.

- Bien, Juan. Que sea lo que Dios quiera. Pero no dudaré.

De pronto, se oyó un silbido. Como un solo hombre, la multitud miró en una dirección y, al momento, como por encanto, todos echaron a correr desapareciendo por las callejas de aquel villorrio.

¿Qué ocurría? Pasmados. Miramos ora aquí, ora allá y, momentos después vimos aparecer un vehículo de la policía. Se detuvo a nuestra altura y de él se apearon cuatro personas. Iban vestidas de paisano. Sus ropas estaban muy limpias y en sus caras se advertía un grado superior de educación.

Uno de ellos, el que vestía de manera más elegante, se dirigió a los empleados de la estación y estos, ante nuestro pasmo, se cuadraron ante él como si fueran soldados. Estaban visiblemente nerviosos mientras respondían a las preguntas que aquel hombre les formulaba.

Posteriormente, los inspectores de la policía keniata se dirigieron hacia nuestro grupo y entablamos diálogo con ellos. Resultó que aquel ante el cual se cuadraron los empleados era algo así como el gobernador de la zona. Había sido un oficial del ejército de Kenia y, además, participó en la captura del asesino de la doctora Adamson, muerta recientemente en el Parque Nacional del Tsavo.

Como es lógico, los policías se interesaron por cosas de nuestro país, como el tipo de gobierno, la economía, la agricultura, etc., etc.

Hemos tenido mucha suerte, ya que si estos policías no hubiesen aparecido, es muy posible que algo desagradable o muy desagradable nos hubiera sucedido.

Queda en el aire un hecho ¿cómo llegó a enterarse la policía de lo que aquí se estaba tramando? Supongo que, como en todas partes, aquí habría algún soplón. Sea lo que fuere, debemos de dar gracias al Destino, Providencia o lo que sea por la llegada de la policía.

Cuando nos ponemos en marcha, Rodri dice que puede continuar conduciendo y yo, ¡ay! tengo que volver a ala incomodidad del asiento posterior.

Pasa el tiempo. Dentro del automóvil ya nadie habla. Parece que todos estamos un poco afectados por lo ocurrido y por el fracaso del safari.

Llegamos al Naru Moru Lodge ya de noche. Allí estaban aguardándonos el trío de alpinistas que había ido a escalar el Monte Kenia. Tuvieron éxito y pudieron culminar su ascensión a Punta Lenana; sin embargo, Javier hubo de quedarse en una cabaña, a cuatro mil metros del altura, ya que fue presa del mal de montaña (un dolor de cabeza terrible, debido a la falta de oxígeno y que se mitiga al cabo de dos días). Así que fueron Joan y Herminia quienes llegaron a la cumbre (en honor a la verdad, debemos decir que Joan es un consumado alpinista y Herminia no le va a la zaga).

Todos estábamos muy cansados. Así que después de cenar rápidamente cada cual se retiró a sus habitáculos o tiendas.

Cerca de la tienda en que yo me iba a disponer a dormir, habían aparcados dos Lad Rover que llevaba unos carteles en los que se leía que quienes viajaban en ellos eran miembros de una expedición exclusivamente femenina.

Cuando me tumbé dentro de mi saco de dormir, caí en un profundo y extraño sueño que pareció durar toda una eternidad.


L U N E S 25 DE FEBRERO DE 1980

Alrededor de las siete de la mañana, comenzamos a levantarnos de nuestros incómodos lechos; aunque a decir verdad no todos, ya que siempre hay algunos que son más remolones.

Debido al polvo y a la deshidratación, la mayoría de los expedicionarios padecíamos una sed terrible. El agua de las cantimploras estaba muy fresca a esas horas, aunque no había perdido el sabor químico del producto que le pusimos ayer para hacerla potable cuando la recogimos en Isiolo.

Los servicios del camping con sus duchas de agua fría contribuyeron a devolvernos algo de nuestra perdida forma.

08h 50m.- Dispuestos a desayunar en el Lodge de Naru Moru.

El importe total de lo consumido ascendió a 1.193,40 shillings; lo cual nos dejó muy escurados del dinero del país. Como en la caja de este lodge no había cambio de divisas, decidimos ir a la localidad de Nanyuki para procurarnos divisas.

11h 01m.- Llegamos a Nanyuki

Nanyuki se halla situada a 190 km. de Nairobi y a unos dos mil metros de altitud. y en 1920 alcanzó estatus de comunidad gracias a un plan de instalación de soldados durante la Primera Guerra Mundial, en la que por estas tierras las tropas británicas se batían con el invicto general alemán von Lettow (hemos dicho invicto, ya que nunca este oficial experimentó derrota alguna, llegando en sus incursiones que hacía desde Tanzania hasta el mismísimo Voi –Las tropas de Lettow, tanto las formadas por soldados alemanes como por las de los regimientos de askaris (nativos de Tanzania), en nada se parecían a la caricatura que nos ofrece de ellos la célebre película norteamericana “La Reina de Äfrica”, interpretada de Catherin Hepburn y Humphrey Bogart-. Diez años más tarde, Nanyuki y Nairobi quedaron unidas a través de la vía férrea.

Nanyuki Tuvo un importante valor estratégico en la Segunda Guerra mundial, ya que se convirtió en cabeza de línea cuando las tropas aliadas iniciaron su campaña contra los italianos que habían invadido Abisinia.

En la actualidad es un centro agrícola y punto de partida de safaris para el Monte Kenia y expediciones hacia el “gran norte”.

La población de Nanyuki ofrece una fisonomía variopinta, puesto que lo mismo te salen al paso individuos de características muy primitivas, como puedes ver a otros cuyos perfiles se parecen a los típicos nubios representados en las pinturas egipcias.

Una vez realizado el cambio de dólares por shillings, a las 11h 55m. nos pusimos en marcha de nuevo. Esta vez el destino es Meru, ciudad que se encuentra ubicada a 259 kilómetros de Nairobi.

El paisaje se presenta rico y fértil, tanto en terrenos de cultivo (trigo y pastos), como en ganado (vacuno y caballar).

12h 10m.- Llegamos a Meru. A la entrada de la ciudad hay una industria maderera

Paramos en el casco urbano y, luego, dimos un paseo que nos permitió ver que Meru no tiene nada de interés para nosotros. Hay tiendas de ropa, zapaterías, zapateros remendones, ferreterías, etc.

Pueden adquirirse zapatos por 190 shilling (unas mil novecientas pesetas). Un par de botas de grueso taqcón y pésimo estilo cuestan 290 shillings (2900 pesetas).

En los alrededores de esta pequeña urbe hay emplazada una prisión del Estado. Es, en realidad, una cárcel-factoría. El aspecto de este centro penitenciario es el de un pueblo bien cuidado. Además, este centro tiene la particularidad de que las familias de los reclusos conviven con ellos.

Retornamos a nuestros coches y dimos una vuelta por los alrededores de la ciudad. Por el camino, como aquí en este país parecer ser tan frecuente, nos topamos con un puesto de control de la policía, con la clásica barrera de clavos que la hacen infranqueable.

14h 00m.- Paramos, otra vez, en Nanyuki; pero, dado que el lodge en el que queríamos tomar unas cervezas estaba cerrado, optamos por dar un garbeo por las tienduchas que se hallan al paso del Ecuador, no lejos de aquí.

14h 30m.- Llegamos a la zona ecuatorial. Comenzamos la inspección. De todas partes te llegan voces, acompañadas de ademanes significativos:

- ¿Amigou! ¡Eh, amigou! Looking . Looking ...
- ¡Eh, my friend! ...

La mayoría de los objetos que te ofrecen son imitaciones, Pocos tienen valor. Por mi parte, y tras mucho regatear, compré una pulsera de pelo de elefante (al menos quiero creer que es eso) por 60 K.shs..

A nuestro grupo se suman unos turistas norteamericanos.

Por la carretera es incesante el paso de vehículos militares. Ayer, incluso, vimos un convoy que llevaba un carro de combate.

Uno de los vehículos militares se detiene. Observo que los soldados que viajan en él son blancos. Uno de ellos se dirige al grupo de turistas norteamericanos. Poco después entabla conversación con unos jóvenes rubitos de pelo corto. Charlan un rato y, luego, el militar regresa a su vehículo. Poco después el vehículo del ejército keniata reemprende la marcha. Una pregunta: ¿Eran soldados o mercenarios? Otra pregunta: ¿A qué es debido tanto movimiento de tropas. Acaso se ha producido algún conflicto con Etiopía o Somalia, que son los países fronterizos más cercanos, ya que Sudan y Uganda quedan muy al Norte y Oeste de aquí?

15h 50m.- Todavía nuestro personal continua husmeando por las barracas. Javier, entonces, decide hacer un cambalache. Así que, cogiendo unos tejanos que llevaba en nuestro automóvil, nos dice:

- Vais a ver, tíos, lo que voy a obtener por estos pantalones.

15h 55m.- Juan Vidal me entrega la factura del cambio de divisas, extendida a nombre de “Fernández (Cosmosur)”. Según lo que en ella se detalla 200 dólares USA han sido convertidos en 1.409,40 shillings.

Javier viene exultante, lleno de chismes y gritando:

- ¡Joder, tíos, soy el rey de Kenia! ¡Coooome onnn! ¡Yeeeaaaa!

16h 05m.- En marcha hacia “Secret Valley”. El Valle Secreto debe su nombre a la historia de su descubrimiento, de su desaparición y, más tarde, de su redescubrimiento. Así, sucedió que cuando la Gran Bretaña estaba luchando contra los guerrilleros del Mau-Mau, el coronel del ejército británico Rose-Smith descubrió este valle, quedando muy impresionado, principalmente por la cantidad de leopardos que había en él. Cuando acabó la contienda, el antiguo coronel intento encontrar de nuevo el valle, pero le fue imposible. Tuvo que realizar varias intentonas hasta que, por fin, pudo dar nuevamente con él. Por esta razón lo llamo “Secret Valley”.

Ya de camino, preguntamos a varias personas sobre el paradero de este lugar; pero, nadie nos supo dar razón.

Vemos un coche patrulla. Realizamos la pregunta de rigor. Los “rangers” nos responden:

- Follow that traps!

Esta expresión en inglés dejó un tanto perplejo a Javier. Pero, al poco, comprende lo que los de la patrulla le han querido decir:

- ¡Claro, coño! Nos han dicho que sigamos esta pista. ¡Eso es!

16h 25m Pasamos por delante del Monasterio Benedictino de Nuestra Señora de Kenia.

16h 30m.- Cruzamos el Nanyuki River por medio de un desvencijado puente de madera.

16h 32m.- Entramos en el Secret Valley. Nos resulta chocante el ver un cartel que nos advierte de la penalización con 150 shilling si tiramos colillas encendidas o hacemos fuego.

16h 45m.- Poco después el polvo del camino en la tupida espesura vuelve a ser la monotonía.

17h 01m.- Un individuo que viaja en un camión nos advierte que para ir al lodge del Secret Valley y cenar en él es preciso pagar en la entrada del parque y esperar que un autobús nos lleve hasta el lodge. Además, el hombre nos hizo la observación de que el autobús era un vehículo todo terreno, ya que normalmente con los vehículos tipo turismo (que son los que nosotros llevamos) no se puede llegar hasta ese lugar.

17h 08m.- A pesar de la advertencia, decidimos seguir adelante.

Como era de suponer, a medida que progresábamos en la ascensión, la carburación de los coches iba haciéndose cada vez más dificultosa. Finalmente, llegamos hasta unas subidas tan empinadas que resultaba imposible remontarlas con los coches. Hubo alguno, incluso, que al intentarlo quedó atascado en ellas. Por esta razón, no hubo más remedio que regresar al campamento base de Naru Moru.

Pusimos gasolina en Nanyuki. La estación estaba servida por una negrita que llevaba un peinado a estrías en un cabello sumamente corto.

Después de haber dado a las máquinas su comida, seguimos nuestro camino.

El cielo se cubre rápidamente de gruesos nimbus. Allá, a lo lejos, se hacen patentes las mangas de agua. Poco después llegamos a la cortina de lluvia, la cual, dicho se de paso, limpia los autos. Pero, ¡ay!, el gozo en un pozo, puesto que al abandonar la carretera asfaltada para tomar la pista que ha de conducirnos hasta el lodge de Naru Moru, ésta se halla convertida en un barrizal. Así que los coches, sobre todo en sus bajos, quedaron cubiertos de barro.

Tan deprisa como vino, la lluvia cesa.

Una vez en el lodge, tomamos unas cervezas y hacemos tiempo para la cena.

Alfredo y Llió sacan algunas fotografías y película del Monte Kenia iluminado por los rayos del poniente Sol, diametralmente opuesto, según nuestra perspectiva, al macizo montañoso.

Las cervezas las tomamos sentados alrededor de un llar de foc que está instalado en el salón del bar. Un camarero no tarda en aparecer y enciende el fuego en el hogar. Resultaba curioso el vernos allí sentados circundando aquella chimenea, tomando unas cervezas y hablando de las fatigas pasadas; ajenos, completamente ajenos, a los sucesos que se están produciendo en el mundo. En estos momentos no puedo evitar citar aquel verso que dice: “qué descansada vida la que huye del mundanal ruido, siguiendo la senda de los pocos sabios que en el mundo han sido...”

Luego, jugamos una partida a los dardos. Fue la primera vez en mi vida que utilizaba esos chismes –dardos-. Tuvo gracia que el camarero que estaba en la barra, cuando advirtió la inexperiencia de alguno de nosotros –la mía, en particular- en el manejo de las flechas manuales, empezó a amonestarnos, diciéndonos que lleváramos cuidado con el parquet del suelo, pues podíamos estropearlo.

Esta salida del moreno me cogió, como se dice, en falso, pues como ya he dicho yo era uno de los inexpertos, pues lógicamente me di por aludido. Pero, poco a poco, fui reconsiderando la situación y comencé a examinar el enmaderado del suelo. Estaba literalmente atiborrado de agujeros; lo cual era señal inequívoca de que no éramos los únicos inexpertos que por allí habían pasado. Luego o una de dos, o el negro hacía la advertencia a todo el mundo, o bien, le dio por meterse con nosotros, por considerar que éramos menos importantes que sus ex amos, los ingleses ...

Cenamos un platito de sopa caliente, al que siguió un “chicken”, es decir un pollo hervido con patatas (muy malas por cierto), zanahorias, cebolletas y de postre una macedonia de frutas.

De regreso al campamento, lo primero que hicimos fue comprobar si las tiendas habían resistido bien el aguacero. Podíamos estar contentos, pues nuestras tiendas habían aguantado bien, salvo, quizás, la de Genebriera que tenían un poco de agua en su interior.

Después, les dimos a los guardianes del lodge, toda la comida y bebida sobrante, así como los utensilios de cocina y lámparas de butano. Este gesto, como puede suponerse, les puso la mar de contentos; sin embargo, poco después, uno de ellos, que dijo llamarse Williams, vino a pedirnos que le hiciéramos un certificado conforme todo aquello se lo habíamos regalado. Así que cogimos uno de los impresos de “COSMOSUR” que llevábamos y en él hicimos constar que todos aquellos cacharros de cocina y demás los habíamos entregado a los guardianes como agradecimiento a sus servicios prestados; puesto que nuestra expedición tocaba a su fin y ya no nos eran necesarios.

No tardamos mucho en introducirnos en las tiendas y, metidos en nuestros sacos, nos dispusimos a pasar nuestra postrera noche en este lugar.


M A R T E S 26 DE FEBRERO DE 1980


Nos despertamos hacia las siete. Nuestros sacos de dormir están húmedos. Los ocupantes de la tienda, Alfredo, Juan, Marrades y yo, no tardamos mucho en abandonarla. Cuando salimos amanecía y el cielo estaba nublado.

Al llegar a las cabañas en donde están los servicios, vimos que Javier había madrugado más que nosotros.

Cuando todo el personal componente de la expedición estuvo ya levantado, nos encaminamos hacia el lodge para desayunar. El desayuno consistió en un huevo frito con jamón serrano, una especie de salchicha, pan, margarina y mermelada. Finalmente siguió el té o el café.

De regreso al campo, recogemos las tiendas (esta será la última vez que lo hacemos en este viaje) y bártulos. Mientras, el cielo se va despejando de nubes; pero, el barrillo persiste apegándose pertinazmente a la suela de nuestro calzado.

10h 10m.- Montamos en los coches y abandonamos definitivamente el camping del Naruu Moru.

10h 11m.- Miro al Monte Kenia. Lo saludo por última vez. Quizás, lo más probable es que la despedida signifique hasta nunca.

10h 23m.- Observamos camiones del ejército aparcados en la carretera. Sus dotaciones de soldados están descansando en la hierba.

11h 16m.- Seguimos en ruta hacia Nairobi por las Autopista A-2 (consta, de momento, de dos carriles y el asfaltado está bien cuidado).

11h 20m.- El paisaje está cambiando rápidamente. Se vuelve más agreste y comienza a divisarse zonas semidesérticas.

11h 58m.- A la altura de un cartel que indica la dirección a Gatanga, la autopista se divide en cuatro carriles –dos por cada dirección-, separados por un arcén.

12h 17m.- Estamos pasando por delante de la “Kenyatta University College”. Observamos que los estudiantes tienen, a modo de residencia, unos pequeños y coquetones chalecitos inmersos en un vergel.

12h 23m.- El tránsito rodado aumenta, señal inequívoca de que estamos muy cerca de la capital.

Al llegar a Nairobi, como siempre, nos perdemos “un poco”, pero, al final, logramos dar con el ya inefable hotel Excelsior, al que podemos considerar como nuestra residencia base en Kenia.

El alto portero con uniforme beige y sombrero de copa nos sale a recibir sonriente, dado que ya le resultamos sobradamente familiares, tanto por nuestras fachas, como ... por nuestro bagaje, ¡ah, y eso que aún no están los baúles!

Prestamente se hizo el reparto de las habitaciones. La 216 nos correspondió a Alfredo y a mí.

Lo primero que hicimos al llegar a nuestra habitación fue el de meternos en la ducha. En la bañera dejamos algunos quintales del maldito polvo africano que se nos ha incrustado hasta el último rincón de nuestra piel.

Bañaditos y guapetones fuimos al comedor. Allí comimos –debería decir, devoramos- una especie de engendro caliente y espeso, al que podríamos calificar como un mal sucedáneo de la sopa. A este mejunje le siguió un entrecot, mal cortado y peor guisado. Como no podía ser de otra manera, la comida fue regada con una cerveza. El postre, por su parte, consistió en un flanete y, finalmente, acabamos con un café.

Durante la comida salió el tema de los rollos de papel de aluminio, los cuales habían estado en poder de los hermanos Gómez, cuando, en Barcelona se los dejé a Pilar para que pudiera envolver unas cosas. Como el tema se desarrollaba sin que esta persona dijera nada al respecto y yo los necesitaba, opté por dirigirme a ella abiertamente y le exigí que me los entregara; cosa que hizo de mala gana. Cuando logré recuperarlos pude comprobar que faltaba más de la mitad de cada rollo.

Con el resto del papel de aluminio, Alfredo y yo embalamos las fotografías. Luego, reposamos un poco y, seguidamente, subimos a la quinta planta, en donde estaban preparando los baúles.

No tardó en comenzar el show de la tarde con tales armatostes; pues, según la información que nos fue facilitada, el avión que nos ha de llevar a España llegará sobrecargado procedente de Johanesburgo. ¿Cuál es la sobre carga? Continuando con la misma fuente de información, la sobre carga la constituía un motor de avión. Por este motivo, el representante de “Iberia”, que era nuestro informante, nos manifestó que los baúles debían de quedarse en la embajada de nuestro país; para que en el siguiente vuelo los funcionarios de la misma se encargaran de hacérnoslos llegar.

Juan, con buen criterio, optó por localizar al secretario de la embajada, Carlos Sánchez de Boado, a quien debemos de estar muy agradecidos por los favores que nos hizo. Cuando Carlos fue puesto en antecedentes de lo que nos ocurría montó en cólera contra el representante de “Iberia” y, al final, se acordó que mañana por la mañana llevaríamos los baúles al aeropuerto.

Solventado, de momento, el incidente, nos dedicamos a recorrer algunas tiendas del centro urbano de Nairobi, sin ver en ellas nada que nos interesara. Sólo Javier, para no perder la costumbre, quedó durante un rato enroscado a una de esas “lobitas” de color que merodean por estos lugares de la Avenida Jomo Kennyata en busca de “clientes”.

Alfredo y yo nos retiramos a nuestra habitación. No teníamos ganas de cenar. Charlamos un rato sobre la posibilidad de haber observado la Pequeña Nube de Magallanes, pero, convinimos en que era prácticamente inobservable por estar envuelta en las brumas del horizonte. También hablamos algo de futuros planes.

Nuestro sueño fue interrumpido hacia las dos y cuarto de la madrugada por los comentarios, besuqueos y ruidos que metía una parejita de negros que estaban haciendo el amor en la habitación contigua. Como ambos cuartos estaban separados por una puerta, pudimos asistir, como curiosos impenitentes, a las escenitas de amor atisbando por el ojo de la cerradura de la puerta que separaba ambas habitaciones.


M I E R C O L E S 27 DE FEBRERO DE 1980


Después del desayuno cargamos los condenados baúles en el coche y marchamos rumbo al aeropuerto. Una vez allí, los depositamos en una consigna. Nos cobran 26 shilling por custodiarlos durante veinticuatro horas.

Posteriormente decidimos aguardar la llegada de nuestro embajador, cuyo avión procedente de Madrid tenía prevista su llegada a Nairobi hacia las diez de la mañana.

Faltando unos quince minutos para esa hora, tres coches aparcan junto a la puerta de salida de internacionales. El primero de ellos, una especie de Volvo azul, lleva la bandera española, el otro, un Dagtsum beige, sin distintivos, y el tercero es una Land Rover del cuerpo de seguridad de la policía Keniata.

Fredy estaba todo el rato con la cámara filmadora, lo cual le daba un aire de reportero gráfico de tomo y lomo. Precisamente esto dio lugar a un par de anécdotas:

PRIMERA: Uno de los guardias de seguridad, mostraba evidentes signos de hostilidad hacia nuestros compañeros de expedición –Juan, Javier, Genebriera y yo-. Pero cuando hubo llegado el embajador y como observara que Alfredo lo enfocaba con la cámara, el policía se dirigió abiertamente contra Alfredo, con el ánimo de impedir que realizara su trabajo. Pero, de inmediato, le salió al paso Javier, quien le dijo con voz tonante:

- Pero es que no ves que estamos filmando a nuestro EMBAJADOR.

A partir de ese momento, el guardia dejó de existir para nosotros.

SEGUNDA: Por unos instantes, entre dime y diretes surgidos entre el personal de recepción, el embajador quedó algo separado de su grupo; entonces, percatándose de la presencia de Alfredo con su filmadora, se irguió, se arregló la corbata, miró por unos instantes a la cámara y, muy digno él, se fue hacia donde estaba su personal.

Juan tuvo problemas para abordar al embajador. Menos mal que el inefable barbitas (Carlos) estaba allí y facilitó una corta entrevista con el diplomático. Veremos si ahora se resuelven nuestros problemas.

Cuando regresábamos al hotel Excelsior, Juan y yo que íbamos en el mismo automóvil, nos vimos envueltos en un tumultuoso disturbio callejero, promovido por los estudiantes. En esos momentos, mi reloj (un Duward metálico con esfera de color azul) marcaba las once y diez de la mañana.

El desorden público se estaba desarrollando muy cerca de nuestro hotel. Las turbas de estudiantes bajaban hacia nosotros, empujadas por las fuerzas de la policía. Aquí y allá vimos grupos de estudiantes levantando barricadas.

Juan no se lo pensó dos veces. Dio un golpe de volante y, al poco, bajábamos en contra dirección por la Avenida Uhuru Way. Otros coches estaban haciendo lo mismo. Tras unos minutos de nerviosismo e incertidumbre, conseguimos meternos en la Avenida de Jomo Kenyatta y, finalmente, aparcar el vehículo enfrente del hotel.

Apenas tuvimos tiempo de entrar en el vestíbulo del Excelsior cuando ya la calle era un caos de personas corriendo y vociferando. Muchos peatones, cogidos por sorpresa por el tumulto, se metían dentro del establecimiento. Los estampidos de los disparos de las pelotas de goma se iban oyendo cada vez más cercanos.

Unos momentos después aparecían las fuerzas antidisturbios. Iban vestidos con calzón corto, botas bajas (borceguís) y calcetines altos. Llevaban casco de acero y se guarecían tras un escudo. Las armas consistían en largas porras de madera, fusiles, lanzagases y lanzapelotas.

Cuando los ánimos se sosegaron y las rúas recobraron su pulso habitual, Alfredo y yo decidimos dar un garbeo por las tiendas de los alrededores.

De regreso al hotel, nos aseamos y duchamos. Luego, bajamos al comedor, pues nos habían entrado unas terribles ganas de comer, y nos sentamos a la mesa en la que estaban Juan, Javier y Cifuentes.

Para saciar el apetito pedimos un chuletón de carne con patatas y zanahorias, el cual regamos con una fresca cerveza (5oo centímetros cúbicos del preciado líquido que a nosotros nos supieron a gloria).

Por la tarde, ya con el grupo al completo, salimos a efectuar las últimas compras. Particularmente, adquirí un collar y una pulsera. También, gracias a un cambalache que Javier hizo con el depósito metálico, nos tocaron por barba cuarenta y seis pulseras de “pelo de elefante”; aunque bien es verdad que, en este caso, cada uno de nosotros hubo de añadir 100 shillings.

Mientras, ya de vuelta al hotel, dábamos los últimos toques al equipo, observamos la última puesta de Sol que veríamos en Nairobi.

Cada uno de nosotros (Alfredo y yo) se sumió en sus propios pensamientos, viendo como el rojo Sol descendía sobre el bosque de edificios.

Nuestros pensamientos fueron interrumpidos por unos toques en la puerta. Abrimos y se nos cuela el Rodri. Se acabó la tranquilidad y la “meditación trascendental”.

No había pasado ni un minuto cuando volvieron a llamar a la puerta. Esta vez entra Genebriera. Charlamos un rato, hasta que, por fin, Genebriera y Rodri, deciden tomarse unas cervezas en el bar. Vuelve la paz, lo cual nos permite seguir con nuestras cosas.

20h 10m.- Ahora son Marrades y Cifuentes los que están en nuestro cuarto. El primero nos informa que abajo hay un follón. Resulta que el primer hotel en el que debíamos, en principio, habernos hospedado, el New Stanley, y que no nos admitió, ahora ha presentado una factura (cosa que nos dejó muy sorprendidos). Sin embargo, Javier, que a la sazón estaba allí, montó en cólera y les dijo a los empleados del New Stanley:

- ¡Tíos, no sabéis con quién os topáis! Ahora mismo voy a hablar de este asunto con la “policía turística”

Eso, según Marrades, les impresionó y, por el momento, han dejado las cosas como están.

20h 15m.- Viene de nuevo Rodri, quien nos suplica que cuanto antes nos vayamos tanto mejor, pues, pueden surgir problemas con la agencia “Avis” cuando entreguemos los coches, dado el estado cochambroso en que estos han quedado tras el Rally por estas tierras africanas.

Sin embargo, a pesar de los ruegos de nuestro compañero, surgen los retrasos. Hay algunos miembros de la expedición que, incluso, quieren ir a cenar. Hubimos de emplear a fondo nuestra dialéctica para disuadirles de su intención.

Además, antes de partir definitivamente del hotel hubimos de “amagar” durante un rato a Javier, puesto que la negrita con la que se había enrollado el otro día, vino al hotel en busca de Javier; ya que la chica quería, ¡nada menos!, que nuestro Barbas se la llevara con él a España; en donde, según nos manifestó, ¡ella trabajaría para él!.

Hay que decir que la chica estaba verdaderamente desesperada y ansiosa (a muchos de nosotros nos dio pena, ver a aquella pobre criatura, pues era muy joven, y el futuro que le esperaba en Kenia no era nada alentador). Finalmente, con una mentira piadosa, la convencimos de que cuando estuviéramos en España, Javier, que, según le dijimos, no estaba en aquellos momentos en el Hotel, pues había tenido que arreglar urgentemente unos papeles en el aeropuerto, la describiría para que ella le diera sus referencias y, así, poder cumplimentar los papeles.

Durante la conversación, nos enteramos de que ella sabía que Javier vivía en Barcelona y trabajaba en el Ayuntamiento de esta ciudad (por lo visto, nuestro Tenorio tuvo sus momentos de debilidad con la negrita y le dijo alguna verdad).

Solventado este “problema”, y cuando ya nos disponíamos a ponernos en marcha, el vehículo que conduce Rodri, el KVA 319, no se ponía en marcha. Finalmente, tras muchos intentos, el motor del vehículo comenzó a funcionar. Así que poco después, la caravana de vehículos abandonaba la Avenida de Jomo Kenyatta y enfilaba la Uhuru Way, en dirección al aeropuerto.

Por el camino, los coches se desperdigaron un poco, de manera que no nos percatamos que el coche en donde viajan Rodri y Llió no nos seguía. Por ello, cuando llegamos a la entrada del aeropuerto, este vehículo había desaparecido. Entonces se nos pusieron los nervios a flor de piel.

Decidimos esperar un tiempo prudencial, antes de ir en su búsqueda, lo cual podía, a su vez, suponer un retraso importante, en nuestro ya justo tiempo.

Afortunadamente, el KVA 319 hizo acto de aparición, antes de que hubiéramos de tener que enviar unos vehículos en su búsqueda. Cuando lo vimos aparecer, todos respiramos a fondo. Rodri nos contó que tuvieron problemas con la ignición del motor, pues parece ser que el polvo que se había introducido por todas partes, obstaculizaba la chispa de las bujías.

Como era de esperar, también tuvimos problemas con la agencia “Avis” al entregar los coches. En este caso, Genebriera se encargó de solventarlos.

También tuvimos problemas al efectuar el embarque de los baúles debido a su exceso de peso (debo señalar que en la embajada habíamos dejado un tercer baúl cargado de medicinas).

Seguidamente vino la tortura de los controles de registro, chequeo y demás. En esta especie de vía crucis, tuve un problema, ya que en el momento en que los policías me pasaron un aparato detector de metales con forma de raqueta de tenis, el chisme comenzó a emitir unos intensos pitidos. Rápidamente, el policía que manejaba el artefacto, diestro él, comenzó a darme golpes en el bolsillo derecho de mi parca azul. ¿Qué ocurría?

Por unos instantes, me quedé un tanto sorprendido. Luego, recordé que en ese bolsillo había depositado el pedazo de lava que recogí en la región de Shetani y que, luego, fui arrastrando a lo largo del viaje. Por lo visto, aquella lava debía de contener hierro –realmente era muy pesada-. Así que metí mi mano en dicho bolsillo y saqué el mineral y, en mi mal inglés, dije:

- This is a mineral for my collection.

Los policías lo examinaron, Luego me lo entregaron y me hicieron un ademán de que podía seguir ...


J U E V E S 28 DE FEBRERO DE 1980


Hemos embarcado en el avión de las líneas aéreas de Iberia. La aeronave lleva el nombre de “Costa de la Luz”. Una azafata nos informa que el comandante del aparato se apellida Velarde. Volaremos a 10.500 metros de altura y la velocidad de crucero que llevaremos será de 900 kilómetros por hora. La presión de la cabina será la misma que existe a mil quinientos metros sobre el nivel del mar.

01h 30m.- El avión comienza a moverse.

01h 40m.- El avión, tras deslizarse penosamente por la pista (parece que lo de la sobrecarga es cierto), logra alzarse sobre el suelo.

Abajo observamos un mar de luces multicolores. El espectáculo es impresionante ... Poco después Nairobi desaparece de nuestra vista y Kenia es sólo ya un recuerdo. Un recuerdo que quedará imborrable en mi memoria mientras viva o, mejor dicho, mientras mi cerebro funcione. Además, pienso que esta aventura me ha servido para sentirme libre como nunca antes lo había sentido y, posiblemente no lo sentiré más. Ha sido, pues, una experiencia extraordinaria. La lástima es que toda esta aventura expedicionaria, a partir de ahora mismo, será una realidad que se transformará en un sueño.

02h 50m.- Volviendo a la cruda realidad. Por cena nos han servido una bazofia. Todo estaba mal presentado. La carne de ... -¿me pregunto de qué animal sería?- tenía como una capa de gelatina rasgada en estrías y de pésimo sabor. El pastel, un trozo de materia do color siniestramente verdoso, parecía ser los restos de la comida de un granadero de Napoleón. Por supuesto que no lo comí. En cuanto a la bebida he de decir que la cerveza era una muestra mínima que sólo sirvió para acrecentar mi sed. Sobre el té, pues ... ¡es mejor que corramos un tupido velo!

03h 00m.- Eduardo, que viaja a mi lado, me ha alquilado unos auriculares; por ellos escucho una vieja melodía hispánica: “La Paloma”. Pienso un momento en mi tierra. De pronto se asalta una pregunta ¿dónde estaremos ahora? Miro por la ventanilla. Debajo del avión sólo se ve un manto de nubes iluminado por la luz de la Luna. Sobre el ala derecha del aparato, brilla, allá lejos, una estrellita. ¿Es Arturo? No lo sabría decir.

Kenia queda ya muy lejos, muy lejos. En sus tierras he vivido y gozado como nunca antes lo había hecho a lo largo de mi existencia. En Kenia me he sentido LIBRE, así, escrito con mayúsculas (como más arriba ya apunté). En Kenia dejé de ser el plúmbeo funcionario del Ayuntamiento de Barcelona y me convertí en un aventurero, siguiendo, es un decir, los pasos de Burton, Speke, Stanley, Livingstone, Hunter ... y tantos otros. Kenia forma parte ya de mi vida. Siempre estará dentro de mí, al igual que aquel 16 de febrero en que el Sol se obscureció sobre la sabana del Tsavo y que, sin duda alguna, constantemente será una fecha de referencia en mi vida.

No puedo evitar estremecerme al pensar qué habrá sido de nosotros y de COSMOSUR, cuando, por ejemplo, hayan pasado veinticinco o treinta años. Para entonces, estaremos en un nuevo siglo, pero ¿lo estaremos nosotros también? Intuyo que algún (o algunos) miembro ya habrá caído y que amistades que ahora parecen inquebrantables se habrán roto. No es que sea derrotista.¡; simplemente aplico el pragmatismo que da la experiencia de la vida.

Estoy volando. Es la tercera vez en mi vida que me he convertido en un pájaro. Quisiera que el viaje continuara hasta las estrellas. Sé que eso es imposible y que, dentro de muy poco, habré de regresar al suelo y, algo más tarde, volver a enfundarme el traje –aborrecido uniforme- de hombre gris. Sin embargo, Africa, sus horizontes y su cielo estrellado quedarán dentro de mi ser para siempre.

Sumido en estas meditaciones, poco a poco un sopor me está invadiendo. En la cabina, la mayor parte del pasaje dormita. En uno de los sillones contiguos se ha estirado una de las azafatas y ya está en el reino de Morfeo, al igual que mi compañero Eduardo. .Así que cojo mi parca, lanzo una última ojeada por la ventanilla del avión, me tapo arrellanándome en el sillón y me dispongo a dormir un rato.

05h 02m. (Tiempo Civil de Kenia).- Una ligera sacudida del aparato me despierta. Miro por la ventanilla y veo que hacia las cinco, según la dirección del avión, hay un crepúsculo matutino. Observo a contraluz la silueta de un macizo montañoso. Ignoro de qué sistema orográfico se trata. Cifuentes, que a la sazón se ha despertado también, lo mira y tampoco sabe decirme de qué se trata.

Vemos luces de ciudades que, por supuesto no identificamos. Tampoco el comandante Velarde facilita ninguna información.

El tiempo va transcurriendo. Las luces de las metrópolis se suceden. El avión, cuya velocidad es pareja al avance de la luz solar y debido a que su trayectoria es paralela al punto de salida del Sol, logra que el horizonte aparezca sumergido en una eterna alborada.

08 50m.- El comandante de la nave da la hora del tiempo civil en España. Así pues son ahora las 07h 50m.- Por ello, a partir de este momento, emplearemos el tiempo civil de España.

Poco después, los miembros de la tripulación del “Costa de la Luz” nos sirven el desayuno. Es una bolsa de viaje que consiste en: una tortilla a la francesa, jamón con dos salchichas, un extraño pan de pasas, un pastilla de mantequilla, una tarrina de mermelada de frambuesa, un mini panecillo redondo, un zumito de ... ¿naranja? ¡ja! y el consabido brebaje del té o café (el té, que es lo que yo tomé, era pura agua caliente)..

Debemos señalar que la mayoría de las “viandas” tenían una presentación lamentable. Yo diría que algunas –como las de la víspera- tenían un aspecto amenazador.

Después del “desayuno” vino una azafata a recoger los auriculares que habíamos alquilado por la noche.

Estamos sobrevolando la islas de Mallorca y de la Dragonera.

Hemos entrado en la Península. Observamos que buena parte de la misma se halla cubierta por un manto de nieve o hielo.

El comandante del avión nos informa de que en Barajas tendremos una temperatura de dos grados sobre cero.

08h 30m.- Aterrizamos sin novedad.

Luego, apresuradamente, recogemos nuestros enseres de viaje y salimos del avión, despidiéndonos de su sosa tripulación.

Un autobús nos lleva a la zona de internacionales. Por cierto, que el conductor llevaba el vehículo tal cual como si transportara fardos de patatas.

Llegamos a la sala en donde están las cintas transportadoras que se encargan de llevar el equipaje desde el punto de descarga hasta el viajero.

Observo que sobre cada uno de esos chismes hay un panel electrónico que indica el número del vuelo correspondiente, así como su procedencia. Me apresuro a señalar que ninguno de ellos funcionaba –como está mandado en nuestro país-; por esta razón, los pasajeros quedaban confundidos y perplejos, ya que como estaban funcionando varias cintas, teníamos que jugar al juego de averiguar cuál sería la cinta por la que saldrían los equipajes correspondientes.

Nuestras mochilas y, por supuesto, nuestros baúles –verdadero suplicio de Tantalo para la expedición- nos simplificaron la tarea.

Una vez que conseguimos reunir todo nuestro equipo e impedimenta, surge el problema consabido: exceso de carga. Por este exceso se nos demandan en concepto de sobrepeso... ¡3.200 dólares USA!

Rápidamente, Juan Vidal se puso en acción y pidió entrevistarse con directivos de Iberia en el aeropuerto.

Los minutos transcurren. Parece ser que los de la Compañía no quieren dar su brazo a torcer.

Mientras Juan está realizando estas negociaciones, nosotros nos despedimos de Eduardo Cifuentes, al cual han venido a buscar sus familiares.

En tanto que Juan va de un lado para otro, tratando de evitar esa calamidad económica, perdemos el vuelo de las 09h 10m para Barcelona.

Finalmente, Juan consiguió un acuerdo provisional, de momento pagaríamos mil pesetas por cabeza para que nuestro equipaje fuera embarcado con destino a Barcelona. El resto de las más de trescientas mil pesetas que se nos exige, deberemos negociar su pago más tarde (Como muy bien dijo Juan, el pago lo haremos cuando llegue la “siega del pepino”).

El vuelo a la Ciudad Condal fue el IB-902. El comandante de la aeronave se llamaba Pardo, y el nombre del avión “Castilla La Nueva”.

Los cuarenta y tantos minutos de este viaje se han desarrollado sin incidencias.

Debo señalar que, a poco de despegar, observé los restos de lo que parecía ser una antigua ciudad o poblado. ¿Numancia?.

Sobre las once de la mañana, llegamos al aeropuerto del Prat. Muchos familiares aguardaban impacientes el regreso de los “bravos” expedicionarios.

Junto con Rodri, he tomado un taxi y nos dirigimos a Barcelona capital. Mi acompañante me habla. No le presto mucha atención, puesto que mi mente se halla lejos, muy lejos. Tengo, además, una pregunta que me asalta constantemente ¿Cuál será el próximo COSMOSUR’ ¡Siberia? ... Quizás...Quizás...



F I N

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